jueves, 27 de septiembre de 2012

Moralidad y religion.


¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a ser morales y religiosos?

La inteligencia es la fuente de toda religiosidad y moralidad, y los niños son más inteligentes que tú. Aprende de ellos en vez de tratar de enseñarles. Abandona esa estúpida idea de que tienes que enseñarles. Obsérvales, fíjate en su autenticidad, fíjate en su espontaneidad, fíjate cómo están en guardia, fíjate cuán alertas están, qué llenos de vida y alegría, qué buen humor, qué llenos están de maravilla y asombro.

La religión surge de la maravilla y el asombro. Si te puedes maravillar, si te puedes asombrar, eres religioso. No por leer la Biblia, el Cita o el Corán, sino al experimentar el asombro. Cuando ves el cielo lleno de estrellas, ¿sientes cómo te baila el corazón? ¿Puedes ver cómo surge una canción en tu ser? ¿Te sientes en comunión con las estrellas? Entonces eres religioso. No eres religioso por ir a la iglesia o al templo y repetir oraciones prestadas que no tienen nada que ver con tu corazón, son sólo historias mentales.
La religión es una historia de amor, una historia de amor con la existencia. Y los niños ya están enamorados. Lo único que tienes que hacer por tu parte es no destruirlos. Ayúdales a mantener esa admiración viva, ayúdales a seguir siendo sinceros, auténticos e inteligentes. Pero los destruyes. Eso es lo que persigues, en realidad, cuando haces esta pregunta: «¿Cómo podemos enseñar...?»
La religión no se puede enseñar, sólo se puede cazar. ¿Eres reli¬gioso? ¿Estás rodeado de la vibración de la religión? Entonces no harías una pregunta tan estúpida. Entonces tus hijos la aprenderán simplemente por estar contigo. Si te ven con lágrimas en los ojos mirando una puesta de sol, no tendrán más remedio que verse afectados; se quedarán callados. No necesitas decirles que se callen; verán las lágrimas y entenderán su idioma.
Observa la inteligencia de los niños. Y siempre que encuentres inteligencia, regocíjate, ayúdales y diles que «esta es la manera en que debéis hacer las cosas».

Papá criticó el sermón, mamá pensó que el organista había cometido muchos errores. A la hermana no le gustó cómo cantaba el coro. Pero se lo pensaron dos veces cuando el hijo más joven soltó:
 De todas formas, no ha estado tan mal por veinte pesetas.

El propietario de una granja de pollos quería que su hijo se comportara mejor, por eso diseñó una lección práctica.
 ¿Ves, hijo mío? A los pollos que fueron malos se los comió el zorro.
 Y si hubieran sido buenos, ¿nos los hubiéramos comido nosotros?  replicó el hijo.

Dos niños de seis años estaban mirando una pintura abstracta en una tienda de regalos. Mirando la mancha de pintura:

 Vámonos corriendo  dijo uno , ¡antes de que digan que lo hemos hecho nosotros!

Un padre regresó a casa de su día habitual de trabajo en la oficina para encontrarse a su hijo pequeño enfrente de las escaleras con un aspecto muy disgustado.
 ¿Qué te ha pasado, hijo?  preguntó.
 Entre tú y yo  dijo el niño , no logro entenderme con tu mujer.

Un padre llevó a su hijo pequeño a la ópera por primera vez. El director empezó moviendo su batuta y la soprano empezó su aria. El chico, finalmente, preguntó:
 ¿Por qué le está pegando con el palo?
 No le está pegando, está sólo moviéndolo en el aire  replicó el padre.
 Entonces, ¿por qué chilla?

Observa un poco a los niños pequeños; fíjate en su inteligencia.
Juanito estaba volviendo a casa de su primer día de escuela.
 Bueno, querido  le preguntó su madre , ¿qué te han enseñado?
 No demasiado  replicó el niño . Tengo que volver de nuevo.

Si observas a los niños pequeños, su inventiva, su inteligencia, su constante exploración de lo desconocido, su curiosidad, su búsqueda, no necesitas enseñarles ninguna creencia.
Ayúdales a entender y diles que encuentren su propia religión.
No les dejas votar a los niños; para una ideología política tienen que esperar a los veintiún años, entonces tú consideras que ya están suficientemente maduros como para votar. ¡Y para la ideología religiosa son suficientemente maduros a la edad de cinco o de cuatro años! ¿Te crees que la educación religiosa pertenece a una categoría inferior que la educación política? ¿Te crees que para pertenecer a un partido político necesita una mayor inteligencia y más madurez que para pertenecer a un religión? Si veintiún años es la edad de la madurez política, entonces para la madurez religiosa harán falta por lo menos cuarenta y dos años. Antes de los cuarenta y dos años nadie debería de escoger ninguna religión. Pregunta, busca, explora y explora por todos lados, explora en todas las direcciones posibles.
Y cuando tú mismo hayas decidido tu religión, entonces ésta tendrá significado: cuando te es impuesta, es una esclavitud; cuando la eliges, es un compromiso, es una implicación.
Y la moralidad es el derivado de la religión. Cuando sientes que la religión está naciendo en tu corazón, que hay una relación, que está ocurriendo una comunión con la existencia, uno se vuelve moral. No es un asunto de mandamientos, no es un asunto de debería o no debería; es un asunto de amor, de compasión.
Cuando eres silencioso, surge una compasión profunda por toda la existencia, y a partir de esa compasión uno se vuelve moral. Uno no puede ser cruel, uno no puede matar, uno no puede destruir. Cuando eres silencioso, feliz, te empiezas a convertir en una bendición para todos los demás. Ese fenómeno de convertirte en una bendición para todos los demás es la auténtica moralidad.
La moralidad no tiene nada que ver con los así llamados principios morales. Los supuestos principios morales solamente crean hipócritas: crean seudo personas, personalidades fragmentadas. Una humanidad esquizofrénica es el resultado de miles de sacerdotes, supuestos santos y mahatmas* y sus continuas enseñanzas: «No hagas esto, no hagas aquello.» No te ayudan a que seas consciente, a ver qué es lo que está bien y lo que está mal. No te dan ojos, sólo se te dan instrucciones.
Mi esfuerzo aquí es ayudarte para que puedas abrir los ojos, descubrir tus ojos, quitar todo tipo de cortinas de tus ojos, para que puedas ver lo que es correcto. Y cuando veas lo que es correcto lo harás, no podrás hacer otra cosa. Cuando veas lo que está mal, no podrás hacerlo; es imposible.
La religión trae claridad y la claridad transforma el carácter,

A menudo nos dices que no nos juzguemos ni a nosotros mismos ni a los demás. Soy profesor y en mi tra¬bajo tengo que juzgar a los alumnos. Estoy preocupa¬do por cómo me las voy a arreglar para hacer mi trabajo. ¿Ale puedes ayudar?

Cuando digo que no debes juzgar no estoy diciendo que porque seas el profesor no le puedas decir a un alumno: «La respuesta que has dado no es correcta.»
No es juzgar a la persona, es juzgar el acto. Y no te estoy diciendo que no juzgues el acto, esto es otro asunto.
Por ejemplo, alguien es un ladrón; puedes juzgar que robar no está bien. Pero no juzgues a la persona, porque la persona es un vasto fenómeno y el acto es algo pequeño. El acto es una pequeña pieza.... esa pequeña pieza no debe convertirse en un juicio acerca de toda la persona. Un ladrón podría tener grandes virtudes; podría ser honesto, podría ser sincero, podría ser una persona muy amorosa.
Pero la mayor parte de las veces lo que sucede es justo lo con¬trario: la gente empieza a juzgar a la persona en vez de juzgar la acción. Se deben corregir las acciones, y especialmente en una pro¬fesión como la enseñanza; no puedes dejar que los estudiantes se sigan equivocando. Eso sería muy cruel, falto de compasión.
Pero no los corrijas de acuerdo a la tradición, a la convención, de acuerdo a la supuesta moralidad, de acuerdo a tus prejuicios. Siempre que corrijas a alguien, sé muy meditativo, sé muy silencioso; mira todo el asunto desde todas las perspectivas. Tal vez estén haciendo lo correcto, y tu recelo no sea justificado.
Por eso cuando digo: «No juzgues», quiero decir que ninguna acción te da el derecho de condenar a una persona. Si la acción no es correcta, ayuda a la persona, averigua por qué la acción no es correcta, pero no se trata de juzgar. No le arrebates la dignidad a la persona, no la humilles, no le hagas sentirse culpable; a eso me refiero cuando digo: «No juzgues.»
Pero en lo que se refiere a corregir: sin prejuicios, silenciosamente en tu conciencia, si ves que algo está mal y que destruirá la inteligencia de la persona, que le llevará por caminos equivocados en su vida, ayúdala.
El trabajo de un profesor no es sólo enseñar cosas inútiles, geo¬grafía, historia y todo tipo de bobadas. Su función básica es inducir a los estudiantes a una mejor conciencia, a una conciencia más elevada. Ese debería ser tu amor y tu compasión, y, además, debería ser el único valor con el que juzgar si una acción es correcta o equivocada.
Pero nunca, ni por un momento, dejes que la persona se sienta que está siendo juzgada. Al contrario, hazle sentir que ha sido amada; has intentado corregirle por amor.

Un hombre tumbado en la cama de un hospital, saliendo de la anestesia, se despierta para encontrarse al doctor sentado a su lado:
 Tengo malas noticias y buenas noticias para ti  dice el doctor , ¿qué te gustaría primero, las buenas o las malas?
 Aaagh  gime el hombre , dime las malas.
 Bien  dice el doctor . Hemos tenido que amputarte las dos piernas por encima de la rodilla.
 Aaaagh  gime el hombre , eso es muy malo.
Después de recuperarse del shock, le pregunta al doctor por las buenas noticias.
 Bueno  dice el doctor , al hombre de la cama de al lado le gustaría comprarte tus zapatillas.

¡No te lo tomes en serio! No pienses que eres el profesor y que estás en un trabajo muy serio. Mira la vida con ojos juguetones..., ¡es realmente hilarante! No hay nada que juzgar; todo el mundo lo está haciendo lo mejor que puede. Si sientes que alguien te está molestando, es tu problema, no el suyo. Primero corrígete tú mismo.

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