domingo, 21 de noviembre de 2010

LA IDENTIFICACIÓN CON EL CUERPO


Aparte de la identificación con los objetos, otra forma primordial de identificación es con mi cuerpo. Ante todo, el cuerpo es mas­culino o femenino, de manera que el sentido de ser hombre o mujer absorbe buena parte del sentido del ser de la mayoría de las personas. El género se convierte en identidad. La identificación con el género se promueve desde los primeros años de vida y obliga a asumir un papel y a amoldarse a unos patrones condicio­nados de comportamiento que inciden en todos los aspectos de la vida y no solamente en la sexualidad. Es un papel en el cual quedan atrapadas totalmente muchas personas, generalmente en mayor medida en las sociedades tradicionales que en la cultura occidental, donde la identificación con el género comienza a dis­minuir ligeramente. En algunas culturas tradicionales, el peor destino para una mujer es ser soltera o infértil, y lo peor para un hombre es carecer de potencia sexual y no poder producir hijos. La realización en la vida es sinónimo de la realización de la iden­tidad de género.
En Occidente, la apariencia física del cuerpo contribuye en gran medida a nuestro sentido de lo que creemos ser: su vigor o debilidad, su belleza o fealdad en comparación con los demás. Muchas personas consideran que su valor es proporcional a su vigor físico, su apariencia, su estado físico y su belleza externa. Muchas sienten que valen menos porque consideran que su cuer­po es feo o imperfecto.
En algunos casos, la imagen mental o el concepto de "mi cuerpo" es una distorsión completa de la realidad. Una mujer joven, sintiéndose pasada de peso, puede matarse de hambre cuando en realidad es delgada. Ha llegado a un punto en que ya no puede ver su cuerpo, lo único que "ve" es el concepto mental de su cuerpo, el cual le dice, "soy gorda", o "engordaré". En la raíz de esta condición está la identificación con la mente. Ahora que las personas se identifican más con su mente, intensificando la disfunción egotista, ha habido un aumento considerable en la incidencia de la anorexia. La víctima podría comenzar a sanar si pudiera mirar su cuerpo sin la interferencia de sus juicios mentales, o si pudiera al menos reconocer esos juicios por lo que son en lugar de creer en ellos o, mejor aún, si pudiera sentir su cuerpo desde adentro.
Quienes se identifican con su físico, su vigor o sus habilida­des, sufren cuando esos atributos comienzan a desaparecer, lo cual es inevitable, por supuesto. Como su misma identidad se apoyaba en ellos, se ven abocados a la destrucción. Las personas, bien sean bellas o feas, derivan del cuerpo buena parte de su identidad, sea ésta positiva o negativa. Dicho más exactamente, derivan su identidad del pensamiento del yo que asignan erróneamente a la imagen o el concepto de su cuerpo, el cual no es más que una forma física que comparte la suerte de todas las formas: la transitoriedad y, finalmente, el deterioro.
Equiparar con el "yo" al cuerpo físico percibido por los senti­dos, el cual está destinado a envejecer, marchitarse y morir, siem­pre genera sufrimiento tarde o temprano. Abstenerse de identifi­carse con el cuerpo no implica descuidarlo, despreciarlo o dejar de interesarse por él. Si es fuerte, bello y vigoroso, podemos disfrutar y apreciar esos atributos, mientras duren. También podemos me­jorar la condición del cuerpo mediante el ejercicio y una buena alimentación. Cuando no equiparamos el cuerpo con la esencia de lo que somos, cuando la belleza desaparece, el vigor disminuye o no podemos valernos por nosotros mismos, nuestro sentido de valía o de identidad no sufre de ninguna manera. En realidad, cuando el cuerpo comienza a debilitarse la luz de la conciencia puede brillar más fácilmente a través del desvanecimiento de la forma.
No son solamente las personas que poseen cuerpos hermosos o casi perfectos quienes tienen mayor probabilidad de equipararlo con su ser. Podemos identificarnos fácilmente también con un cuerpo "problemático" y convertir la imperfección, la enfermedad o la invalidez en nuestra propia identidad. Entonces comenzamos a proyectarnos como "víctimas" de tal o cual enfermedad o inva­lidez crónica. Nos rodeamos de la atención de los médicos y de otras personas que confirman constantemente nuestra identidad conceptual de víctimas o pacientes. Entonces nos aferramos inconscientemente a la enfermedad porque se ha convertido en el aspecto más importante de la noción del ser. Se ha convertido en otra forma mental con la cual se puede identificar el ego. Cuando el ego encuentra una identidad, no se desprende de ella. Es sor­prendente, pero no infrecuente, que al buscar una identidad más fuerte, el ego opte por crear enfermedades a fin de fortalecerse a través de ellas.

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