lunes, 6 de junio de 2011

Como ingresar a un templo

No es tan facil entrar en un templo: no es cuestión de entrar en un lugar cualquiera y decir que estás en un templo. Vuestro cuerpo puede haber entrado en el templo, pero ¿y vuestra mente? ¿Cómo podéis fiaros de dónde estará vuestra mente? ¿Cómo podéis fiaros de dónde estará vuestra mente dentro de un momento?
Y vuestra mente haya entrado en el templo, ¿por qué preocuparos de si el cuerpo es el templo o no? La mente que ha encontrado la entrada al templo descubre de pronto que está rodeado por todas partes por el vasto templo: ahora es imposible salir del templo. Vayáis donde vayáis, todavía estaréis en su templo. Podéis ir a la Luna… Hace poco tiempo que Armstrong alunizó en ella. ¿Quiere eso decir que dejó el templo de Dios? No podéis salir del templo de Dios, de ninguna manera. ¿Os imagináis que queda algún lugar donde uno pueda estar fuera de su templo?
Así, los que creen que el templo que han construido es el único templo de Dios y que no queda ningún templo de Dios fuera de él, se equivocan. Y los que creen que es preciso destruir este templo porque Dios no está presente en él, se equivocan igualmente.
¿Por qué echar la culpa a los pobres templos? Si pudiéramos dejar atrás nuestra ilusión de que Dios sólo existe en los templos, nuestros templos podrían ser muy hermosos, muy llenos de amor; muy dichosos. En realidad, a un pueblo que no tiene templo parece que le falta algo. Puede dar mucha alegría tener un templo. Pero un templo hinduista nunca puede ser una fuente de alegría, como tampoco puede ser fuente de alegría un templo musulmán ni un templo cristiano. Sólo el templo de Dios puede ser fuente de alegría.
Pero la política hinduista, la musulmana y la cristiana son tan profundas que no permiten nunca que un templo represente al ser divino. Por eso parece tan feos los santuarios hinduistas y las mezquitas musulmanas. Una persona que sea sincera no quiere siquiera ponerles la vista encima. Se han convertido en semilleros de sinvergüenzas: allí se urde todo tipo de maldades. Y los que urden estas maldades no siempre entienden lo que hacen. Yo entiendo que nadie urde maldades entendiendo del todo lo que hace: las maldades siempre se urden sin conciencia plena. Y toda la Tierra está atrapada en esta trama.
Si alguna vez desaparecen los templos de la superficie de la Tierra, no será obra de los ateos, sino de los llamados teístas. Ya están desapareciendo los templos: casi han desaparecido del todo. Si queremos salvar los templos de la Tierra, debemos ver primero el vasto templo que nos rodea: la propia existencia. Después, se salvarán automáticamente los templos menores: sobrevivirán como símbolos de la presencia divina. Es como si yo os entregase un pañuelo como regalo: el regalo puede valer unos pocos paisa, pero vosotros lo conserváis a buen recaudo en un cofre.
Una vez visité un pueblo. La gente me acompañó hasta la estación para despedirme y alguien me puso al cuello una guirnalda de flores. Yo me la quité y se la entregué a una niña que estaba a mi lado. Seis años más tarde volví a visitar aquel mismo pueblo, y la misma niña vino a hablar conmigo y me dijo:
N
-He conservado la guirnalda que me entregaste la última vez. Aunque las flores se han marchitado y la gente dice que ya no les queda aroma, están tan frescas y fragantes como el primer día. Al fin y al cabo, me las diste tú.
Visité su casa y ella sacó una preciosa caja de madera en la que estaba depositada cuidadosamente la guirnalda. Las flores se habían marchitado y estaban secas; habían perdido su fragancia. Cualquiera que las viese podía preguntarle: “¿Por qué has guardado esos desperdicios en una caja tan bonita? ¿Qué necesidad tenías? La caja es valiosa pero esos desperdicios no valen nada”. La niña podía tirar la caja, pero no los desperdicios. Ella veía algo más en los desperdicios: para ella eran un símbolo. Podían ser desperdicios para el resto del mundo, pero no para ella.
Si los templos, las mezquitas, las iglesias, pudieran mantenerse como recuerdos del anhelo del hombre de ascender hacia Dios… Y esta es la verdad. Mirad la alta aguja de una iglesia, el alto minarete de una mezquita, la cúpula de un templo que sube hasta el cielo. No son más que símbolos del deseo del hombre de elevarse, símbolos de su viaje en busca de Dios. Son símbolos del hecho de que el hombre no se contenta con una casa, sino que quiere construir también un templo. El hombre no se contenta con estar sólo en la Tierra, sino que quiere ascender también hacia el cielo.
¿Habéis visto alguna vez las lámparas de cerámica que arden en los templos? ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué se encienden en los templos estas lámparas que contienen ghee, mantequilla purificada? ¿Habéis advertido alguna vez que estas lámparas son las únicas cosas de la Tierra cuya llama nunca se dirige hacia abajo? Siempre se dirige hacia arriba. Aunque invirtáis la lámpara, la llama sigue subiendo. La llama, que siempre sube, es un símbolo de las aspiraciones humanas. Vivimos en la Tierra, pero también nos gustaría fijar nuestra residencia en el cielo. Estamos atados a la Tierra, pero también anhelamos movernos libremente por el cielo abierto.
Y ¿habéis advertido alguna vez la rapidez con que una llama se eleva y desaparece? Y ¿habéis advertido que cuando una llama se eleva y desaparece ya no podemos encontrar ningún rastro de ella? Esto también es simbólico: simboliza el hecho de que el que asciende, desaparece. La lámpara de cerámica es de materia sólida, mientras que la llama es muy fluida: en cuanto se eleva, desaparece. Así pues, la llama de la lámpara contiene el mensaje. Es un símbolo del hecho de que el que se eleva por encima de lo vulgar desaparece.
Cuando una persona decide quemar ghee en su lámpara, lo hace puramente por amor. Aunque no tiene nada de malo utilizar queroseno en una lámpara (Dios no os lo impedirá), nos parece que sólo el que se ha vuelto puro como el ghee puede subir. La llama de una lámpara de queroseno también subirá (el queroseno no es inferior al ghee), pero el ghee es un símbolo de nuestro sentimiento de que el que se ha purificado será capaz de subir más alto.
Los templos, las mezquitas y las iglesias también son unos símbolos semejantes a éste. Pueden ser preciosos: unas ilustraciones increíbles creadas por el hombre. Pero se han vuelto feos porque han entrado en ellos muchas cosas absurdas. Ahora, el templo ya no es un templo: se ha convertido en el templo de los hinduistas. Y no sólo de los hinduistas, sino de los vaishnavas, de los devotos del dios Visnú. Y no sólo es el templo de los vaishnavas, sino el templo de fulano o de mengano. Así, con esta desintegración continua, todos los templos se han convertido en semilleros de política. Alimentan el sectarismo y el fanatismo que llevan a todos al desastre. Con el tiempo, se han convertido en unos establecimientos oficiales que se dedican constantemente a explotar y a conservar sus intereses creados.
No os pido que suprimáis los templos. Lo que os pido es que os libréis de todo lo inútil que ha pasado a formar parte de los templos. Hay que destruir sus intereses creados. Hay que salvar a los templos de que se conviertan en establecimiento oficiales; hay que salvarlos del sectarismo y del fanatismo. Un templo es un lugar muy hermoso si no deja de ser un recordatorio de lo divino, de
Dios, si no deja de ser un símbolo de él, si refleja un fenómeno que asciende hacia el cielo.
Lo único que quiero decir es que, mientras los templos sigan siendo el resorte principal de la política, seguirán provocando desgracias. Y ahora, en efecto, los templos no son sino el resorte principal de la política. Cuando se construye un templo para los hinduistas, se convierte automáticamente en un semillero de política, pues la política significa sectarismo. Y la religión no tiene absolutamente nada que ver con el sectarismo. La religión significa un sadhana, un compromiso personal con la espiritualidad, y la política significa sectarismo. Sed conscientes siempre de que la religión se puede relacionar con un sadhana, pero no puede relacionarse nunca con el sectarismo. La política se alimenta del sectarismo, el sectarismo se alimenta del odio y el odio se alimenta de sangre; y todas estas maldades siguen adelante.
El templo se ha vuelto impuro como símbolo de Dios. Hay que eliminar esa impureza; por tanto, el templo será un símbolo de gran belleza. Si un pueblo tiene un templo que no pertenezca ni a los hinduistas ni a los musulmanes ni a los cristianos, el pueblo parecerá hermoso. El templo se convertirá en un adorno del pueblo. El templo se convertirá en un recuerdo de lo infinito. A los que entren en el templo no les parecerá que, por hacerlo, se han acercado a Dios, ni que fuera del templo estaban lejos de él; la gente sentirá, simplemente, que el templo es un lugar donde les resulta más fácil entrar en sí mismos, que el templo sólo ha de ser un lugar donde uno conoce la belleza, la paz y la soledad. En tal caso, el templo será sencillamente un lugar adecuado para practicar la meditación. Y la meditación es el camino que conduce a lo divino.
No todo encuentran fácilmente en sus casas la paz necesaria para practicar la meditación; pero todos los habitantes de un pueblo, juntos, pueden construir fácilmente una casa tan pacífica. No todos pueden permitirse contratar a un profesor particular para sus hijos y ofrecer a éstos una escuela propia con jardín y patio de juegos. Si cada persona se dedicara a hacer esto, surgiría un problema: sólo unos pocos niños tendrían estudios. Por eso construimos una escuela en el pueblo y proporcionamos todo lo necesario para todos los niños del pueblo. Del mismo modo, cada pueblo debe tener un lugar para practicar el sadhana, para practicar la meditación. Eso es todo lo que significan el templo y la mezquita: nada más. En la actualidad, ya no son lugares para practicar el sadhana: se han convertido en centros para difundir agitaciones y maldades.
Así pues, no tenemos necesidad de suprimir los templos. Pero debemos procurar que el templo no siga siendo un centro de agitación. También debemos procurar que el templo vuelva a manos de la religión y que no siga en manos de los hinduistas ni de los musulmanes.
Si los niños de un pueblo pueden ir a la mezquita con tanta libertad como al templo, si pueden ir a la iglesia con tanta libertad como al templo de Shiva, en tal caso, eso denota que ése es un pueblo verdaderamente religioso. Luego es que las gentes de ese pueblo son buenas gentes. Entonces es que los padres de ese pueblo no son enemigos de sus hijos. Por consiguiente, se advierte que los padres de este pueblo aman a sus hijos, y que están sentando las bases para que sus hijos no luchen entre ellos. Los padres de este pueblo dirán a sus hijos: “La mezquita es vuestra casa, tanto como el templo. Id allí donde encontréis la paz. Pasad aquí: buscad a Dios allá. Todas las casas son de Dios, pero lo que importa es verlo. Y, para ello, entrad en vosotros mismos. O id donde os parezca”. El día en que esto se haga realidad, se creará en el mundo el templo tal como debe ser. Todavía no hemos sido capaces de construirlo.
Yo no me cuento entre los que quieren suprimir los templos. Por el contrario, digo que nuestros templos ya han sido destruidos por los mismos que afirman ser sus vigilantes. Pero es difícil determinar cuándo seremos capaces de darnos cuenta de ello. Y, además, la gente me entiende mal, piensa que soy uno de los destructores de templos. ¿Qué ganaría yo con destruir un templo?
Naturalmente, hay que eliminar todo lo que ha llegado a rodear el templo y que no es propio de un templo. No tiene nada de malo dedicarse a esta labor.

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