Capitulo 18 De El arte de vivir Por: Jiddu Krishnamurti
sábado, 28 de abril de 2012
¿ Cuál es el significado de toda esta desdicha, esta lucha, esta pena ?
Mientras somos muy jóvenes, tal vez a muy pocos de nosotros nos afectan grandemente los conflictos de la vida, las preocupaciones, las alegrías pasajeras, los desastres físicos, el miedo a la muerte y las deformaciones mentales que agobian a la generación más vieja. Por fortuna, mientras somos jóvenes la mayoría de nosotros no se encuentra todavía en el campo de batalla de la existencia. Pero a medida que crecemos, los problemas, las desdichas, las dudas, las luchas económicas y también las internas empiezan todas a abrumamos y entonces queremos descubrir el significado de la vida, qué es la vida en todas partes. Nos preguntamos acerca de los conflictos, los sufrimientos, la pobreza, los desastres.
Queremos saber por qué ciertas personas están en buena posición y otras no, por qué un ser humano es sano, inteligente, capaz, talentoso, mientras que otro no lo es. Y si se nos satisface fácilmente, pronto quedamos presos en alguna hipótesis, en alguna teoría o creencia; encontramos una respuesta, pero jamás es la respuesta verdadera. Nos damos cuenta de que la vida es fea, penosa, dolorosa, y empezamos a investigar; pero al no tener suficiente confianza en nosotros mismos, suficiente vigor, inteligencia, inocencia para proseguir con la investigación, pronto somos atrapados en teorías, en creencias, en alguna clase de especulación o doctrina que explica de manera satisfactoria todo esto. Poco a poco, nuestras creencias y nuestros dogmas arraigan profundamente y se hacen inconmovibles, porque tras ellos hay un constante temor a lo desconocido. Jamás miramos ese temor; nos alejamos de él buscando refugio en nuestras creencias. Y cuando examinamos estas creencias -hindú, budista, cristiana- encontramos que dividen a la gente. Cada conjunto de dogmas y creencias contiene una serie de rituales, una serie de compulsiones que atan la mente y separan al hombre del hombre.
Empezamos, pues, con una investigación para descubrir qué es verdadero, cuál es el significado de toda esta desdicha, esta lucha, esta pena, y terminarnos en un conjunto de creencias, dogmas, rituales, teorías. No tenemos confianza en nosotros mismos, ni en el vigor ni en la inocencia para desechar la creencia e investigar; por lo tanto, la creencia comienza a actuar como un factor de deterioro en nuestras vidas.
La creencia corrompe, porque detrás de la creencia y de la moralidad idealista, acecha el "sí mismo", el "yo", el "yo" que está creciendo constantemente, volviéndose cada vez más grande, más poderoso. Pensamos que la creencia en Dios es religión; consideramos que creer es ser religioso. Si ustedes no creyeran serían vistos como ateos y condenados por la sociedad. Una sociedad condena a aquellos que no creen en Dios y otra sociedad condena a los que creen. Ambas son la misma cosa.
La religión se vuelve así una cuestión de creencia, y la creencia actúa como una limitación sobre la mente; y entonces la mente jamás es libre. Pero es sólo en libertad y no gracias a creencia alguna como podemos descubrir lo que es verdadero; lo que es Dios; porque nuestra creencia proyecta lo que pensamos que Dios debe ser, lo que pensamos que debe ser verdadero. Si creemos que Dios es amor, que Dios es bueno, que Dios es esto o aquello, esa creencia misma nos impide comprender qué es Dios, qué es verdadero. Pero ya ven, ustedes quieren olvidarse de sí mismos en una creencia, quieren sacrificarse a sí mismos, quieren emular a otro; desean abandonar esta permanente lucha que se desarrolla dentro de ustedes y perseguir la virtud.
Nuestra vida es una lucha constante en la que hay dolor, sufrimiento, ambición, placer efímero, dicha que viene y se va; de modo que la mente desea algo inmenso para aferrarse a ello, algo que está más allá de ella misma y con lo cual pueda identificarse. A ese algo lo llama Dios, verdad, y se identifica con ello mediante la creencia, mediante la convicción y la racionalización, mediante diversas formas de disciplina y de moralidad idealista. Pero ese algo inmenso creado por la especulación sigue siendo parte del "yo", es proyectado por la mente, en su deseo de escapar del tumulto de la vida.
Nos identificamos con un país en particular: India, Inglaterra, Alemania, Rusia, América. Ustedes piensan en sí mismos como hindúes. ¿Por qué? ¿Por qué se identifican con la India? ¿Lo han considerado alguna vez, yendo detrás de las palabras en que se hallan presas sus mentes? Viviendo en una ciudad o en un pueblo pequeño, llevando una vida desdichada con sus luchas y sus disputas familiares, estando insatisfechos, descontentos, sintiéndose infelices, se identifican con un país llamado India. Esto les da un sentimiento de vastedad, de importancia, una satisfacción psicológica, de modo que dicen: "Soy indio"; y por esto están dispuestos a matar, a morir o a ser mutilados.
Del mismo modo, porque son muy triviales y están en constante batalla consigo mismos y con otros, porque están confundidos y se sienten desdichados, inseguros, porque saben que existe la muerte, se identifican con algo más allá, algo inmenso, significativo, pleno de sentido, a lo que llaman Dios. Esta identificación con lo que llaman Dios les da una sensación de enorme importancia y se sienten felices. Así, el identificarse con algo inmenso es un proceso autoexpansivo, sigue siendo el esfuerzo del "sí mismo", del yo
La religión, tal como generalmente la conocemos, es una serie de creencias, dogmas, rituales, supersticiones; es la adoración de los ídolos, de hechiceros y gurúes, y pensamos que todo esto nos conducirá a alguna meta suprema. La meta suprema es nuestra propia proyección, es lo que deseamos, lo que pensamos que nos hará felices, una garantía de un estado exento de muerte. Presa en este deseo de certidumbre, la mente crea una religión de dogmas, de prácticas sacerdotales, de supersticiones y veneración de ídolos; y ahí se estanca. ¿Es religión eso? ¿Es la religión una cuestión de creer, de aceptar o conocer las experiencias y afirmaciones de otras personas? ¿Es meramente la práctica de la moralidad? ¿Saben?, es relativamente fácil ser moral, hacer esto y no hacer aquello. Uno puede imitar meramente un sistema moral. Pero detrás de una moralidad semejante acecha el agresivo yo, creciendo, expandiéndose, dominando. ¿Es religión eso?
Ustedes tienen que descubrir qué es la verdad, porque eso es lo que realmente importa, no si son ricos o pobres o si están felizmente casados y tienen hijos, porque todas estas cosas tocan a su fin, y siempre está la muerte. Por lo tanto, sin ninguna forma de creencia, tienen ustedes que tener el vigor, la confianza propia, la iniciativa para descubrir por sí mismos qué es la verdad, qué es Dios. La creencia no libera a sus mentes, la creencia tan sólo corrompe, ata, oscurece. La mente puede liberarse sólo mediante su propio vigor y la confianza en sí misma.
Ciertamente, una de las ficciones de la educación es crear individuos que no estén atados por ninguna forma de creencia, por ningún patrón de moralidad o respetabilidad. Es el "yo" el que busca volverse meramente moral, respetable. El individuo auténticamente religioso es el que descubre, el que experimenta directamente lo que es Dios, lo que es la verdad. Esa experiencia directa nunca es posible a través de ninguna forma de creencia, de ningún ritual, de ningún seguimiento o veneración de otro. La mente verdaderamente religiosa está libre de todos los gurúes. Cada uno de ustedes, como individuo, a medida que crezca y viva su vida, podrá descubrir la verdad de instante en instante y, en consecuencia, podrá ser libre.
La mayoría de la gente piensa que estar libre de las cosas materiales del mundo es el primer paso hacia la religión. No lo es. Ésa es una de las cosas más fáciles de hacer. El primer paso es estar libre para pensar de manera plena, completa e independiente, lo cual implica no estar atado por ninguna creencia ni agobiado por las circunstancias, por el medio, de manera que uno sea un ser humano integrado, capaz, vigoroso y confiado en sí mismo. Sólo entonces puede nuestra mente, estando libre, libre de prejuicios, de condicionamientos, descubrir lo que es Dios. Ciertamente, ése es el propósito básico por el cual debe existir cualquier centro educativo: ayudar a cada individuo que llega allí a estar libre para descubrir la realidad. Esto significa no seguir ningún sistema, no aferrarse a ninguna creencia o ritual y no venerar a ningún gurú. El individuo tiene que despertar su inteligencia, no mediante alguna forma de disciplina, resistencia, compulsión o coacción, sino gracias a la libertad. Es sólo gracias a la inteligencia nacida de la libertad, como el individuo puede descubrir aquello que está más allá de la mente. Esa inmensidad, lo innominable, lo ilimitado, aquello que no puede ser medido por las palabras y en lo cual existe el amor que no es de la mente- debe ser experimentada de manera directa. La mente no puede concebirla; por lo tanto, la mente tiene que estar muy quieta, asombrosamente silenciosa, sin la exigencia de ningún deseo. Sólo entonces es posible que revele su existencia aquello que puede ser llamado Dios o la realidad.
Interlocutor: ¿Qué es la obediencia? ¿Debemos obedecer una orden aun cuando no la comprendamos?
K.: ¿Acaso no es eso lo que hace la mayoría de nosotros?
Los padres, los maestros, los mayores dicen: "Haz esto". Lo dicen cortésmente o a palos, y porque tenemos miedo, obedecemos. Es también lo que nos hacen los gobiernos, los militares. Desde la infancia se nos educa para obedecer, sin que sepamos nada al respecto. Cuanto más autoritarios son nuestros padres y más tiránico el gobierno, tanto más nos compelen, nos moldean desde nuestros primeros años; y sin comprender por qué debemos hacer lo que nos dicen que hagamos, obedecemos. También se nos dice qué es lo que debemos pensar. Nuestras mentes son purgadas de todo pensamiento que no sea aprobado por el estado, por las autoridades locales. Jamás se nos enseña ni se nos ayuda a pensar, a descubrir, sino que se nos exige obedecer. El sacerdote nos dice que es así, y nuestro propio miedo interno nos obliga a obedecer, porque de lo contrario nos confundiremos, nos sentiremos perdidos.
De modo que obedecemos porque somos muy irreflexivos. No queremos pensar porque el pensar es perturbador; para pensar tenemos que cuestionar, que inquirir, que descubrir por nosotros mismos. Y los adultos no quieren que inquiramos, no tienen la paciencia de escuchar nuestras preguntas. Están demasiado ocupados con sus propias disputas, con sus ambiciones y sus prejuicios, con sus debo y no debo de la moralidad y la respetabilidad; y nosotros, que somos jóvenes, tenemos miedo de equivocamos porque también queremos ser respetables. ¿Acaso no deseamos todos vestir el mismo tipo de ropas, lucir igual? No queremos hacer nada diferente, no queremos pensar independientemente, distinguimos, porque eso es muy perturbador; así que nos unimos al grupo.
Cualquiera que sea nuestra edad, casi todos obedecemos, copiamos, porque internamente tenemos miedo de sentirnos inseguros. Queremos certidumbre, tanto financiera como moral; queremos que se nos apruebe. Deseamos hallamos en una posición segura, rodeados de una valla y sin tener que enfrentarnos jamás con el infortunio, la pena, el sufrimiento. Es el miedo, consciente o inconsciente, el que nos hace obedecer al jefe, al líder, al sacerdote, el gobierno. Es el miedo a ser castigados el que nos impide hacer algo dañino para los demás. Por lo tanto, detrás de todas nuestras acciones, de nuestra codicia y nuestras búsquedas, está al acecho este deseo de certidumbre, este deseo de hallamos a salvo, asegurados. Si no estamos libres del miedo, la mera obediencia significa muy poco. Lo que tiene significación es que estemos atentos a este miedo de día en día, que observemos cómo se manifiesta de diferentes maneras. Sólo cuando estamos libres del miedo puede existir esa cualidad interna de la comprensión, ese estado único en el que no hay acumulación de conocimientos ni de experiencias.
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1 comentario:
Me encantan tus publicaciones aunque no me tome el tiempo de dejártelo saber. Gracias de corazón, Cristina
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