jueves, 21 de abril de 2011

Clara Castillo - Toc Toc Toc Toc es un libro de narrativa y superación personal.

Prólogo
En primer lugar les voy a confesar que es la primera vez que escribo un prólogo.
Imagino que debo introducirlos en mi libro, presentárselos y presentarme.
De mí no adelantaré nada en absoluto. Me irán conociendo de a poco, con el correr de
las páginas.
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De Toc Toc, ¿qué puedo decir?: este libro es una llave, una carta de presentación. Con él
me daré a conocer y con él abriré las puertas.
Espero que les guste, que les sirva y que trascienda. Espero que me ayude y que los
ayude.
Habla de mí y de todos ustedes: habla de nosotros, de nuestras vidas, de nuestra
amistad, de mi percepción del mundo, de mi decepción ante el mundo, de mi reflujo, de
mis bebitos, del Ratón Pérez, el amor, la felicidad, la gente.
Aquí me cuestiono, y les cuestiono, si soy normal, si lo son ustedes, si existen las
personas normales.
Éste es un libro de preguntas y respuestas, y de preguntas sin respuestas.
Pero sobre todo es un llamado, unos golpes en las puertas: la propia y las que quiero
pasar.

Introducción
“Toc Toc” ¿hay alguien ahí? ¿Hay alguien del otro lado?
Hace muchos años que vengo golpeando puertas y nadie me abre, o lo que es bastante
peor aún, me abren y me cierran burlonamente la puerta en la cara, haciendo pito
catalán y demostrándome cómo ellos sí forman parte de aquel hermoso mundo que para
mí no guarda lugar.
Pero ya lo voy a revertir, ténganme fe que lo voy a revertir y conseguiré pertenecer
tarde o temprano. Al menos si están leyendo esto quizás signifique que si todavía no
logré atravesar el muro, estoy por el camino cierto.
No quiero ser famosa, por el contrario, no quiero que sepan quién soy ni cómo me
llamo. No hace falta después de todo saber ningún detalle, ya que a la historia no hace si
me llamo Ana, Gertrudis, Julieta o Filomena.
Tampoco tengo ninguna historia jugosa para deleitarlos con ella, me refiero respecto al
amor, como se usan ahora; ya que no tengo un novio famoso, ni voy por mi sexto
matrimonio, ni me enamoré del ex de nadie… Con esto no pretendo acusar a quien sí se
encuentre atravesando alguna de estas situaciones, sino simplemente decirles que yo,
contrariamente, estoy casada y enamorada de una sola persona quien es una obviedad
aclarar que tampoco importa si se llama Juan, David, Lucas o Santiago.
Con respecto a mi árbol genealógico el único dato relevante que debo aportar es que no
soy la hija de nadie… y a partir de ahí surge el problema del que les hablaba hace un
instante.
¡¡¡Momento!!! ¡Que no se malentienda lo antedicho! A mis padres los amo: Diego y
Cristina, o Tiago y Daniela, o Claudio y Marcela, o Víctor y Marta.
Simplemente que no eligieron dedicarse a lo que ahora me abriría la puerta que
encuentro con tantas trabas.
Esa puerta que ya sinceramente me cansé de que nadie me abra. Y de ese cansancio
saqué la fuerza que hoy me dicta todas estas palabras. Y me dije, y les cuento, ya que
ésta es mi conclusión recién horneada y todavía calentita: si la puerta no se abre,
entonces seré yo la que se abra, y por esa decisión hoy estoy acá, entre todos ustedes
hecha renglones de palabras.
Tarde pero seguro me digné a tomar coraje y plantarme con los pies bien firmes y el
libro en las manos. Y como dice la gente, más vale tarde que nunca.
Lo que no te mata te hace más fuerte, y aquí estoy por suerte, más viva que nunca con la
panza desinflada y los sueños sobre el teclado. Y todo gracias a mi estómago
hipersecretante y a mi doctora Rita.
Les explico, porque merecen una explicación, y ya que decidí contarles todo no puedo
obviar esta parte.
Llamemos a lo que sigue, entonces, el disparador o puntapié inicial que me llevó a estar
haciendo lo que estoy haciendo ahora.
Todo empezó hace mucho tiempo, no sé con exactitud cuánto pero tampoco importa,
supongo, si fue hace veinte, quince, diez o cinco años. Me refiero a mi bendita (ya que
no quiero insultarla aunque ese no sea el calificativo más apropiado) ERGE. ¿Eh? Sí, ya
explico las siglas; se las presento: Enfermedad por Reflujo Gastroesofágico.
Y ahora viene la parte más asquerosa de todas, creo, por la que pido mil disculpas y si
son muy sensibles es sencillamente saltear unos renglones y continuar leyendo el
próximo párrafo. Si no la omito es simplemente porque soy un ser humano y todos los

seres humanos tenemos mocos. El tema es que a los míos les agrada mi garganta. Y esa
es la segunda cosa de la que estoy harta, después de la de la puerta, claro.
Ahora sí, lectores sensibles, ya pueden continuar la lectura, prometo alertarlos ante
algún otro detalle antiestético, escatológico o simplemente chancho.
Cuestión que harta de mis mocos, de mi reflujo, de mi panza inflada cual siete meses de
embarazo pero sin bebé del otro lado, de mi dolor en la boca de mi señor estómago que
siempre hace ruiditos como si tratara de decirme algo, de mis náuseas y de todas esas
cosas para nada compatibles con una vida placenteramente digna; acudí a mi doctora
Rita a quien me llevó mi adorado padre.
Ella me dijo que tengo de todo, les cuento, pero no se asusten: Hernia Hiatal, RGE,
Esofagitis Clase A, Gastritis Crónica Superficial Activa y Pilorismo. No se molesten en
informarse sobre nada de todo eso ya que yo tampoco les daré descripción alguna
porque para lo que nos compete son tan trascendentes como si me llamo Luisa o
Susana.
Primero, lógicamente, me hicieron cumplir una dieta cuyo exponente principal era la
calabaza. Muy rica al principio pero luego de cuatro semanas ya era la tercera cosa que
me tenía harta, precedida por los mocos y la puerta, claro.
Volví una vez más a ver a mi doctora Rita que, entre nosotros, ya debía tener pesadillas
con mi cara y mi endoscopía. Quizás por esto último o por la falta de gravedad que
hallaba en mi caso, concluyó en dos cosas: primero me cambió la droga (ya que hace
seis meses que tomo una que evidentemente no logró erradicar mis mocos) y segundo
me sugirió hacer terapia o hablando en criollo me mandó al psicólogo. Quizás se
convenció cuando le dije que yo ya sabía que no era una persona normal, y me
respondió que era positivo asumirlo.
A partir de ahí escuché un clic entre las burbujas de mi hipersecretante señor y me
decidí a cambiar.
Después de todo a esta altura, después de veinte, quince, diez o cinco años, solamente
me restaba hacer tres cosas, los últimos intentos antes de aceptar y asumir que sería una
mocosa eterna (literalmente hablando).

Primero me fui a la carpintería y por sólo treinta pesos elevé la cabecera de la cama. Tan
sencillo como eso era, aunque lo creía tan complicado. Caminé dos cuadras, le expliqué
al señor mi problema, me dijo que los profesionales de este país lo tenían harto y que
quince centímetros era mucho pero yo le dije que le iba a hacer caso a mi médico (a
quien ustedes ya conocen, por supuesto, pero era muy larga la historia para explicársela
al señor en el medio de la vereda). Luego de contarme que es carpintero desde hace
sesenta años y preguntarme si duermo sola, a lo que le dije que con mi marido y se
sorprendió al escuchar que a Silvio o Pedro no le molestaba dormir en un tobogán ya
que mi salud era lo más importante, me fui y al día siguiente es decir hoy ya me tuvo
listos los tacos. Tan simple como lo conté, tan fácil, tan rápido, de haberlo sabido lo
hubiera hecho mucho antes. Pero creí (no yo sola eh, sino todos los que se enteraron de
que debía dormir en la colina de una montaña) que era algo más complicado. Qué
capacidad tenemos los seres humanos de hacer y ver difíciles las cosas fáciles. Y no se
olviden que soy un ser humano como cualquier otro, conclusión también a la que llegué
previa a mi visita al psicólogo.
Perdón que me tome un minuto y aclare esto, pero debo aclararlo porque detestaría que
por estar leyendo no muy meticulosamente malinterpretaran mi comentario: cuando dije
que duermo con Silvio o Pedro no significa lo que así, sacado del contexto en el que me
vengo expresando, parece. Ahora sí, aclaración mediante, retomo lo que estaba
contando. Perdón y gracias.
Les decía que soy un ser humano como cualquier otro, es decir una persona normal,
afirmación contraria a la que le di a mi doctora Rita. Todavía no me decidí del todo
sobre si soy o no soy un ser humano normal, pero al menos estoy convencida hasta la
parte de que soy un ser humano. Si soy normal, creo que sí, tal vez ustedes saquen sus
propias conclusiones y lo descubran antes que yo. Si lo soy, seremos colegas entonces,
y si no lo soy espero que no interfiera en este vínculo que creamos.

Como segundo intento, cambié la medicación; y el tercero y último (y más arduo de
todos): no comer tanto chocolate.
La cuestión es que me decidí además de a dormir inclinada a escribir mi primer libro
(me refiero a publicar mi primer libro porque el primero escrito creo que fue a los cuatro
años).
Y fue gracias a que mi doctora Rita me mandó a terapia; así que si no logra curarme el
reflujo, de todos modos ya hizo demasiado.
Les cuento que cuando me trató por loca (ella no lo hizo pero es lo primero que uno
siente cuando lo mandan al psicólogo) no me cayó muy bien. Sinceramente me molestó
que después de tantos años de padecer con mi ERGE ella me insinuara que el problema
estaba en mi cabeza y no en mi panza. Y pensé, y le dije, “lo mío no es psicológico”. Y
ella me dijo “claro que no”. Y ahí entendí que ella apuntaba a que centrara mi energía
en otras cosas además de mi pegoteada garganta.
Entonces me dispuse a dedicarme primero a la primera cosa que me tiene harta, o sea la
puerta, a ver si arreglando lo primero se me arregla también lo segundo; y lo tercero lo
arreglé esa misma noche cambiando la calabaza por un buen pedazo de matambre con
ensalada mixta y arvejas. Y de postre, para ponerle un poco de dulce a tanto tiempo de
amargura, una linda torta de chocolate con frutillas y dulce de leche, una de las
combinaciones más pro-reflujo que conozco.
Me pudrí de estar enferma, me pudrí de estar encerrada, me pudrí de esperar del otro
lado de la puerta trabada.
“Toc Toc” me dije esta vez, me abrí y entré. Estoy dentro de mí, me recorrí, me
investigué, me reencontré y también me animé a compartirme con todos ustedes. Si no
puedo pasar esa puerta, al menos me propuse pasar la de sus casas. Y acá me ven: una
tipa ¿normal?, una persona, supongo, como cualquier otra…

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