jueves, 6 de enero de 2011

DESHACERSE DE LAS DEFINICIONES AUTOIMPUESTAS


Cuando las culturas tribales dieron paso a las civilizaciones anti­guas se fueron creando determinadas funciones para ciertas
per­sonas: gobernante, sacerdote o sacerdotisa, guerrero, campesino, comerciante, artesano, trabajador, etcétera. Se desarrolló un siste­ma de clases. La función para la cual generalmente se nacía determinaba la identidad, determinaba lo que era la persona a los ojos de los demás, lo mismo que a sus propios ojos. La función se convertía en un personaje, pero no se la reconocía como tal: era la persona misma, o lo que ésta pensaba que era. Solo unos pocos seres de ese tiempo, como Buda o Jesús, reconocieron la absoluta irrelevancia de la casta o la clase social; la vieron como la identi­ficación con la forma y reconocieron que esa identificación con lo condicionado y lo temporal impedía el paso de la luz de la esencia incondicionada y eterna de cada ser humano.
En el mundo contemporáneo, las estructuras sociales son menos rígidas, menos definidas de lo que eran antes. Claro está que aunque la mayoría de las personas todavía están condicionadas por su entorno, ya no son asignadas automáticamente a una función ni a una identidad. En efecto, en el mundo moderno cada vez es mayor el número de personas confundidas acerca de su posición, su propósito y hasta de lo que son.
Generalmente felicito a las personas que me dicen, "Ya no sé ni quién soy». Me miran perplejas y preguntan, «¿acaso está di­ciendo que es bueno estar confundido?" Entonces les pido que lo investiguen. ¿Qué significa estar confundido? "No saber" no es confusión. La confusión es: "no sé, pero debería saber" o "no sé, pero necesito saber". ¿Es posible deshacerse de la idea de que uno debe o necesita saber quién es? En otras palabras, ¿es posible dejar de buscar definiciones conceptuales para sentir que somos? ¿Es posible dejar de buscar una identidad en el pensamiento? ¿Qué le pasa a la confusión cuando nos deshacemos de la idea de que de­bemos o necesitamos saber quiénes somos? Desaparece súbitamen­te. Cuando aceptamos plenamente que no sabemos, entramos en un estado de paz y claridad más parecido a lo que somos realmente de lo que podría ser el pensamiento. Definirse a través del pensa­miento es limitarse a sí mismo.

PERSONAJES PREDETERMINADOS

Claro está que en este mundo las personas inteligentes cumplen diferentes funciones. No podría ser de otra manera. En lo que respecta a las habilidades intelectuales o físicas como el conoci­miento, las destrezas, los talentos y los niveles de energía, hay una gran variedad entre los seres humanos. Lo que realmente importa no es la función que cumplimos en este mundo, sino si nos identificamos hasta tal punto con esa función que ella se apodera de nosotros y se convierte en el personaje de un drama que representamos. Cuando representamos personajes estamos inconscientes. Cuando reconocemos que estamos representando un personaje, ese simple reconocimiento crea una separación en­tre nosotros y el personaje. Es el comienzo de la liberación. Cuando estamos completamente identificados con un personaje, confundimos un patrón de comportamiento con nuestra verdadera esencia y nos tomamos muy en serio. También asignamos inme­diatamente otros papeles a los demás para que concuerden con nuestro personaje. Por ejemplo, cuando visitamos a un médico que está completamente identificado con su personaje, no somos para él un ser humano sino un paciente o un caso.
Aunque las estructuras sociales del mundo contemporáneo son menos rígidas que las de las culturas antiguas, todavía hay muchas funciones predeterminadas o papeles con los cuales la gente se identifica fácilmente y que, por consiguiente, pasan a formar parte del ego. Esto hace que las interacciones humanas pierdan autenticidad, se deshumanicen y sean alienantes. Estos papeles predeterminados pueden generar una cierta sensación cómoda de identidad pero, en últimas, nos perdemos en ellos. Las funciones que desempeñan las personas en las organizaciones jerárquicas como las fuerzas armadas, la iglesia, las entidades gu­bernamentales o las grandes corporaciones se prestan fácilmente a convertirse en identidades. Es imposible que haya interacciones humanas auténticas cuando las personas se diluyen en sus perso­najes.
Podríamos decir que algunos de los papeles predeterminados son los arquetipos sociales. Los siguientes serían apenas algunos de ellos: el ama de casa de clase media (no tan prevaleciente como antes, pero todavía generalizado); el macho valiente; la mujer seductora; el artista "inconforme"; una persona "culta" (un papel bastante común en Europa) que hace gala de su conocimiento de la literatura, las bellas artes y la música, de la misma manera que otros podrían alardear de un vestido costoso o un automóvil de lujo. Y está el papel universal del adulto. Cuando representamos ese papel nos tomamos muy en serio tanto a la vida como a nosotros mismos. La espontaneidad, la alegría y la despreocupa­ción definitivamente no caracterizan a ese personaje.
El movimiento hippie originado en la costa occidental de los Estados Unidos en los años 60 y que más adelante se diseminara por todo el mundo occidental nació del rechazo de muchos jóve­nes de los arquetipos sociales, los papeles, los patrones predeter­minados de comportamiento y también de las estructuras sociales y económicas egotistas. Se rehusaron a representar los papeles que sus padres y la sociedad deseaban imponerles. Es importante señalar cómo el movimiento coincidió con los horrores de la gue­rra de Vietnam donde murieron más de 57 000 jóvenes estado­unidenses y 3 millones de vietnamitas, y a través de la cual fue posible ver palpablemente la demencia del sistema y de la men­talidad subyacente. Mientras que en los años 50 la mayoría de los estadounidenses eran extremadamente conformistas tanto en pensamiento como en conducta, durante los años 60 millones de personas comenzaron a rechazar su identificación con una iden­tidad colectiva conceptual, debido a que pudieron ver claramente la demencia colectiva. El movimiento hippie representó la flexibi­lización de las estructuras egotistas de la psique humana, las cua­les habían sido tan rígidas hasta ese momento. El movimiento como tal se degeneró y desapareció, pero dejó una puerta abierta, y no solamente para quienes formaron parte de él. Eso permitió que la antigua sabiduría y espiritualidad de Oriente avanzaran hacia Occidente y desempeñaran un papel fundamental en el des­pertar de la conciencia global.

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