martes, 27 de noviembre de 2012

La autoridad corrompe tanto al líder como al seguidor


La percepción alerta es ardua, y puesto que la mayoría de nosotros prefiere un modo fácil, ilusorio, introducimos la autoridad para que moldee nuestra vida y le fije pautas.

Puede ser la autoridad de lo colectivo, del Estado; o puede ser la autoridad personal, el Maestro, el salvador, el gurú. La autoridad, de cualquier clase que sea, nos ciega, engendra irreflexión; y como la mayoría de nosotros encuentra que ser reflexivo es sufrir, nos entregamos a la autoridad. La autoridad engendra poder, y el poder se centraliza siempre y, por eso, corrompe por completo; corrompe no sólo a la persona que lo ejerce, sino también a quien la sigue. La autoridad del conocimiento y de la experiencia pervierte, tanto si le ha sido conferida al Maestro, a su representante o al sacerdote. Lo importante es la propia vida de cada uno, este conflicto aparentemente interminable, y no el modelo o el líder. La autoridad del Maestro y del sacerdote nos separa de la cuestión fundamental, que es nuestro conflicto interno.

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