lunes, 14 de febrero de 2011

Como reconocer el espacio interior


El espacio entre los pensamientos probablemente se haya manifestado esporádicamente en su vida sin que usted se haya percatado. Para la conciencia obnubilada por las experiencias y condicionada para identificarse exclusivamente con la forma, es decir, para la conciencia del objeto, es casi imposible reconocer el espacio en un principio. Esto implica que es imposible tomar conciencia de nosotros mismos porque siempre estamos conscientes de alguna otra cosa. La forma nos distrae continuamente. Hasta en los momentos en que nos parece estar conscientes de nosotros mismos nos hemos convertido en un objeto, una forma de pensamiento, de modo que tomamos conciencia de un pensamiento, no de nosotros mismos.
Al oír hablar del espacio interior quizás usted se disponga a buscarlo, pero si lo busca como si se tratara de un objeto o una experiencia, no podrá encontrarlo. Ese es el dilema de todas las personas que buscan la realización espiritual o la iluminación. Jesús dijo, "El reino de Dios no vendrá con señales que puedan observarse; tampoco dirán, 'Ha llegado' o 'Aquí está, porque el reino de Dios está entre ustedes".3
Cuando no pasamos la vida insatisfechos, preocupados, nerviosos, desesperados o agobiados por otros estados negativos; cuando podemos disfrutar las cosas sencillas como el sonido de la lluvia o del viento; cuando podemos ver la belleza de las nubes deslizándose en el cielo o estar solos sin sentirnos abandonados o sin necesitar el estímulo mental del entretenimiento; cuando podemos tratar a los extraños con verdadera bondad sin esperar nada de ellos, es porque se ha abierto un espacio, aunque sea breve, en medio de ese torrente incesante de pensamientos que es la mente humana. Cuando eso sucede, nos invade una sensación de bienestar, de paz vívida, aunque sutil. La intensidad varía entre una sensación de contento escasamente perceptible y lo que los antiguos sabios de la India llamaron "ananda" (la dicha de Ser). Al haber sido condicionados a prestar atención a la forma únicamente, quizás no podamos notar esa sensación, salvo de manera indirecta. Por ejemplo, hay un elemento común entre la capacidad para ver la belleza, apreciar las cosas sencillas, disfrutar de la soledad o relacionarnos con otras personas con bondad. Ese elemento común es la sensación de tranquilidad, de paz y de estar realmente vivos. Es el telón de fondo invisible sin el cual esas experiencias serían imposibles.
Cada vez que sienta la belleza, la bondad, que reconozca la maravilla de las cosas sencillas de la vida, busque ese telón de fondo interior contra el cual se proyecta esa experiencia. Pero no lo busque como si buscara algo. No podría identificarlo y decir, "Lo tengo", ni comprenderlo o definirlo mentalmente de alguna manera. Es como el cielo sin nubes. No tiene forma. Es espacio; es quietud; es la dulzura del Ser y mucho más que estas palabras, las cuales son apenas una guía. Cuando logre sentirlo directamente en su interior, se profundizará. Así, cuando aprecie algo sencillo, un sonido, una imagen, una textura, cuando vea la belleza, cuando sienta cariño y bondad por otra persona, sienta ese espacio interior de donde proviene y se proyecta esa experiencia.
Desde tiempos inmemoriales, muchos poetas y sabios han observado que la verdadera felicidad (a la que denomino la alegría de Ser) se encuentra en las cosas más sencillas y aparentemente ordinarias. La mayoría de las personas, en su búsqueda incesante de experiencias significativas, se pierden constantemente de lo insignificante, lo cual quizás no tenga nada de insignificante. Nietzsche, el filósofo, en un momento de profunda quietud, escribió: "¡Cuán poco es lo que se necesita para sentir la felicidad! ... Precisamente la cosa más mínima, la cosa más suave, la cosa más liviana, el sonido de la lagartija al deslizarse, un suspiro, una brizna, una mirada, la mayor felicidad está hecha de lo mínimo. Es preciso mantener la quietud".4
¿Por qué es que la "mayor felicidad" está hecha de "lo mínimo"? Porque la cosa o el suceso no son la causa de la felicidad aunque así lo parezca en un principio. La cosa o el suceso es tan sutil, tan discreto que compone apenas una parte de nuestra conciencia. El resto es espacio interior, es la conciencia misma con la cual no interfiera la forma. El espacio interior, la conciencia y lo que somos realmente en nuestra esencia son la misma cosa. En otras palabras, la forma de las cosas pequeñas deja espacio para el espacio interior. Y es a partir del espacio interior, de la conciencia no condicionada, que emana la verdadera felicidad, la alegría de Ser. Sin embargo, para tomar conciencia de las cosas pequeñas y quedas, es necesario el silencio interior. Se necesita un estado de alerta muy grande. Mantenga la quietud. Mire. Oiga. Esté presente.
He aquí otra forma de encontrar el espacio interior: tome conciencia de estar consciente. Diga o piense, "Yo Soy" sin agregar nada más. Tome conciencia de la quietud que viene después del Yo Soy. Sienta su presencia, el ser desnudo, sin velos, sin ropajes. Es el Ser para el cual no hay juventud, vejez, riqueza o pobreza, bien o mal, ni ningún otro atributo. Es la matriz espaciosa de toda la creación, de toda la forma.

¿Puedes oír la quebrada en la montaña?

Un maestro zen caminaba en silencio con uno de sus discípulos por un sendero de la montaña. Cuando llegaron donde había un cedro antiguo, se sentaron para comer su merienda sencilla a base de arroz y verduras. Después de comer, el discípulo, un monje joven que no había descubierto todavía la clave del misterio del Zen, rompió el silencio para preguntar: "maestro, ¿como puedo entrar en Zen?"
Obviamente se refería a la forma de entrar en el estado de la conciencia que es el Zen.
El maestro permaneció en silencio. Pasaron casi cinco minutos durante los cuales el discípulo aguardó ansiosamente la respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro le preguntó repentinamente, "¿oyes el sonido de esa quebrada en la montaña"?
El discípulo no se había percatado de ninguna quebrada. Estaba demasiado ocupado pensando en el significado del Zen. Entonces prestó atención al sonido y su mente ruidosa comenzó a aquietarse. Al principio no oyó nada. Después, sus pensamientos dieron paso a un estado de alerta, hasta que escuchó el murmullo casi imperceptible de una quebrada en la distancia.
"Sí, ahora lo oigo", dijo.
El maestro levantó un dedo y con una mirada a la vez dura y gentil, le dijo, "Entra al Zen desde allí".
El discípulo quedó asombrado. Fue su satori, un destello de iluminación. Sabía lo que era el Zen sin saber qué era lo que sabía.
Después siguieron su camino en silencio. El discípulo no salía de su asombro al sentir la vida del mundo que lo rodeaba. Lo experimentó todo como si fuera la primera vez. Sin embargo, poco a poco comenzó a pensar nuevamente. El ruido de su mente sofocó nuevamente la quietud de su conciencia y no tardó en formular otra pregunta: "maestro", dijo, "he estado pensando. ¿Qué hubiera dicho usted si yo no hubiera logrado oír la quebrada en la montaña?" El maestro se detuvo, lo miró, levantó el dedo y dijo, "Entra al Zen desde allí".

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