lunes, 13 de junio de 2011

Volver a la fuente

Lo primero que se debe entender es que la idea de triunfar sobre la muerte no quiere decir que exista algo llamado muerte a lo que podemos vencer. Triunfar sobre la muerte significa, sencillamente, que llegamos a saber que no hay muerte. Saber que la muerte no existe es vencerla. No hay una cosa llamada muerte a la que podemos vencer. En cuanto sabemos que no hay muerte, cesa nuestra batalla constante y perdida contra la muerte. Existen algunos enemigos, y existen otros que en realidad no existen sino que sólo lo parecen. La muerte es uno de estos enemigos que no tienen una existencia real: sólo parece que existe.
Así pues, no supongáis que el triunfo significa que la muerte existe en alguna parte y que la venceremos. Serías como un hombre que se volviera loco y que se pusiera a luchar contra su propia sombra, hasta que alguien le dijese: “Míralo bien: la sombra no tiene sustancia. No es más que una apariencia”. Si el hombre mirara la sombra y se diera cuenta de lo que hacía, se reiría de sí mismo: sólo entonces podría saber que ha vencido a la sombra. Vencer a la sombra significa simplemente saber que no existía ni la menor sombra con la que luchar: cualquiera que lo intentase se volvería loco. El que lucha contra la muerte, perderá; el que conoce a la muerte, la vencerá.
Esto también significa que, si no hay muerte, entonces en realidad nosotros no morimos nunca, seamos conscientes de ello o no. Las gentes del mundo no se dividen en gentes que mueren y en gentes que no mueren: no, no es así. En este mundo nadie muere nunca. Pero sí es verdad que hay dos tipos de personas: los que conocen ese hecho y los que no lo conocen: ésta es la única diferencia.
En el sueño llegamos al mismo lugar donde llegamos en la meditación. La única diferencia es que en el sueño estamos inconscientes mientras que en la meditación estamos plenamente conscientes. Si alguien se volviera plenamente consciente en pleno sueño, tendría la misma experiencia que en la meditación.
Por ejemplo, si anestesiamos a una persona y en su estado inconsciente la sacamos en una camilla a un jardín lleno de flores hermosas, con el aire lleno de fragancia, donde brilla el sol y cantan los pájaros, esa persona sería completamente inconsciente de todo ello. Cuando volviésemos a llevarla al punto de partida y se recuperase de la anestesia, si le preguntásemos si le gustó el jardín, no sería capaz de decirnos nada. Después, si la llevamos al mismo jardín cuando estuviera plenamente consciente, conocería todo lo que estaba allí presente cuando la llevaron allí anteriormente. En ambos casos, aunque la persona fue llevada al mismo lugar, en el primer caso estaba inconsciente del bello entorno, mientras que en el segundo caso era plenamente consciente de las flores, de la fragancia, del canto de los pájaros, del sol naciente. Así, aunque en estado inconsciente llegaréis, sin duda, tan lejos como en estado consciente, llegar a alguna parte en estado inconsciente es como no llegar.
En el sueño llegamos al mismo paraíso al que llegamos en la meditación, pero no somos conscientes de ello. Viajamos cada noche a ese paraíso y
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regresamos después… inconscientemente. Aunque nos acaricia la fresca brisa y la encantadora fragancia de ese lugar, y los cantos de los pájaros resuenan en nuestro oído, nunca somos conscientes de ello. Y, a pesar de regresar de este paraíso siendo completamente inconscientes de ello, podemos decir: “Esta mañana me siento muy bien. Me siento muy tranquilo. Esta noche he dormido bien”.
¿Por qué os sentís tan bien? ¿Qué ha sucedido de bueno cuando habéis dormido bien? No puede tratarse simplemente del hech9o de haber dormido: sin duda, debéis de haber estado en alguna parte; os debe haber pasado algo. Pero, por la mañana, no tenéis conocimiento de ello, aparte de una vaga sensación de bienestar. El que ha dormido profundamente por la noche se levanta refrescado por la mañana. Esto muestra que la persona ha llegado en su sueño a una fuente refrescante, aunque en estado inconsciente.
El que es incapaz de dormir bien por la noche se encuentra más cansado por la mañana que al acostarse en la noche anterior. Y si una persona pasa varios días sin dormir bien, le resulta difícil sobrevivir, pues se rompe su conexión con la fuente de la vida. Es incapaz de llegar al lugar donde le resulta esencial llegar.
El peor castigo posible en el mundo no es la muerte: la muerte, como castigo, es fácil de soportar; pasa en unos momentos. El peor castigo que se ha inventado en el mundo es no dejar dormir a la persona. Aun en nuestros tiempos hay países como la China y Rusia donde se impide dormir a los prisioneros. Los tormentos que tiene que padecer un prisionero si no se le permite dormir durante quince días son inimaginables: casi se vuelve loco. Se pone a difundir la información que de otro modo no habría comunicado al enemigo. Empieza a hablar, completamente inconsciente de las consecuencias.
En la China se han inventado métodos sistemáticos. Se impide a los prisioneros dormir durante seis meses. En consecuencia, se vuelven completamente locos. Olvidan por completo quiénes son, cómo se llaman, cuál es su religión, de qué ciudad o pueblo son, cuál es su país: lo olvidan todo. La falta de sueño introduce en sus conciencias un trastorno completo, un caos. En ese estado se les puede hacer aprender cualquier cosa.
Cuando los soldados estadounidenses que cayeron prisioneros en Corea regresaron de los campos de prisioneros de Rusia y de la China, la falta de sueño los había dejado en unas condiciones tan terribles que, cuando salieron, estaban abiertamente en contra de los Estados Unidos y a favor del comunismo. Primero se impedía dormir a estos soldados y, cuando sus conciencias quedaban trastornadas, se les adoctrinaba en el comunismo. Cuando sus identidades quedaban sumidas en el caos, se les decía por medio de sugerencias repetidas que eran comunistas. De esta forma, antes de su liberación aquellos soldados habían sufrido un lavado de cerebro completo. Los psicólogos estadounidenses que trataban a estos soldados quedaban desconcertados.
Si se priva de sueño a una persona, ésta se queda aislada de la fuente misma de la vida. En el mundo seguirá creciendo el ateísmo en la misma proporción en que el sueño se siga haciendo más ligero. En los países en los que la gente tiene un sueño ligero, el ateísmo aumentará más. Y en los países en los que la gente duerme más profundamente, aumentará más el teísmo. Pero este teísmo y ateísmo son una cosa completamente extraña para el hombre, pues surgen de un estado inconsciente. La persona que ha dormido profundamente pasa el día siguiente en paz, mientras que la que no ha dormido profundamente pasa el día siguiente inquieta y agitada. ¿Cómo va a poder ser receptiva ante Dios una mente inquieta y agitada? Una mente alterada, insatisfecha, tensa e iracunda se niega a aceptar a Dios, niega su existencia.
La causa primera del incremento del ateísmo en Occidente no es la ciencia: el problema arranca del carácter desordenado y caótico del sueño. En Nueva York, al menos el treinta por ciento de los habitantes no pueden dormir sin tranquilizantes. Los psicólogos creen que, si esta situación prevalece durante cien años más, ni una sola persona será capaz de dormir sin meditación.
Hay personas que han perdido por completo la capacidad de dormir. Si una persona que ha perdido esta capacidad nos preguntase cómo nos dormimos y nosotros le respondiésemos: “Lo único que hago es apoyar la cabeza en la almohada y dormirme”, no nos creería. Le parecería imposible, y sospecharía que hay algún truco que ella no conoce, pues ella también apoya la cabeza en la almohada y no pasa nada.
Puede llegar un tiempo, Dios no lo quiera, dentro de mil o dos mil años, en que todo el mundo haya perdido la capacidad de tener un sueño natural, y la gente se negará a creer que mil o dos mil años antes la gente se limitaba a apoyar la cabeza en la almohada y se quedaba dormida. Lo tomarán por una ficción, por un relato mítico de los Puranas. No se creerán que era verdad. Dirán: “Esto no es posible, porque lo que no es verdad entre nosotros, ¿cómo puede ser verdad entre otros?”
Os hago ver todo esto porque hace tres o cuatro mil años la gente cerraba los ojos y entraba en estado de meditación con tanta facilidad como nosotros nos dormimos hoy día. Dentro de dos mil años será difícil dormir en Nueva York: ya es difícil en la actualidad. Se está volviendo difícil en Bombay y, pronto será difícil también en Dwarka: es cuestión de tiempo. Hoy nos resulta difícil creer que hubo una época en que una persona cerraba los ojos y entraba en estado de meditación; porque hoy, cuando os sentáis con los ojos cerrados, no llegáis a ninguna parte: los pensamiento siguen dando vueltas dentro de vosotros y os quedáis donde estáis.
En el pasado era fácil practicar la meditación para los que estaban cerca de la naturaleza, como lo es actualmente el sueño para los que viven cerca de la naturaleza. Primero desapareció la meditación; ahora está desapareciendo el sueño. Si pierden primero las cosas conscientes; después de éstas, se pierden las cosas inconscientes. Con la desaparición de la meditación el mundo se ha vuelto casi irreligioso, y cuando desaparezca el sueño el mundo se volverá completamente irreligioso. La religión no tiene esperanzas en un mundo sin sueño.
No os podréis creer lo estrecha, lo profundamente que estamos conectados con el sueño. El modo en que una persona vive su vida depende completamente de cómo sueña. Si no duerme bien, toda su vida sería un caos: todas sus relaciones personales se enredarían; todo se volvería venenoso, lleno de rabia. Por el contrario, si una persona duerme profundamente, en su vida habrá frescura: fluirán continuamente la paz y la alegría. Sus relaciones personales, su amor; todo se basará en la serenidad. Pero si pierde el sueño, todas sus relaciones personales se echarán a rodar. Se hundirán sus relaciones con su familia, con su mujer, con su hijo, con su madre, con su padre, con su maestro, con sus alumnos: con todos. El sueño nos lleva a todos a un punto de nuestro inconsciente donde todos estamos inmersos en Dios; aunque no por mucho tiempo. Hasta la persona más sana sólo alcanza su nivel más profundo durante diez minutos de sus ocho horas diarias de sueño. Durante esos diez minutos está tan completamente perdida, sumergida en el sueño, que no tiene ni siquiera un ensueño.
El sueño no es total mientras la persona está soñando: no deja de oscilar entre el estado de sueño y el de vigilia. El ensueño es un estado en que la persona está medio dormida y medio despierta. Tener un ensueño significa que, aunque tenemos cerrados ojos, no estamos dormidos: las influencias externas todavía nos afectan. Las personas con que tratamos de día siguen con nosotros por la noche en nuestros ensueños. Los ensueños ocupan el estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Y hay muchas personas que han perdido la capacidad de dormir: se limitan a quedarse en el estado de los ensueños sin alcanzar nunca el estado de sueño. Y no importa que no recordemos por la mañana lo que soñamos durante la noche. En los Estados Unidos se están llevando a cabo muchas investigaciones sobre el sueño. Unos diez grandes laboratorios han realizado experimentos con millares de personas durante ocho o diez años.
Los estadounidenses están dando muestras de interés por la meditación porque han perdido el sueño. Creen que la meditación quizás sirva para devolverles el sueño, que quizás pueda llevar a sus vidas algo de paz. Por eso no
ven en la meditación más que un tranquilizante. Cuando Vivekananda introduj9o por primera vez la meditación en Estados Unidos un médico lo visitó y le dijo: “He disfrutado enormemente de su meditación. Es, decididamente, un tranquilizante no químico. No es un medicamento, pero hace dormir: es magnífico.” La influencia creciente de los yoguis en los Estados Unidos no se debe a ellos mismos: la causa verdadera es la falta de sueño. Los estadounidenses tienen trastornado el sueño, y por eso la vida en los Estados Unidos está llena de tristeza, de depresión, de tensión. Por eso vemos que en los Estados Unidos hay una necesidad creciente de tranquilizantes: para hacer dormir de laguna manera a la gente.
Cada año se gastan millones de dólares en tranquilizantes en los Estados Unidos. Diez grandes laboratorios están realizando investigaciones con millares de sujetos a los que pagan para que pasen noches de sueño bastante incómodo y molesto. Se conectan todo tipo de electrodos y millares de cables al cuerpo de los sujetos y los estudian desde todos los ángulos para descubrir lo que sucede dentro de ellos.
Un descubrimiento increíble que han puesto de manifiesto estos experimentos es que el hombre pasa casi toda la noche soñando. Al despertar, algunas personas decían que no habían soñado, mientras que otras decían que sí habían soñado. La única diferencia era que las que tenían mejor memoria recordaban haber soñado, mientras que las que tenían peor memoria no lo recordaban. Se descubrió, no obstante, que una persona completamente sana era incapaz de caer en un sueño profundo y sin ensueños durante diez minutos.
Es posible detectar los ensueños con máquinas. Ciertos nervios del cerebro permanecen activos en nuestro estado de ensueños, pero cuando cesa el ensueño los nervios dejan de ser activos, y la máquina indica que se ha producido un intervalo vacío. El intervalo vacío muestra que, en aquel momento, la persona no estaba ni soñando ni pensando, estaba perdida en alguna parte.
Es interesante que las máquinas siguen registrando movimientos dentro de la persona mientras ésta se encuentra en el estado de ensueños, pero en cuanto cae en el sueño sin ensueños la máquina muestra un intervalo vacío. No saben dónde fue a parar la persona en ese intervalo. Así pues, el sueño sin ensueños significa que la persona ha llegado a un lugar más allá del alcance de la máquina. Es en ese intervalo cuando la persona entra en lo divino.
La máquina es incapaz de detectar este espacio intermedio, este vacío. La máquina registra la actividad interna mientras la persona esté soñando; después, llega el intervalo vacío y la persona desaparece en alguna parte. Y después, al cabo de diez minutos, la máquina se pone a registrar de nuevo. Es difícil determinar dónde estuvo la persona en ese intervalo de diez minutos. A los psicólogos estadounidenses les intriga mucho este intervalo vacío; por esta razón, consideran que el sueño es el mayor de los misterios. La realidad es que, después de Dios, el sueño es el único misterio. No existe ningún otro misterio.
Dormís todos los días, pero no tenéis idea de lo que es el sueño. La persona pasa toda su vida durmiendo, pero nada cambia: no sabe nada del sueño. El motivo por el cual no sabéis nada del sueño es que cuando el sueño está allí, vosotros no estáis. Recordadlo: vosotros sólo estáis mientras el sueño no esté. Así pues, sólo llegáis a conocer tanto como conoce la máquina. Del mismo modo que en el intervalo vacío la máquina se detiene y no es capaz de llegar allí donde ha sido transportada la persona, vosotros no podéis llegar allí tampoco, porque vosotros tampoco atravesáis ese intervalo vacío, el sueño sigue siendo un misterio: está fuera de vuestro alcance. Esto es así porque la persona sólo cae en el sueño profundo cuando deja de existir en su conciencia del “yo soy”. Y por lo tanto, cuando el ego crece, el sueño se reduce cada vez más. La persona egoísta pierde su capacidad de dormir porque su ego, el yo, no deja de afirmarse a sí mismo las veinticuatro horas del día. Es el yo que se despierta, es el mismo yo que camina por la calle. El yo se mantiene tan presente durante todas las veinticuatro horas que, en el momento de quedar dormido, cuando llega el momento de soltar el yo, la persona es incapaz de librarse de él. Evidentemente, le resulta difícil quedarse
dormida. Mientras exista el yo, el sueño es imposible. Y, como os dije ayer, mientras exista el yo, es imposible entrar en lo divino.

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