domingo, 7 de octubre de 2012
La educación y la paz mundial
Para descubrir qué papel desempeñará la educación en la presente
crisis mundial, debemos entender cómo ha ocurrido. Es evidentemente el
resultado de los falsos valores en nuestras relaciones con la gente, con la
propiedad y con las ideas. Si nuestras relaciones con otros se basan en el
propio engrandecimiento, y nuestra relación con la propiedad es adquisitiva, la
estructura de la sociedad tiene que ser de competencia y de propio aislamiento.
Si en nuestra relación con las ideas justificamos una ideología en oposición a
otra, los resultados inevitables son la mutua desconfianza y la mala voluntad.
Otra causa del presente caos es la dependencia de la autoridad, de
los líderes, ya sea en la vida diaria, en una pequeña escuela o en la
universidad. Los líderes y su autoridad son factores deteriorantes en cualquier
cultura. Cuando seguimos a otro, no hay comprensión, solo temor y sometimiento,
que eventualmente conducen a la crueldad del Estado totalitario y al dogmatismo
de la religión organizada.
Tener confianza en los gobiernos, buscar en las organizaciones y
autoridades la paz que debe empezar por la comprensión de nosotros mismos, es
crear nuevos y más complicados conflictos; y no puede haber felicidad duradera
mientras aceptemos un orden social en el que hay lucha sin fin y antagonismo
entre los hombres. Si queremos cambiar las condiciones existentes, tenemos que
empezar por transformarnos nosotros mismos, lo cual significa que debemos
comprender nuestras acciones, pensamientos y sentimientos en la vida diaria.
Pero nosotros realmente no queremos paz, no queremos poner fin a
la explotación. No permitiremos que nadie intervenga con nuestra avaricia, ni
que se alteren los cimientos de nuestra estructura social del presente;
queremos que las cosas continúen como están, con sólo modificaciones
superficiales, y así los poderosos, los astutos, inevitablemente gobiernan
nuestras vidas.
La paz no se alcanza por medio de ninguna ideología; no depende de
ninguna legislación; sólo vendrá cuando nosotros, como individuos, comencemos a
entender nuestros propios procesos psicológicos Si evitamos la responsabilidad
de actuar como individuos y esperamos que algún nuevo sistema establezca la
paz, nos convertiremos simplemente en esclavos de este sistema.
Cuando los gobiernos, los dictadores, las grandes empresas y el
clericalismo poderoso comiencen a ver que este creciente antagonismo entre los
hombres sólo conduce a la destrucción general, y que por lo tanto ya no es
provechoso, entonces nos podrán obligar por medio de una legislación u otros
métodos compulsivos, a reprimir nuestros anhelos y ambiciones personales y a
cooperar al bienestar de la humanidad. Así como ahora nos educan y estimulan
para competir sin misericordia, nos obligarán luego al mutuo respeto y a
trabajar para la totalidad del mundo.
Y aunque estemos todos bien nutridos, vestidos y guarecidos, no
estaremos libres de nuestros conflictos y antagonismos, que únicamente habrán
cambiado de plano donde serán todavía más diabólicos y devastadores. La única
acción moral o justa es la voluntaria, y sólo la comprensión puede traer paz y
felicidad al hombre.
Las creencias, las ideologías y las religiones organizadas, nos
colocan frente a nuestros vecinos. Hay conflicto no sólo entre las sociedades
distintas, sino también entre los grupos dentro de la misma sociedad. Debemos
darnos cuenta de que mientras nos identifiquemos con un país, mientras nos
aterremos a la seguridad, mientras estemos condicionados por los dogmas, habrá
lucha y miseria dentro de nosotros y en el mundo.
Luego tenemos el problema total del patriotismo. ¿Cuándo nos
sentimos patriotas? No es evidentemente una emoción de todos los días. Pero se
nos estimula cuidadosamente a ser patriotas por medio de los libros de texto,
de los periódicos y de otros canales de propaganda, que estimulan el egoísmo
racial mediante el elogio de los héroes nacionales y diciéndonos que nuestro
país y nuestro modo de vida son mejores que los otros. Este espíritu patriótico
nutre nuestra vanidad desde la infancia hasta la vejez.
La aseveración, constantemente repetida, de que pertenecemos a un
determinado grupo político o religioso, de que somos de esta nación o de
aquélla, halaga nuestro pequeño yo, lo infla como la vela de una embarcación,
hasta que nos sentimos dispuestos a matar o a morir por nuestro país, nuestra
raza o nuestra ideología. ¡Es todo tan estúpido y antinatural! Indudablemente
los seres humanos son más importantes que los linderos nacionales o
ideológicos.
El espíritu separatista del nacionalismo se está extendiendo como
el fuego por todo el mundo. Se cultiva el patriotismo y se explota hábilmente
por los que buscan más expansión, más amplio poder, más grandes riquezas; y
cada uno de nosotros participa en este proceso porque también deseamos estas
cosas. La conquista de otras tierras y otros pueblos provee nuevos mercados
para el comercio, como también para las ideologías políticas y religiosas.
Uno debe ver todas estas expresiones de violencia y antagonismo
con mente libre de prejuicios; es decir, con mente que no se identifica con
ningún país, ninguna raza o ideología, sino que procura hallar la verdad. Hay
gran gozo en ver una cosa con claridad, sin la influencia de las ideas o
instrucciones de otros, ya sea del gobierno de los especialistas o de los
grandes intelectuales. Una vez que veamos realmente que el patriotismo es un
obstáculo para la felicidad humana, no tenemos que luchar contra esta falsa
emoción en nuestro ser nos habrá abandonado para siempre
El nacionalismo, el espíritu patriótico, la conciencia de clase y
raza, son todas expresiones del yo, y por lo tanto separativas. Después de
todo, ¿qué es una nación sino un grupo de individuos que viven juntos por
razones económicas y de propia protección? Del miedo y de la adquisitiva
defensa propia nace la idea de «mi país», con sus fronteras y barreras
tarifarías que hacen imposible la hermandad y la unidad del hombre.
El deseo de ganancia y de posesión, el anhelo e identificación con
algo superior a nosotros, crea e espíritu de nacionalismo, y el nacionalismo
engendra la guerra. En todos los países, el gobierno, estimulado por la
religión organizada, sostiene el nacionalismo y el espíritu separatista. El
nacionalismo es una enfermedad, y no podrá jamás realizar la unidad mundial. No
podemos alcanzar la salud mediante una enfermedad, tenemos primero que
libertarnos de la enfermedad.
Es porque somos nacionalistas y estamos listos para defender
nuestros Estados soberanos, nuestras creencias y nuestras posesiones, que
tenemos que estar perpetuamente armados. La propiedad y las ideas han llegado a
ser para nosotros más importantes que la vida humana; así, pues, hay constante
antagonismo y violencia entre nosotros y el resto de la humanidad. Al mantener
la soberanía de nuestro país, destruimos a nuestros hijos; al rendir culto al
Estado, que es sólo una proyección de nosotros mismos, sacrificamos a nuestros
hijos por nuestra propia satisfacción. El nacionalismo y los gobiernos soberanos
son las causas y los instrumentos de la guerra.
Nuestras actuales instituciones sociales no pueden evolucionar
hacia una federación mundial porque sus mismos cimientos son falsos. Los
parlamentos y los sistemas educativos que defienden la soberanía nacional y
destacan la importancia del grupo jamás pondrán fin a la guerra. Cada grupo
separado de personas, con sus gobernantes y gobernados, es germen de guerra. A
menos que alteremos fundamentalmente las presentes relaciones entre los
hombres, la industria inevitablemente nos llevará a la confusión y será un
instrumento de destrucción y miseria; mientras haya violencia y tiranía, engaño
y propaganda, la fraternidad del género humano no puede realizarse.
Educar a la gente sólo para ser maravillosos ingenieros,
brillantes científicos, hábiles ejecutivos, o buenos trabajadores, nunca
llegará a unir a los opresores con los oprimidos; y podemos ver que nuestro
actual sistema educativo, instigador de las muchas causas que provocan
enemistad y odio entre los seres humanos, no ha impedido el asesinato en masa
en nombre de la patria o en nombre de Dios
Las religiones organizadas, con su autoridad temporal y
espiritual, son igualmente incapaces de traer la paz al hombre, porque son
también el resultado de nuestra ignorancia y de nuestro temor, de nuestros
artificios y egoísmos.
Con el anhelo de seguridad aquí o en el más allá, creamos
instituciones e ideologías que garanticen esa seguridad; pero mientras más
luchemos por la seguridad, menos la tendremos. El deseo de seguridad crea
divisiones y aumenta el antagonismo. Si nosotros sentimos y entendemos la
verdad de esto, no sólo verbal o intelectualmente, sino con todo nuestro ser,
entonces comenzaremos a cambiar fundamentalmente nuestras relaciones con
nuestros semejantes en el mundo inmediato que nos rodea; y solo entonces existe
la posibilidad de alcanzar unidad y fraternidad.
A la mayor parte de nosotros nos consumen los temores de todas
clases, y estamos grandemente preocupados por nuestra propia seguridad.
Esperamos que por algún milagro no haya más guerras, mientras acusamos a otros
grupos nacionales de ser los instigadores de las guerras y ellos a su vez nos
culpan a nosotros del desastre. Aunque la guerra es un factor perjudicial a la
sociedad, nos preparamos para la guerra y desarrollamos en la juventud el
espíritu militar.
Pero, ¿tiene acaso el entrenamiento militar lugar alguno en la
educación? Todo depende de la clase de seres humanos que queramos que sean
nuestros hijos. Si queremos que sean eficientes guerreros, entonces el
entrenamiento militar es necesario. Si queremos disciplinarlos y regimentar sus
mentes, si nuestro propósito es hacerlos nacionalistas, y por lo tanto,
irresponsables con la sociedad como un todo, entonces el entrenamiento militar
es un buen medio para conseguirlo. Si queremos la muerte y la destrucción, el
entrenamiento militar es evidentemente importante. La función de los generales
es planear y hacer la guerra; y si nuestra intención es estar en batalla
constante con nuestros vecinos, entonces, por supuesto, tengamos más generales.
Si vivimos sólo para tener luchas interminables dentro de nosotros
y con los demás, si nuestro deseo es perpetuar el derramamiento de sangre y la
miseria, entonces debe haber más soldados, más políticos, más enemistad, que es
lo que está sucediendo actualmente. La civilización moderna está basada en la
violencia, y está, por lo tanto, cortejando a la muerte. Mientras adoremos la
fuerza, la violencia será nuestro medio de vida. Pero si queremos paz, si
queremos buenas relaciones entre los hombres, sean cristianos, hindúes, rusos o
americanos, si queremos que nuestros hijos sean seres humanos integrados,
entonces el entrenamiento militar es un absoluto impedimento, es el camino
erróneo para alcanzar nuestro fin.
Una de las principales causas de odio y lucha es la creencia de
que una raza o clase particular es superior a otra. El niño no tiene conciencia
de raza ni de clase. Es el hogar o el ambiente escolar, o ambos, los que le
hacen sentirse inclinado a la separatividad. Al niño no le importa que su
compañero de juegos sea negro, judío, brahmán u otra cosa; pero la influencia
de la total estructura social está constantemente influyendo en su mente,
afectándolo y modelándolo.
Aquí, una vez más, el problema no está en el niño, sino en los
adultos, que han creado un ambiente absurdo de separación y falsos valores.
¿Qué base real existe para establecer diferencias entre los seres
humanos? Nuestros cuerpos pueden ser diferentes en estructura y color, nuestros
rostros pueden ser distintos; pero por dentro somos bastante parecidos:
orgullosos, ambiciosos, envidiosos, violentos, sexuales, anhelosos de poder, y
así sucesivamente. Quitémonos el rótulo y quedaremos bien desnudos; pero no
queremos enfrentarnos a nuestra desnudez y es por eso que insistimos en la
etiqueta, lo cual indica cuán inmaduros y cuán infantiles realmente somos.
Para que el niño crezca libre de prejuicios, tenemos primero que
destruir todo prejuicio dentro de nosotros y luego los de nuestro ambiente, lo
cual significa destruir completamente la estructura de esta sociedad insensata
que hemos formado. En el hogar podemos decir al niño qué absurdo es tener
conciencia de la clase o raza a que uno pertenece, y él convendrá probablemente
con nosotros; pero cuando va a la escuela y juega con otros niños, se contamina
del espíritu separatista. O puede suceder lo contrario: el hogar puede ser
tradicional, de criterio estrecho, y la influencia de la escuela puede ser
liberal. De cualquier manera, siempre hay una constante batalla entre el
ambiente del hogar y el de la escuela, y el niño se encuentra cogido entre las
dos influencias.
Para criar al niño cuerdamente, para ayudarlo a ser perceptivo, de
modo que capte estos estúpidos prejuicios, tenemos que estar en íntimo contacto
con él. Tenemos que hablar con él de estas cosas, y dejarlo que escuche
conversaciones inteligentes; tenemos que avivarle el espíritu de investigación
y de rebeldía que ya existen en él, para así ayudarle a descubrir por sí mismo
lo que es verdadero y lo que es falso.
Es la investigación constante, la verdadera insatisfacción, lo que
despierta la inteligencia creadora; pero mantener despierto el espíritu de
investigación y descontento es extremadamente difícil; y la mayor parte de la
gente no quiere que sus hijos tengan esa clase de inteligencia, porque es muy
embarazoso vivir con alguien que constantemente está discurriendo sobre los
valores aceptados.
Todos nosotros estamos descontentos cuando somos jóvenes; pero
desgraciadamente nuestro descontento pronto se desvanece, asfixiado por nuera
tras tendencias imitativas y nuestro culto a la autoridad. Según vamos
envejeciendo comenzamos a cristalizarnos y a sentirnos satisfechos y recelosos.
Nos hacemos ejecutivos, sacerdotes, empleados de banco, directores de fábricas,
técnicos, y comenzamos a deteriorarnos. Puesto que deseamos conservar nuestros
puestos, defendemos la sociedad destructora que nos ha colocado en ellos y nos
ha dado alguna medida de seguridad.
El control de la educación en manos del gobierno es una calamidad.
Porque no hay esperanza de paz ni de orden en el mundo, mientras la educación
del pueblo sea la servidora del Estado o de las religiones organizadas. No
obstante, los gobiernos siguen encargándose del niño y su futuro; y si no es el
gobierno, son las organizaciones religiosas las que buscan el control de la
educación.
Este condicionamiento de la mente del niño para que se ajuste a
una particular ideología ya sea política o religiosa, engendra enemistad entre
los hombres. En una sociedad en que existe la competencia no podemos tener
confraternidad, y ninguna reforma, dictadura o método educativo podría crearla.
Mientras usted sea neozelandés, y yo hindú, es absurdo hablar de
unidad del género humano. ¿Cómo vamos a unirnos como seres humanos, si usted en
su país y yo en el mío, conservamos nuestros respectivos prejuicios religiosos
y formas económicas? ¿Cómo puede haber fraternidad mientras el patriotismo
separa al hombre del hombre, y millones de seres están restringidos por
condiciones económicas deprimentes, en tanto que otros gozan de la abundancia?
¿Cómo puede haber unidad entre los hombres cuando las creencias nos dividen,
cuando hay dominio de un grupo por otro, cuando los ricos son poderosos y los
pobres tratan de alcanzar ese mismo poder, cuando hay mala distribución de las
tierras, cuando unos pocos están bien nutridos mientras las multitudes se
mueren de hambre?
Una de nuestras dificultades es que nosotros no tratamos estos
asuntos con sinceridad, porque no queremos que se nos perturbe. Preferimos
alterar las cosas solamente en forma ventajosa para nosotros; por eso no
sentimos profunda preocupación debido a nuestra propia vaciedad y crueldad.
¿Podremos alcanzar la paz por medios violentos? ¿Será que la paz
se puede conseguir gradualmente por medio del proceso lento del tiempo?
Seguramente, el amor no es un asunto de entrenamiento, ni es cuestión de
tiempo. Las últimas dos guerras se libraron para defender la democracia, me
parece; y ahora nos preparamos para otra aún más grande y más destructora, y la
gente es menos libre. ¿Pero qué sucedería si echáramos a un lado tales
evidentes obstáculos del entendimiento como son la autoridad, las creencias, el
nacionalismo, y todo el espíritu jerárquico? Seríamos gente sin autoridad,
seres humanos en relación directa unos con otros y entonces, tal vez, habría
amor y compasión.
Lo esencial en la educación, como en cualquier otro campo, es que
la gente sea comprensiva y afectuosa, cuyos corazones no estén llenos de frases
huecas, ni de los intereses que crea la mente.
Si la vida ha de vivirse felizmente, con pensamiento, con cuidado,
con afecto, entonces es muy importante que nos entendamos, y si deseamos formar
una sociedad verdaderamente iluminada debemos tener educadores que entiendan
los procesos de la integración, y que sean por lo tanto capaces de impartir ese
entendimiento a sus alumnos.
Tales educadores serían un peligro para la actual estructura
social. Pero realmente no queremos establecer una sociedad culta; y cualquier
maestro que, percibiendo la plena significación de la paz, comenzara a señalar
el verdadero significado del nacionalismo y la estupidez de la guerra, pronto
perdería su empleo. Sabiendo esto, la mayor parte de los maestros transigen y,
por lo tanto, ayudan a mantener el actual sistema de explotación y violencia.
Indudablemente que para descubrir la verdad tiene que haber
libertad de toda lucha, tanto con nosotros mismos como con nuestros vecinos.
Cuando no estamos en conflicto con nosotros mismos, no estamos en conflicto con
los demás. Es la lucha interna que se proyecta hacia afuera la que se convierte
en conflicto mundial.
La guerra es una proyección espectacular y sangrienta de nuestro
diario vivir. Precipitamos la guerra con nuestra manera de vivir; y sin una
transformación en nosotros, tienen que seguir existiendo los antagonismos
raciales y nacionales, las disputas infantiles por ideologías, la
multiplicación de soldados, los saludos a las banderas y todas las numerosas
brutalidades que contribuyen a crear el asesinato organizado.
La educación en todos los ámbitos del mundo ha fracasado; ha
aumentado la destrucción y la miseria. Los gobiernos adiestran a los jóvenes
para que sean los soldados y técnicos eficientes que necesitan; la
regimentación y el prejuicio se cultivan y se imponen. Tomando estos hechos en
consideración, tenemos que escudriñar el sentido de la existencia y el
significado y la finalidad de nuestras vidas. Tenemos que descubrir los
procedimientos benéficos de crear un nuevo ambiente, porque el ambiente puede
hacer de un niño un bruto, un especialista insensible, o le ayuda a convertirse
en un ser humano, sensible e inteligente. Tenemos que crear un gobierno
mundial, que sea radicalmente diferente, que no esté cimentado en la fuerza ni
en el nacionalismo, ni en ninguna ideología.
Todo esto implica la comprensión de nuestra responsabilidad en
nuestras mutuas relaciones; pero para entender nuestra responsabilidad debe
haber amor en nuestros corazones, no solamente ciencia y conocimiento. Cuanto
más grande sea nuestro amor, más profunda será su influencia en la sociedad.
Pero nosotros somos todo cerebro y nada corazón; cultivamos el intelecto y
despreciamos la humildad. Si nosotros amáramos realmente a nuestros hijos, nos
esforzaríamos por salvarlos y protegerlos, y no permitiríamos que fuesen
sacrificados en las guerras.
Yo creo que nosotros realmente queremos las armas; nos gusta la
ostentación del poder militar, los uniformes, los ritos, las francachelas, el
ruido, la violencia. Nuestra vida diaria es un reflejo en miniatura de esta
misma superficialidad brutal y nos estamos destruyendo a través de la envidia y
la irreflexión.
Queremos ser ricos; y mientras más ricos somos, más crueles nos
volvemos, afín cuando contribuyamos con grandes sumas de dinero para la caridad
y la educación. Habiéndole robado a la víctima, le devolvemos un poco de los
despojos, y a esto le llamemos filantropía. Creo que no nos damos cuenta de las
catástrofes que estamos forjando. La mayor parte de nosotros vivimos cada día
tan rápida y tan irreflexivamente como nos es posible, y dejamos al gobierno y
a los astutos políticos la dirección de nuestras vidas.
Todos los gobiernos soberanos tienen que prepararse para la
guerra, y nuestro propio gobierno no puede ser la excepción. Para que los ciudadanos
sean eficientes en la guerra, para que estén bien preparados para el
cumplimiento efectivo de sus deberes, los gobiernos tienen evidentemente que
guiarlos y dominarlos. Tienen que educarlos para que actúen como máquinas, que
sean cruelmente eficientes. Si el objetivo y el fin de la vida es destruir o
ser destruido, entonces la educación debe estimular la crueldad; y yo no estoy
del todo seguro de que en realidad esto no es lo que deseamos en nuestro fuero
interno, porque la crueldad corre pareja con el culto del éxito
El Estado soberano no quiere que sus ciudadanos sean libres ni que
piensen por sí mismos, y los dirige, por medio de propaganda, de la
interpretación errónea de la historia y por otros medios. Y es por esto que la
educación se convierte cada vez más en un procedimiento para enseñar «qué» pensar, y no cómo pensar. Si pensáramos con independencia de criterio con
respecto a los sistemas políticos prevalecientes, seríamos peligrosos; las
instituciones libres podrían despedir a los pacifistas o a los que pensaran de
manera contraria al régimen existente.
La verdadera educación es incontrovertiblemente un peligro para
los gobiernos soberanos y por eso cursan sutiles o severos medios para
impedirla. La educación y la alimentación en manos de los pocos se han
convertido en medios para dominar al hombre, y los gobiernos, ya sean de
izquierda o de derecha, no se preocupan mientras somos máquinas eficientes para
producir mercancías y balas.
Ahora bien, el hecho de que esto está ocurriendo en otras partes
del mundo, significa que nosotros, los ciudadanos y educadores que somos
responsables de los gobiernos existentes, no nos preocupamos fundamentalmente
con respecto a si hay libertad o esclavitud, paz o guerra, bienestar o miseria
para el hombre. Queremos una pequeña reforma aquí y allá; pero la mayor parte
de nosotros tememos destruir la sociedad actual y edificar una estructura
completamente nueva, porque esto necesariamente conllevaría una transformación
radical en nosotros mismos.
Por otra parte, hay quienes instigan a efectuar una revolución
violenta. Habiendo contribuido a establecer el orden social del presente con
todos sus conflictos, confusiones y miserias, quieren ahora organizar una
sociedad perfecta. Pero, ¿puede alguno de nosotros organizar una sociedad
perfecta, cuando hemos sido nosotros los progenitores de la presente sociedad?
Creer que la paz puede alcanzarse por medios violentos es sacrificar el
presente por un ideal futuro; y esta búsqueda de un objetivo verdadero por
medios erróneos es una de las causas del desastre actual.
La expansión y el predominio de los valores sensuales crea
necesariamente el veneno del nacionalismo, de las fronteras económicas, de los
gobiernos soberanos y del espíritu patriótico, todo lo cual excluye la cooperación
del hombre con el hombre y corrompe las relaciones humanas, que constituyen la
sociedad. La sociedad es la relación que une a los hombres entre si; y sin
entender profundamente esta relación, no en un determinado nivel, sino
integralmente, como un proceso total, tenemos que crear nuevamente la misma
clase de estructura social, aun cuando sea superficialmente modificada.
Si hemos de cambiar radicalmente nuestras relaciones humanas
actuales, que han traído indecible miseria al mundo, nuestra única e inmediata
tarea es transformarnos nosotros mismos por el autoconocimiento. Así volvemos
al punto central, que lo constituye el yo; pero esquivamos ese punto y pasamos
la responsabilidad a los gobiernos, a las religiones y a las ideologías. El
gobierno es lo que somos nosotros; las religiones y las ideologías no son sino
proyecciones de nosotros mismos; y a menos que cambiemos fundamentalmente, no
puede haber ni verdadera educación ni un mundo pacífico.
La seguridad externa para todos será una realidad cuando haya amor
e inteligencia; y puesto que hemos creado un mundo de conflictos y de miserias,
en el cual la seguridad externa se está volviendo rápidamente imposible para
todos, ¿no indica esto la completa futilidad de la educación pasada y presente?
Nuestra responsabilidad directa como padres y maestros es abandonar el método
tradicional de pensar, y no depender meramente de los expertos y sus
investigaciones. La eficiencia técnica nos ha dado cierto grado de capacidad
para ganar dinero, y es por eso que la mayoría de nosotros estamos satisfechos
con la estructura social del presente; pero el verdadero educador está
interesado sólo en, el recto vivir, en la verdadera educación y en los
procedimientos más correctos de ganar el total sustento diario.
Mientras más irresponsables seamos en estas cuestiones, más
intervención tendrá el Estado en la responsabilidad total. Nos estamos
enfrentando, no con una crisis política o religiosa, sino con una crisis de
deterioro humano, que ningún partido político ni sistema económico puede
impedir.
Otro desastre más grande todavía se aproxima peligrosamente, y la
mayoría de nosotros no hace nada para evitarlo. Seguimos nuestro curso día tras
día, como lo hemos hecho anteriormente: no queremos despojarnos de nuestros
falsos valores y empezar de nuevo. Queremos hacer una reforma de retazos, que
sólo nos conduce a problemas que requieren más reformas. Pero el edificio se
nos está desmoronando; las paredes están cediendo y el fuego lo está
destruyendo. Debemos abandonar el edificio y comenzar a construir sobre un
solar nuevo con diferentes cimientos y con diferentes valores.
No podemos descartar el conocimiento técnico; pero podemos
comprender internamente nuestra fealdad, nuestra crueldad, nuestros engaños y
deshonestidades, nuestra completa falta de amor. Sólo librándonos
inteligentemente del espíritu de nacionalismo, de la envidia y de la sed de
poder, podemos establecer un nuevo orden social.
La paz no se conseguirá jamás con reformas de retazos, ni con una
mera reorganización de las viejas ideas y supersticiones. Sólo habrá paz cuando
entendamos lo que está más allá de la superficie, y por lo tanto, detengamos
esta ola de destrucción que se ha desatado por causa de nuestra agresividad y
de nuestros temores; y sólo entonces podrá haber esperanza para nuestros hijos
y salvación para el mundo.
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