domingo, 5 de febrero de 2012
La mente disciplinada
Una mente disciplinada nunca es libre, ni puede ser libre jamás una mente que ha reprimido el deseo. Es sólo mediante la comprensión de todo el proceso del deseo como la mente puede alcanzar la libertad. La disciplina limita siempre a la mente a un movimiento dentro de la estructura de un sistema particular de pensamiento o de creencia, ¿no es así? Y una mente semejante jamás está libre para ser inteligente. La disciplina genera sumisión a la autoridad. Provee la capacidad para desempeñarse dentro del patrón de una sociedad que requiere habilidad funcional, pero no despierta la inteligencia, la cual posee su capacidad propia.
La mente que no ha cultivado otra cosa que la capacidad por medio de la memoria es como la moderna computadora electrónica la cual, si bien funciona con habilidad y exactitud asombrosas, sigue siendo solamente una máquina. La autoridad puede persuadir a la mente para que piense en una dirección particular. Pero ser guiada para pensar a lo largo de ciertas líneas o en los términos de una conclusión previa, no es pensar en absoluto; es funcionar meramente como una máquina humana, lo cual engendra descontento irreflexivo que acarrea frustración y otras desdichas.
Estamos interesados en el desarrollo total de cada ser humano, en ayudarlo a realizar su más alta y plena capacidad propia -no alguna capacidad ficticia que el educador tiene en vista como un concepto o un ideal-. Cualquier espíritu de comparación impide el florecimiento pleno del individuo, ya sea que se trate de un científico o de un jardinero. La más plena capacidad de un jardinero es igual a la más plena capacidad de un científico, cuando no hay comparación; pero cuando la comparación interviene, surgen el menosprecio y las relaciones envidiosas que crean conflicto entre hombre y hombre. Como sucede con el dolor, el amor no es comparativo; no puede ser comparado con lo más grande o lo más pequeño. El dolor es dolor, como el amor es amor, ya sea que exista en el rico o en el pobre.
El más pleno desarrollo de todos los individuos crea una sociedad de iguales. La actual lucha para producir igualdad en el nivel económico o en algún nivel espiritual, no tiene ningún sentido. Las reformas sociales que apuntan a establecer la igualdad engendran otras formas de actividad antisocial; pero con la educación correcta no es necesario buscar la igualdad mediante reformas sociales o de otra especie, porque la envidia -con su comparación de capacidades- cesa.
Debemos diferenciar aquí entre función y nivel social. El nivel social, con todo su prestigio emocional y jerárquico, surge sólo a través de la comparación de funciones, al considerarlas como función superior e inferior. Cuando cada individuo está floreciendo a su más plena capacidad, no hay comparación de funciones; sólo existe la expresión de la capacidad como maestro o primer ministro o jardinero, y entonces el nivel social pierde su aguijón de envidia.
La capacidad funcional o técnica se reconoce, hoy en día, cuando poseemos un título a continuación de nuestro nombre; pero si estamos verdaderamente interesados en el desarrollo total del ser humano, nuestro enfoque es por completo diferente. Un individuo que posee la capacidad necesaria puede graduarse académicamente y agregar letras a su nombre, o puede no hacerlo, como le plazca. Pero conocerá por sí mismo sus propias aptitudes profundas, que no serán formuladas por un título y cuya expresión no habrá de producir esa confianza egocéntrico que habitualmente engendra la capacidad técnica. Una confianza semejante es comparativa y, por lo tanto, antisocial. La comparación puede existir para propósitos utilitarios, pero no es la tarea del educador comparar las capacidades de sus estudiantes y producir evaluaciones más altas o más bajas.
Puesto que estamos interesados en el desarrollo total del individuo, al estudiante no debe dejársela que al principio elija sus propias materias, porque su elección probablemente esté basada en prejuicios y estados de ánimo pasajeros o en encontrar lo que resulta más fácil de hacer; o puede que elija de acuerdo con los requerimientos inmediatos de una necesidad particular. Pero si se le ayuda a descubrir por sí mismo y a cultivar sus capacidades innatas, entonces elegirá naturalmente no las materias más fáciles, sino aquéllas por las que puede expresar sus capacidades hasta su más pleno y alto nivel. Si al estudiante se le ayuda, desde el principio mismo, a mirar la vida como una totalidad con todos sus problemas psicológicos, intelectuales y emocionales, no se sentirá atemorizado por ella.
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