martes, 18 de mayo de 2010
Que es trascender el Ego
Precisamente por que el ego, el alma y el Yo (Self) pueden estar presentes al mismo tiempo, no será difícil comprender el sentido verdadero de ausencia del ego – expresión que viene causando inmensa confusión. Ausencia del ego no significa ausencia de un yo (self) funcional (lo cual sería propio de un psicótico y no de un sabio); significa que ya no estamos identificados exclusivamente con aquel yo.
Uno de los muchos motivos de no saber lidiar con la noción de ausencia del ego es que deseamos que nuestros sabios en ego satisfagan nuestras fantasías relativas a santidad o espiritualidad, lo cual, habitualmente, significa que esas personas estén muertas del cuello para abajo, libres de los apetitos o deseos de la carne, eternamente sonrientes. Deseamos que esos santos no pasen por todas las cosas que nos incomodan – dinero, comida, sexo, relaciones, deseos. Los sabios en ego están por encima de todo eso – así lo deseamos. Queremos cabezas que hablen. Consideramos que la religión bastará para librarlos de todos los instintos básicos, de todas las formas de relación, considerando a la religión, no como una orientación para vivir la vida con entusiasmo, sino como guía para evitarla, reprimirla, negarla, huir de ella.
En otras palabras, el hombre típico espera que el sabio espiritual sea menos que una persona, de algún modo liberto de los impulsos confusos, difusos, complejos, pulsantes, compulsivos, que guían a la mayor parte de los seres humanos. Esperamos que nuestros sabios sean la ausencia de todo cuanto nos impulsa. Queremos que no sean siquiera tocados por todas las cosas que nos atemorizan, que nos confunden, que nos atormentan, que nos aturden. Y a esa ausencia, a esa falta, a ese menos que una persona es a lo que frecuentemente denominamos sin ego.
Sin embargo, sin ego no significa menos que una persona; significa más que una persona.
No persona menos, sino persona más – es decir, todas las cualidades normales de la persona, más algunas transpersonales. Pensemos en los grandes yoghis, santos y sabios – desde Moisés a Cristo, a Padmasambhava. No fueron unos amanerados sin fibra, sino dinámicos e instigadores – desde el episodio de los vendedores del Templo hasta la imposición de nuevos rumbos a naciones enteras. Han lidiado con el mundo en sus propios términos, no en términos de una piedad melosa; muchos de ellos han provocado revoluciones sociales significativas, que se han extendido por miles de años. Y así lo hicieron, no porque hubiesen evitado las dimensiones físicas, emocionales y mentales de la humanidad – tampoco al ego, que es el vehículo de todas ellas – sino porque las han asumido con tal garra e intensidad que han sacudido los propios fundamentos del mundo. Indiscutiblemente, estaban además íntimamente conectados con el alma (el psiquismo más profundo) y el espíritu (el Yo informe) – fuente última de su fuerza – pero han expresado esa fuerza y supieron obtener de ella resultados concretos, exactamente por haber asumido, decididamente, las dimensiones menores mediante las cuales ella podría expresarse de modo a ser sentida por todas las personas.
Esos grandes agentes de movilización y cambio no fueron egos pequeños; fueron grandes egos, en la más completa acepción del término, precisamente porque el ego (vehículo funcional del dominio de la mente) puede existir y de hecho existe con el alma (vehículo de lo sutil) y con el Yo (vehículo de lo causal). En la misma medida en que esos grandes maestros han movilizado el dominio de la mente, han movilizado el propio ego, porque el ego es el vehículo de ese reino. No obstante, no se identificaban meramente con su ego (eso sería narcisismo); simplemente lo han percibido conectado a una fuente Cósmica radiante. Los grandes yoghis, santos y sabios han conseguido tanto, precisamente porque no han sido tímidos aduladores, sino grandes egos conectados con su Yo superior, animados por el puro Atman (el puro Yo – yo) que es uno con Brahmán; abrieron la boca y el mundo se estremeció, cayó de rodillas y pudo ver cara a cara al Dios radioso.
Santa Teresa ¿no fue una gran contemplativa? Sí, y Santa Teresa fue la única mujer que reformó una tradición monástica entera (pensemos en esto). Gautama Buda sacudió a la India en sus propios fundamentos. Rumi, Plotino, Bodhidharma, Lady Tsogyal, Lao Tsé, Platón, el Baal Shem Tov – estos hombres y mujeres iniciaron revoluciones en el mundo que han durado cientos, a veces miles de años – cosa que ni Marx, ni Lenin, ni Locke, ni Jefferson, podrían afirmar haber conseguido. Y no procedieron así porque estuviesen muertos del cuello para abajo. No, ellos eran fantásticamente, divinamente grandes egos, ligados profundamente a lo psíquico, que estaba directamente ligado a Dios.
Hay cierta verdad en la noción de trascender el ego: no significa destruir el ego, sino conectarlo a algo más grande. Tal como afirma Nagarjuna, en el mundo relativo, atman es real; en lo absoluto, ni atman ni anatman son reales. Así, en ningún caso annatta corresponde a una descripción correcta de la realidad. El pequeño ego no se evapora; permanece como centro funcional de la actividad en el dominio convencional. Tal como he dicho, perder ese ego significa tornarse un psicótico, no un sabio.
Trascender el ego significa, pues, en verdad trascenderlo, pero incluirlo en una implicación más profunda y más elevada, primeramente en el alma o psiquismo más profundo, después en el Testigo o Yo superior y, entonces, tras la absorción en los niveles precedentes, implicarse, incluirse y abrazarse en la radiación del Uno Sabor. Y esto no significa, por tanto, librarse del pequeño ego, sino, al contrario, habitar en él plenamente, vivirlo con entusiasmo, usarlo como vehículo necesario, a través del cual puedan ser transmitidas las grandes verdades. Alma y espíritu incluyen el cuerpo, las emociones y la mente; no los eliminan.
Toscamente, podemos decir que el ego no es una obstrucción para el Espíritu, sino una radiosa manifestación del Espíritu. Todas las Formas no son sino el Vacío, inclusive la forma del propio ego. No es necesario librarse del ego, sino, simplemente, vivirlo con cierta intensidad.
Cuando la identificación desborda el ego en el Cosmos en general, el ego descubre que el Atman individual es, de hecho, de la misma especie de Brahmán. El Yo superior no es, en verdad, un pequeño ego, y así, en el caso de que estemos presos a nuestro pequeño ego, la muerte y la trascendencia son necesarias. Los narcisistas son, simplemente, personas cuyos egos no son aún lo suficientemente grandes para abrazar el Cosmos entero y, para compensar, intentan convertirse en el propio centro del Cosmos.
No queremos que nuestros sabios tengan grandes egos; ni siquiera deseamos que exhiban cualquier característica evidente. Siempre que un sabio se muestra humano – respecto del dinero, la comida, el sexo, las relaciones – nos sentimos perplejos, porque estamos planeando huir enteramente de la vida, y el sabio que vive la vida nos ofende. Queremos estar fuera, queremos ascender, queremos escapar, y el sabio que asume la vida con placer, la vive totalmente, sube a cada ola de la vida y surfea en ella hasta el final – nos perturba y nos asusta intensamente, profundamente, porque significa que nosotros, también, deberíamos asumir la vida con placer, a todos los niveles, y no simplemente escapar de ella en una nube etérea, luminosa. No queremos que nuestros sabios tengan cuerpo, ego, impulsos, vitalidad, sexo, dinero, relaciones o vida, porque esas son cosas que habitualmente nos torturan y queremos verlas lejos de nosotros. No queremos surfear en las olas de la vida, queremos que las olas desaparezcan. Queremos una espiritualidad formada de humo.
El sabio completo, el sabio no-dual está aquí para demostrarnos lo contrario. Generalmente conocidos como “tántricos”, estos sabios insisten en trascender la vida, viviéndola. Insisten en buscar la liberación en el envolverse, encontrando el nirvana en medio del samsara, hallando la liberación total a través de la completa inmersión. Pasan de manera consciente por los nueve círculos del infierno, seguros de que en ningún otro lugar encontrarían los nueve círculos del cielo. Nada les es extraño porque nada existe que no sea Uno Sabor.
En verdad, el secreto consiste en estar enteramente a gusto en el cuerpo y con sus deseos, con la mente y sus ideas, con el espíritu y su luz. Asumirlos enteramente, plenamente, simultáneamente, puesto que todos sin igualmente manifestaciones de lo Uno y Único Sabor.
Vivenciar la pasión y verla funcionar; penetrar en las ideas y acompañar su brillo; ser absorbido por el Espíritu y despertar para la gloria que el tiempo ha olvidado nombrar. Cuerpo, mente y espíritu, totalmente contenidos, igualmente contenidos, en la conciencia eterna que es la esencia de todo el espectáculo.
En la quietud de la noche, la Diosa susurra. En la luminosidad del día, Dios amado brama. La vida pulsa, la mente imagina, las emociones ondulan, los pensamientos vagan. Qué son todas estas cosas, sino movimientos sin fin de lo Uno Sabor, eternamente jugando con sus propias manifestaciones, susurrando mansamente a quien quiera oírlo: ¿esto no eres tú mismo? Cuando ruge el trueno, ¿no oyes a tu Yo? Cuando irrumpe el rayo, ¿no ves a tu Yo? Cuando las nubes se deslizan mansamente en el cielo, ¿no es tu propio Ser ilimitado, que está haciéndote señas?
Del libro "One Taste", de Ken Wilber
Traducción y notas de Ari Raynsford
Uno de los muchos motivos de no saber lidiar con la noción de ausencia del ego es que deseamos que nuestros sabios en ego satisfagan nuestras fantasías relativas a santidad o espiritualidad, lo cual, habitualmente, significa que esas personas estén muertas del cuello para abajo, libres de los apetitos o deseos de la carne, eternamente sonrientes. Deseamos que esos santos no pasen por todas las cosas que nos incomodan – dinero, comida, sexo, relaciones, deseos. Los sabios en ego están por encima de todo eso – así lo deseamos. Queremos cabezas que hablen. Consideramos que la religión bastará para librarlos de todos los instintos básicos, de todas las formas de relación, considerando a la religión, no como una orientación para vivir la vida con entusiasmo, sino como guía para evitarla, reprimirla, negarla, huir de ella.
En otras palabras, el hombre típico espera que el sabio espiritual sea menos que una persona, de algún modo liberto de los impulsos confusos, difusos, complejos, pulsantes, compulsivos, que guían a la mayor parte de los seres humanos. Esperamos que nuestros sabios sean la ausencia de todo cuanto nos impulsa. Queremos que no sean siquiera tocados por todas las cosas que nos atemorizan, que nos confunden, que nos atormentan, que nos aturden. Y a esa ausencia, a esa falta, a ese menos que una persona es a lo que frecuentemente denominamos sin ego.
Sin embargo, sin ego no significa menos que una persona; significa más que una persona.
No persona menos, sino persona más – es decir, todas las cualidades normales de la persona, más algunas transpersonales. Pensemos en los grandes yoghis, santos y sabios – desde Moisés a Cristo, a Padmasambhava. No fueron unos amanerados sin fibra, sino dinámicos e instigadores – desde el episodio de los vendedores del Templo hasta la imposición de nuevos rumbos a naciones enteras. Han lidiado con el mundo en sus propios términos, no en términos de una piedad melosa; muchos de ellos han provocado revoluciones sociales significativas, que se han extendido por miles de años. Y así lo hicieron, no porque hubiesen evitado las dimensiones físicas, emocionales y mentales de la humanidad – tampoco al ego, que es el vehículo de todas ellas – sino porque las han asumido con tal garra e intensidad que han sacudido los propios fundamentos del mundo. Indiscutiblemente, estaban además íntimamente conectados con el alma (el psiquismo más profundo) y el espíritu (el Yo informe) – fuente última de su fuerza – pero han expresado esa fuerza y supieron obtener de ella resultados concretos, exactamente por haber asumido, decididamente, las dimensiones menores mediante las cuales ella podría expresarse de modo a ser sentida por todas las personas.
Esos grandes agentes de movilización y cambio no fueron egos pequeños; fueron grandes egos, en la más completa acepción del término, precisamente porque el ego (vehículo funcional del dominio de la mente) puede existir y de hecho existe con el alma (vehículo de lo sutil) y con el Yo (vehículo de lo causal). En la misma medida en que esos grandes maestros han movilizado el dominio de la mente, han movilizado el propio ego, porque el ego es el vehículo de ese reino. No obstante, no se identificaban meramente con su ego (eso sería narcisismo); simplemente lo han percibido conectado a una fuente Cósmica radiante. Los grandes yoghis, santos y sabios han conseguido tanto, precisamente porque no han sido tímidos aduladores, sino grandes egos conectados con su Yo superior, animados por el puro Atman (el puro Yo – yo) que es uno con Brahmán; abrieron la boca y el mundo se estremeció, cayó de rodillas y pudo ver cara a cara al Dios radioso.
Santa Teresa ¿no fue una gran contemplativa? Sí, y Santa Teresa fue la única mujer que reformó una tradición monástica entera (pensemos en esto). Gautama Buda sacudió a la India en sus propios fundamentos. Rumi, Plotino, Bodhidharma, Lady Tsogyal, Lao Tsé, Platón, el Baal Shem Tov – estos hombres y mujeres iniciaron revoluciones en el mundo que han durado cientos, a veces miles de años – cosa que ni Marx, ni Lenin, ni Locke, ni Jefferson, podrían afirmar haber conseguido. Y no procedieron así porque estuviesen muertos del cuello para abajo. No, ellos eran fantásticamente, divinamente grandes egos, ligados profundamente a lo psíquico, que estaba directamente ligado a Dios.
Hay cierta verdad en la noción de trascender el ego: no significa destruir el ego, sino conectarlo a algo más grande. Tal como afirma Nagarjuna, en el mundo relativo, atman es real; en lo absoluto, ni atman ni anatman son reales. Así, en ningún caso annatta corresponde a una descripción correcta de la realidad. El pequeño ego no se evapora; permanece como centro funcional de la actividad en el dominio convencional. Tal como he dicho, perder ese ego significa tornarse un psicótico, no un sabio.
Trascender el ego significa, pues, en verdad trascenderlo, pero incluirlo en una implicación más profunda y más elevada, primeramente en el alma o psiquismo más profundo, después en el Testigo o Yo superior y, entonces, tras la absorción en los niveles precedentes, implicarse, incluirse y abrazarse en la radiación del Uno Sabor. Y esto no significa, por tanto, librarse del pequeño ego, sino, al contrario, habitar en él plenamente, vivirlo con entusiasmo, usarlo como vehículo necesario, a través del cual puedan ser transmitidas las grandes verdades. Alma y espíritu incluyen el cuerpo, las emociones y la mente; no los eliminan.
Toscamente, podemos decir que el ego no es una obstrucción para el Espíritu, sino una radiosa manifestación del Espíritu. Todas las Formas no son sino el Vacío, inclusive la forma del propio ego. No es necesario librarse del ego, sino, simplemente, vivirlo con cierta intensidad.
Cuando la identificación desborda el ego en el Cosmos en general, el ego descubre que el Atman individual es, de hecho, de la misma especie de Brahmán. El Yo superior no es, en verdad, un pequeño ego, y así, en el caso de que estemos presos a nuestro pequeño ego, la muerte y la trascendencia son necesarias. Los narcisistas son, simplemente, personas cuyos egos no son aún lo suficientemente grandes para abrazar el Cosmos entero y, para compensar, intentan convertirse en el propio centro del Cosmos.
No queremos que nuestros sabios tengan grandes egos; ni siquiera deseamos que exhiban cualquier característica evidente. Siempre que un sabio se muestra humano – respecto del dinero, la comida, el sexo, las relaciones – nos sentimos perplejos, porque estamos planeando huir enteramente de la vida, y el sabio que vive la vida nos ofende. Queremos estar fuera, queremos ascender, queremos escapar, y el sabio que asume la vida con placer, la vive totalmente, sube a cada ola de la vida y surfea en ella hasta el final – nos perturba y nos asusta intensamente, profundamente, porque significa que nosotros, también, deberíamos asumir la vida con placer, a todos los niveles, y no simplemente escapar de ella en una nube etérea, luminosa. No queremos que nuestros sabios tengan cuerpo, ego, impulsos, vitalidad, sexo, dinero, relaciones o vida, porque esas son cosas que habitualmente nos torturan y queremos verlas lejos de nosotros. No queremos surfear en las olas de la vida, queremos que las olas desaparezcan. Queremos una espiritualidad formada de humo.
El sabio completo, el sabio no-dual está aquí para demostrarnos lo contrario. Generalmente conocidos como “tántricos”, estos sabios insisten en trascender la vida, viviéndola. Insisten en buscar la liberación en el envolverse, encontrando el nirvana en medio del samsara, hallando la liberación total a través de la completa inmersión. Pasan de manera consciente por los nueve círculos del infierno, seguros de que en ningún otro lugar encontrarían los nueve círculos del cielo. Nada les es extraño porque nada existe que no sea Uno Sabor.
En verdad, el secreto consiste en estar enteramente a gusto en el cuerpo y con sus deseos, con la mente y sus ideas, con el espíritu y su luz. Asumirlos enteramente, plenamente, simultáneamente, puesto que todos sin igualmente manifestaciones de lo Uno y Único Sabor.
Vivenciar la pasión y verla funcionar; penetrar en las ideas y acompañar su brillo; ser absorbido por el Espíritu y despertar para la gloria que el tiempo ha olvidado nombrar. Cuerpo, mente y espíritu, totalmente contenidos, igualmente contenidos, en la conciencia eterna que es la esencia de todo el espectáculo.
En la quietud de la noche, la Diosa susurra. En la luminosidad del día, Dios amado brama. La vida pulsa, la mente imagina, las emociones ondulan, los pensamientos vagan. Qué son todas estas cosas, sino movimientos sin fin de lo Uno Sabor, eternamente jugando con sus propias manifestaciones, susurrando mansamente a quien quiera oírlo: ¿esto no eres tú mismo? Cuando ruge el trueno, ¿no oyes a tu Yo? Cuando irrumpe el rayo, ¿no ves a tu Yo? Cuando las nubes se deslizan mansamente en el cielo, ¿no es tu propio Ser ilimitado, que está haciéndote señas?
Del libro "One Taste", de Ken Wilber
Traducción y notas de Ari Raynsford
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