jueves, 28 de abril de 2011

Aquí y ahora según OSHO.


Aceptación.

Durante tan sólo veinticuatro horas, prueba lo siguiente: aceptación total; suceda lo que suceda. Si alguien te insulta, acéptalo, no reacciones y observa lo que ocurre. De repente notarás que fluye en tu interior una energía que nunca antes habías notado.
Cuanto te sientes débil y alguien te insulta, te molestas y empiezas a pensar de qué manera tomarás venganza; esa persona te ha atrapado y, en adelante, no harás otra cosa que darle vueltas y más vueltas. Durante días, noches e incluso años, no podrás dormir y tendrás pesadillas. Hay gente capaz de desperdiciar toda su vida por una nimiedad insignificante, como que alguien le haya insultado. Basta con volver la vista hacia tu pasado para recordar unas cuantas cosas. Cuando eras un chiquillo, el maestro te llamó idiota en clase y todavía lo recuerdas con rencor. Tu padre dijo algo, pero tus padres lo han olvidado y no logran recordarlo ni aunque tú se lo recuerdes. Tu madre te lanzó determinada mirada y desde entonces te ha acompañado la herida, que sigue abierta, en carne viva, y explotarás con sólo que alguien la roce. No dejes que la herida se extienda, no permitas que te esclavice. Busca las raíces; acércate al Todo. Durante veinticuatro horas –sólo veinticuatro horas– trata de no reaccionar, de no rechazar nada; pase lo que pase. Si alguien te empuja y te derriba, ¡cáete! Luego levántate y vete a casa. No hagas nada al respecto. Si alguien te agrede, inclina la cabeza y acéptalo con gratitud. Vete a casa, no hagas nada; aunque sólo sea durante veinticuatro horas, y experimentarás un arrebato de energía que nunca antes habías conocido: una nueva vitalidad que surge de las raíces, y una vez que la hayas conocido, una vez que la hayas experimentado, tu vida cambiará. Luego te reirás de todas las tonterías que venías haciendo: de todos los rencores, reacciones y venganzas con las que te habías estado destruyendo. Nadie puede destruirte salvo tú; nadie puede salvarte excepto tú. Eres Judas al mismo tiempo que Jesús.

Actividad
Recuerda dos palabras: una es “acción”; la otra, “actividad”. La acción no es actividad; la actividad no es acción. Sus naturalezas son diametralmente opuestas. Acción es cuando la situación lo requiere: actúas; respondes. Actividad es cuando la situación no importa, no se trata de una respuesta; eres tan inquieto interiormente que la situación no es más que un pretexto para mantenerte activo. La acción nace de una mente silenciosa –es la cosa más hermosa del mundo–. La actividad surge de una mente inquieta –es la más deplorable–. Acción es cuando el acto tiene relevancia; la actividad es irrelevante. La acción responde al momento: es espontánea; la actividad está cargada de pasado. No es una respuesta al momento presente, sino más bien el exutorio de la inquietud que has venido arrastrando desde el pasado hasta el presente. La acción es creativa; la actividad es enormemente destructiva: te destruye a ti y destruye a los demás. Trata de entender esa sutil diferencia. Por ejemplo: estás hambriento y comes; eso es acción. Pero si no estás hambriento, no tienes el menor apetito y a pesar de todo comes, eso es actividad. Lo que haces es destruir la comida, machacarla con tus mandíbulas hasta destruirla, lo cual te permite un cierto alivio de tu inquietud interior.

Actuar
¡Deja de actuar! Pero cuando digo que dejes de actuar, no estoy diciendo que no hagas nada. Ésta es la segunda cosa que debes entender: cuando digo que dejes de actuar, no me interpretes mal, no estoy diciendo que no hagas nada. “Deja de actuar” significa simplemente que dejes de empujar a la corriente; que te dejes llevar por el río. Él ya va camino del océano y te llevará a tu destino, sea éste cual sea: X, Y o Z; eso es imprevisible. Nadie conoce el punto exacto en que el río se encontrará con el océano, ni dónde ni cuándo, y es bueno que nadie lo sepa. Es bueno porque así la vida sigue siendo un misterio; una continua sorpresa. Uno se asombra a cada paso y le embarga una profunda admiración.

Admiración
Quien quiere ser admirado es porque no siente respeto por sí mismo. Somos educados con sentimientos de culpa que arraigan profundamente en nosotros. Desde el principio somos reprendidos por los padres, los maestros, los sacerdotes, los políticos y toda la clase dirigente. A todos los niños se les repite continuamente un único sonsonete: «Hagas lo que hagas, no está bien. Estás haciendo lo que no debes hacer y dejando de hacer lo que deberías hacer». Todos los niños reciben directa o indirectamente la impresión de que no son realmente queridos, de que sus padres están cansados, de que en cierto modo se los tolera o de que son una molestia. Eso causa una profunda herida en las personas y da origen al rechazo de uno mismo. Buscamos admiración para ocultar esa herida. La admiración es una compensación. Si te respetas a ti mismo, es más que suficiente; si te gustas a ti mismo, no tienes necesidad de ninguna admiración y ni siquiera la deseas, pues en cuanto empiezas a desear la admiración de los demás, empiezas a comprometerte con ellos. Tienes que colmar sus esperanzas, pues sólo entonces te admirarán. Tienes que acomodarte a sus dictados y no puedes gozar de una vida en libertad.

Adulterio
El significado corriente del término es hacer el amor con una mujer con la que no estás casado. Pero el verdadero significado del adulterio es hacer el amor no estando enamorado. Aunque se trate de tu propia esposa, si no estás enamorado, hacer el amor con ella es adulterio. Pero el hombre es un fenómeno complejo: hoy en día puedes estar enamorado de tu mujer –¡sí, incluso de tu mujer! Sé que es difícil, duro y que además es muy raro, pero ocurre–. Hoy en día puedes estar enamorado de tu propia mujer, en cuyo caso hacer el amor con ella es una oración, una forma de culto y una comunión con la existencia. Sólo que esa comunión también se puede dar con cualquier otra mujer con la que no estás casado –si hay amor de por medio, no es adulterio–. Y si lo que hay por medio no es amor, incluso lo que haces con tu esposa es adulterio.

Adultos
Todos los niños son inteligentes, mucho más inteligentes que los llamados adultos. Los adultos son sólo “llamados”; es muy raro encontrarse con una persona que sea realmente un adulto. La principal característica de una persona verdaderamente adulta es que mantiene viva la inocencia y conserva la mirada asombrada y el corazón inquisitivo de un niño; la pureza y la claridad del niño siguen intactas en él. Ha logrado derrotar a la sociedad; no ha permitido que nadie destruya su inteligencia.

Agua
En todas las tribus primitivas, el agua simboliza la vida. La vida se basa en el agua: el ochenta y cinco por ciento del cuerpo humano es agua. Toda la vida, tanto la del hombre como la de los animales, los árboles y los pájaros, depende del agua. El agua era uno de los elementos básicos a los que había que rendir culto. Lo mismo que al sol, todos los pueblos primitivos rendían culto al agua; ambos eran venerados como dioses. Y tiene al mismo tiempo un significado metafórico.
El agua representa varias cosas. La primera es que no tiene forma, pero puede adoptar cualquiera; tiene la capacidad de adaptarse a todas las formas. Si la viertes en un tarro, adopta la forma del tarro, y si la viertes en un vaso, toma la forma del vaso. Es infinitamente adaptable. Ahí radica su virtud: no conoce la rigidez. El hombre debe ser como el agua, y no tan rígido y frío como el hielo.
El agua siempre fluye en dirección al mar. Esté donde esté, siempre se dirige hacia el mar: hacia el infinito. El hombre debe ser como el agua y encaminarse siempre hacia Dios. El agua se conserva pura mientras está en movimiento: si fluye; y si se queda parada, se vuelve impura: estancada. Así que tanto el hombre como su conciencia deben mantenerse en movimiento, siempre fluyendo, y no quedarse parados en ninguna parte.
Cuando el hombre se queda parado, se vuelve sucio e impuro. Si el flujo se mantiene y uno está dispuesto a pasar de un instante al siguiente sin asideros y sin el lastre del pasado, conserva la inocencia y la pureza.

Ahogamiento
Un buen nadador tiene tanta confianza que casi llega a fundirse con el río. No lucha contra él, no intenta agarrarse al agua y no está rígido ni tenso. Si te pones rígido y tenso, te ahogarás; si estás relajado, el río se ocupará de ti. Por eso cuando alguien se muere, su cadáver flota en el agua. Es un milagro; ¡es asombroso! El vivo se ahogó engullido por el río y el muerto sencillamente flota en la superficie. ¿Qué ha pasado? El muerto conoce algún secreto del río que el vivo ignora. El vivo luchaba; el río era su enemigo. Estaba asustado y desconfiaba. Pero el muerto, al no estar allí, ¿cómo podía luchar? El muerto está completamente relajado, sin la menor tensión, y de repente sale a la superficie. El río se ocupa de él. No hay ningún río capaz de ahogar a un muerto.

Alegría
La alegría es muy superior al placer y a la felicidad. Es mucho más delicada y más suave; más parecida a una flor. Si tienes que escoger entre las tres, mejor que te quedes con la alegría. Es una sutil armonía. Cuando tu cuerpo, tu mente y tu corazón funcionan al unísono, en profundo acuerdo, aparece la alegría. El cuerpo contribuye con algo y la mente también, pero quien aporta la mayor parte es el corazón. La alegría contiene un poco de placer, un poco de felicidad y alguna cosa más.

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