jueves, 13 de enero de 2011

RECONOCER AL HIJO

Somos seres humanos. ¿Qué significa eso? Dominar la vida no es cuestión de control sino de encontrar el equilibrio entre nuestra humanidad y nuestro Ser. Nuestros personajes y las funciones que cumplimos como ser madre, padre, esposo, esposa, joven o viejo, al igual que todo lo que hacemos, pertenece a la dimensión humana. Son cosas que tienen su lugar y a las cuales debemos honrar, pero que no son suficientes para llevar una vida o una relación verdaderamente plena y significativa. Lo humano por sí solo nunca es suficiente, independientemente de cuánto nos esforcemos o de todo lo que logremos. Por otro lado está el Ser. Esta dimensión se encuentra en la presencia quieta y alerta de la Conciencia misma, la Conciencia que somos. Lo humano es la forma. El Ser no tiene forma. Lo humano y el Ser no están separados sino entretejidos.
En la dimensión humana, somos incuestionablemente supe­riores a nuestros hijos. Somos más grandes, más fuertes, sabemos más, podemos hacer más. Si ésa es la única dimensión que cono­cemos, nos sentimos superiores a nuestros hijos, aunque sea inconcientemente. Y hacemos sentir inferiores a nuestros hijos, aunque sea inconcientemente. No hay igualdad entre nosotros y nuestros hijos porque solamente hay forma en la relación y, en la forma es obvio que no podemos ser iguales. Podemos amar a nuestros hijos, pero ese amor será solamente humano, es decir, condicional, posesivo, intermitente. Somos iguales solamente más allá de la forma, en el Ser; y es solamente cuando encontramos la dimensión sin forma en nuestro interior que puede haber verdadero amor en esa relación. La Presencia, nuestro Yo Soy eterno se reconocen en el otro, y ese otro, en este caso el hijo, se siente amado, es decir, reconocido
Amar es reconocer en el otro. Entonces el carácter "ajeno" del otro se nos revela como una ilusión perteneciente únicamente al ámbito humano, al ámbito de la forma. El ansia de amor de todos los hijos radica en el ansia de ser reconocidos, no en el plano de la forma, sino en el plano del Ser. Si los padres honran solamente la dimensión humana del hijo pero descuidan su Ser, el hijo sen­tirá que la relación no es plena, que algo verdaderamente vital les hace falta, y acumularán sufrimiento y a veces resentimiento inconsciente contra sus padres. "¿Por qué no me reconoces?" Ese parecería ser el clamor del sufrimiento o del resentimiento.
Cuando el otro nos reconoce, el reconocimiento trae la dimensión del Ser al mundo de una manera más intensa a través de los dos. Ese es el amor que redime al mundo. Me he referido a esto concretamente a través de la relación concreta con los hijos, pero es algo que se aplica, como es obvio, a todas las relaciones.
Se ha dicho que "Dios es amor", pero eso no es absolutamen­te correcto. Dios es la Única Vida más allá de las incontables formas de vida. El amor implica dualidad: amante y amado, sujeto y objeto. Así, el amor es el reconocimiento de la unicidad en el mundo de la dualidad. Ese es el nacimiento de Dios al mundo de la forma. El amor hace que el mundo sea menos mundano, menos denso, más transparente a la dimensión divina, la luz de la conciencia misma.

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