martes, 30 de octubre de 2012
El control de la educación en manos del gobierno es una calamidad.
El control de la educación en manos del gobierno es una calamidad. Porque no hay esperanza de paz ni de orden en el mundo, mientras la educación
del pueblo sea la servidora del Estado o de las religiones organizadas. No
obstante, los gobiernos siguen encargándose del niño y su futuro; y si no es el
gobierno, son las organizaciones religiosas las que buscan el control de la
educación.
Este condicionamiento de la mente del niño para que se ajuste a
una particular ideología ya sea política o religiosa, engendra enemistad entre
los hombres. En una sociedad en que existe la competencia no podemos tener
confraternidad, y ninguna reforma, dictadura o método educativo podría crearla.
Mientras usted sea neozelandés, y yo hindú, es absurdo hablar de
unidad del género humano. ¿Cómo vamos a unirnos como seres humanos, si usted en
su país y yo en el mío, conservamos nuestros respectivos prejuicios religiosos
y formas económicas? ¿Cómo puede haber fraternidad mientras el patriotismo
separa al hombre del hombre, y millones de seres están restringidos por
condiciones económicas deprimentes, en tanto que otros gozan de la abundancia?
¿Cómo puede haber unidad entre los hombres cuando las creencias nos dividen,
cuando hay dominio de un grupo por otro, cuando los ricos son poderosos y los
pobres tratan de alcanzar ese mismo poder, cuando hay mala distribución de las
tierras, cuando unos pocos están bien nutridos mientras las multitudes se
mueren de hambre?
Una de nuestras dificultades es que nosotros no tratamos estos
asuntos con sinceridad, porque no queremos que se nos perturbe. Preferimos
alterar las cosas solamente en forma ventajosa para nosotros; por eso no
sentimos profunda preocupación debido a nuestra propia vaciedad y crueldad.
¿Podremos alcanzar la paz por medios violentos? ¿Será que la paz
se puede conseguir gradualmente por medio del proceso lento del tiempo?
Seguramente, el amor no es un asunto de entrenamiento, ni es cuestión de
tiempo. Las últimas dos guerras se libraron para defender la democracia, me
parece; y ahora nos preparamos para otra aún más grande y más destructora, y la
gente es menos libre. ¿Pero qué sucedería si echáramos a un lado tales
evidentes obstáculos del entendimiento como son la autoridad, las creencias, el
nacionalismo, y todo el espíritu jerárquico? Seríamos gente sin autoridad,
seres humanos en relación directa unos con otros y entonces, tal vez, habría
amor y compasión.
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