martes, 9 de octubre de 2012
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LA EDUCACIÓN
Y EL
SIGNIFICADO DE LA VIDA EN MP3
por
JIDDU. KRISHNAMURTI
Cuando se viaja alrededor del mundo, se observa hasta qué grado
extraordinario la naturaleza humana es la misma, ya sea en India o en América,
en Europa o Australia. Puede corroborarse este hecho especialmente en los
colegios y universidades. Estamos produciendo, como por molde, un tipo de ser
humano cuyo principal interés en la vida es encontrar seguridad, llegar a ser
un personaje importante, o meramente divertirse con la mínima reflexión
posible.
La educación convencional hace sumamente difícil el pensamiento
independiente. La conformidad conduce a la mediocridad. Ser diferente del grupo
o resistir el ambiente no es fácil, y a menudo es peligroso, mientras rindamos
culto al éxito. La urgencia de alcanzar éxito en la vida, que es la recompensa
que esperamos por nuestro trabajo, ya sea en lo material o en la llamada esfera
espiritual, la búsqueda de seguridad interna o externa, el deseo de comodidad,
todo este proceso ahoga el descontento, pone fin a la espontaneidad y engendra
el temor; y el temor obstruye la inteligente comprensión de la vida. A medida
que se envejece, la mente se embota y se insensibiliza el corazón.
En la búsqueda de bienestar y comodidad generalmente nos
refugiamos en un rincón de la vida donde encontramos un mínimo de conflictos, y
entonces tenemos miedo de salir de este refugio. Este temor a la vida, este
terror a la lucha y a las nuevas experiencias, mata en nosotros el espíritu de
aventura. Toda la educación que hemos recibido nos hace temer el ser diferentes
a los demás o el pensar de distinta manera a la norma establecida por la
sociedad, que aparentemente respeta la autoridad y la tradición.
Afortunadamente hay unos pocos que son sinceros; que están
deseosos de examinar los problemas humanos sin prejuicios de ninguna clase;
pero en la gran mayoría de nosotros no existe el espíritu de la inconformidad
ni el de la rebeldía. Cuando sin la actitud de comprensión cedemos a las
circunstancias del ambiente, el espíritu de rebeldía que pudiéramos haber
tenido desaparece y nuestras responsabilidades prontamente le ponen fin.
La rebeldía es de dos clases: la violenta, que es mera reacción,
sin entendimiento, contra el orden establecido; y la rebeldía profundamente
psicológica de la inteligencia. Hay muchos que se rebelan contra la ortodoxia
establecida sólo para caer en otras ortodoxias, en otras ilusiones y en ocultas
indulgencias para sí mismos. Lo que generalmente sucede es que nos separamos de
un grupo o de un círculo de ideales y nos identificamos con otros grupos u
otros ideales creando así una nueva norma de pensamiento contra la cual
tendremos que rebelarnos más adelante. La reacción sólo produce oposición y la
reforma necesita reformas ulteriores.
Pero hay una rebeldía inteligente que no es reacción y que viene
del conocimiento propio, como consecuencia de la comprensión de nuestros
pensamientos y sentimientos. Es sólo cuando nos enfrentamos con la experiencia
tal como se presenta sin evitar perturbaciones, que mantenemos alerta nuestra
inteligencia; y la inteligencia sumamente alerta es intuición, que es la única
verdadera guía de la vida.
Ahora bien, ¿qué significa la vida? ¿Para qué vivimos y luchamos?
Si nos educamos simplemente para lograr honores, alcanzar una buena posición, o
ser más eficientes, o poder dominar a los demás, entonces nuestras vidas
estarán vacías y carecerán de profundidad. Si sólo nos educamos para ser
científicos, eruditos aferrados a los libros, o especialistas apasionados por
el conocimiento, entonces estaremos contribuyendo a la destrucción y a la
miseria del mundo.
Aunque existe una más alta y más noble significación de la vida,
¿qué valor tiene la educación si no la descubrimos jamas? Podemos ser muy
instruidos, pero si no tenemos una honda integración de pensamiento y
sentimiento, nuestras vidas resultan incompletas, contradictorias y
atormentadas por innumerables temores; y mientras la educación no cultive una
visión integral de la vida, tiene muy poca significación.
En nuestra civilización actual hemos dividido la vida en tantos
departamentos que la educación tiene muy poco significado, excepto cuando
aprendemos una profesión o una técnica determinada. En vez de despertar la
inteligencia integral del individuo la educación lo estimula para que se ajuste
a un molde; y por lo tanto, le impide la comprensión de sí mismo como un
proceso total. Intentar resolver los muchos problemas de la vida en sus
respectivos niveles, separados como están en varias categorías, indica una
completa falta de comprensión.
El individuo se compone de diferentes entidades, pero acentuar
esas diferencias y estimular el desarrollo de un tipo definido, conduce a
muchas complejidades y contradicciones. La educación debe efectuar la
integración de estas separadas entidades, porque sin integración la vida se
convierte en una serie de conflictos y sufrimientos. ¿De qué vale que nos
hagamos abogados, si perpetuamos los pleitos? ¿De qué vale el conocimiento, si
continuamos en la confusión? ¿De qué valen las habilidades técnicas e
industriales si las usamos para destruirnos? ¿Cuál es el valor de la existencia
si nos ha de llevar a la violencia y a la completa desdicha? Aunque tengamos
dinero o podamos ganarlo, aunque disfrutemos de nuestros placeres y tengamos
nuestras organizaciones religiosas, estamos en conflicto con nosotros mismos.
Debemos establecer la diferencia entre lo personal y lo
individual. Lo personal es accidental; y entiendo por accidental las
circunstancias de nacimiento, el ambiente en que nos hemos criado, con su
nacionalismo, sus supersticiones, sus diferencias de clase y sus prejuicios. Lo
personal o accidental es solo momentáneo, aunque ese momento dure toda una
vida. Y como los actuales sistemas educativos están basados en lo personal,
accidental o momentáneo, tienen como resultado la perversión del pensamiento y
la inculcación de temores para la propia defensa.
Todos nosotros hemos sido adiestrados por la educación y el
ambiente para buscar el medio personal y la seguridad, y para luchar en
beneficio propio. Aunque lo disimulemos con eufemismos, hemos sido educados
para las varias profesiones dentro de un sistema basado en la explotación y el
miedo adquisitivo. Tal adiestramiento tiene inevitablemente que traer confusión
y miseria para nosotros y para el mundo, porque crea en cada individuo barreras
psicológicas que lo separan y lo mantienen aislado de los demás.
La educación no es meramente asunto de adiestrar la mente. La
instrucción contribuye a la eficiencia, pero no produce integración. Una mente
educada de esta manera es la continuación del pasado, y no está en condiciones
de descubrir lo nuevo. Por eso, para averiguar en qué consiste la verdadera
educación, tenemos que examinar la total significación de la vida.
Para la mayor parte de nosotros el significado de la vida como un
todo no es de primordial importancia, y nuestra educación subraya los valores
secundarios haciéndonos simples conocedores de alguna rama del saber. Aunque el
saber y la eficiencia son necesarios, el recalcarlos demasiado sólo nos lleva
al conflicto y a la confusión.
Hay una eficacia inspirada por el amor, que va mucho más lejos y
es mucho más grande que la eficacia inspirada por la ambición; y sin amor, que
es lo que nos da una comprensión integral de la vida, la eficacia sólo engendra
crueldad. ¿No es esto lo que está sucediendo actualmente en todas partes del
mundo? Nuestra educación actual está acoplada a la industrialización y a la
guerra, siendo su fin principal desarrollar la eficiencia, y nosotros nos
encontramos capturados en esta maquinaria de competencia despiadada y mutua
destrucción. Si la educación nos ha de llevar a la guerra, si nos enseña a
destruir o ser destruidos, ¿no ha fracasado totalmente?
Para lograr la verdadera educación, debemos evidentemente
comprender el significado de la vida integral, y para ello tenemos que adquirir
la capacidad de pensar con rectitud y veracidad, más bien que seguir una línea
de pensamiento. Un pensador consecuente es una persona irreflexiva, porque se
ajusta a una norma. Repite frases y piensa rutinariamente a lo largo de un
surco. No podemos comprender la existencia de un modo abstracto o teórico.
Comprender la vida es comprendernos a nosotros mismos y esto es conjuntamente
el principio y el fin de la educación.
La educación no es la simple adquisición de conocimientos, ni
coleccionar y correlacionar datos, sino ver el significado de la vida como un
todo. Pero el todo no se puede entender desde un solo punto de vista, que es lo
que intentan hacer los gobiernos, las religiones organizadas y los partidos
autoritarios.
La función de la educación es crear seres humanos integrados, y
por lo tanto, inteligentes. Podemos adquirir títulos y ser eficientes en el
aspecto mecánico sin ser inteligentes. La inteligencia no es mera información;
no se deriva de los libros ni consiste en la capacidad de reaccionar hábilmente
en defensa propia o de hacer afirmaciones agresivas. Uno que no haya estudiado
puede ser más inteligente que un erudito. Medimos la inteligencia en términos
de títulos y exámenes y hemos desarrollado mentes astutas que esquivan los
vitales problemas humanos. Inteligencia es la capacidad para percibir lo
esencial, lo que «es» y educación es el proceso de despertar esta capacidad en
nosotros mismos y en los demás.
La educación debe ayudarnos a descubrir valores permanentes para
que no nos conformemos meramente con fórmulas y lemas. La educación nos debe
ayudar a demoler las barreras sociales y nacionales en lugar de reforzarlas,
porque estas crean antagonismos entre los hombres. Desgraciadamente el actual
sistema de educación nos torna seres serviles, mecánicos y profundamente
irreflexivos. Aunque nos despierta el intelecto, interiormente nos deja
incompletos, estúpidos, incapaces de crear.
Sin una comprensión integral de la vida, nuestros problemas
individuales y colectivos crecen y se agudizan en todos sentidos. El objetivo
de la educación no es sólo producir simples eruditos, técnicos y buscadores de
empleos, sino hombres y mujeres integrados, libres de temor, porque sólo entre
tales seres humanos puede haber paz duradera.
En la comprensión de nosotros mismos el temor se desvanece. Si el
individuo ha de luchar con la vida de momento a momento; si ha de hacer frente
a sus complejidades, a sus miserias y repentinas exigencias, tiene que ser
infinitamente flexible, y por lo tanto, estar libre de teorías y normas
determinadas de pensamiento.
La educación no debe estimular al individuo a que se ajuste a la
sociedad, ni a que se manifieste en armonía negativa con ella, sino que debe
ayudarlo a descubrir los verdaderos valores que surgen como resultado de la
investigación desapasionada y de la comprensión de sí mismo. Cuando no hay
conocimiento propio, la autoexpresión se convierte en autoafirmación, con todos
sus conflictos ambiciosos y agresivos. La educación debe despertar en el
individuo la capacidad para comprenderse a sí mismo, y no simplemente
entregarse a la complacencia de la autoexpresión.
¿De qué sirve instruirse si en el proceso de vivir nos estamos
destruyendo? Ante la serie de guerras devastadoras que hemos sufrido una tras
otra, tenemos que llegar a la conclusión obvia de que hay algo radicalmente
erróneo en la educación de nuestros niños. Creo que la mayor parte de nosotros
nos damos cuenta de ello, pero no sabemos cómo afrontar el problema.
Los sistemas educativos o políticos no cambian misteriosamente; se
transforman cuando nosotros cambiamos fundamentalmente. El individuo es de
primordial importancia, no el sistema; y mientras el individuo no comprenda el
proceso total de su propia existencia, no hay sistema, sea de derecha o de
izquierda, que pueda traer orden y paz al mundo.
CAPITULO 1 Del libro La educación y el significado de la vida. Por JIDDU KRISHNAMURTI.
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