domingo, 28 de octubre de 2012
La sabiduría no se encuentra en las tiendas.
El conocimiento no es comparable con la inteligencia. El
conocimiento no es sabiduría. La sabiduría no está en el mercado; no es una
mercancía que puede adquirirse por el precio del aprendizaje, o de la
disciplina.
La sabiduría no puede encontrarse en los libros; no puede
acumularse ni aprenderse de memoria, ni almacenarse. La sabiduría surge con la
abnegación del yo. Tener una mente abierta es más importante que el
aprendizaje; nosotros podemos tener una mente receptiva, no atiborrándola de información,
sino comprendiendo nuestros propios pensamientos y sentimientos, observándonos
cuidadosamente a nosotros mismos y estudiando las influencias que nos rodean,
oyendo a los demás, observando a los ricos y a los pobres, a los poderosos y
los humildes. La sabiduría no se logra a través del miedo ni de la opresión,
sino de la observación y de la comprensión de todos los incidentes en las
relaciones humanas.
En nuestra búsqueda de conocimientos, en nuestros deseos de
adquisición, estamos perdiendo el amor, embotando el sentimiento de la belleza,
la sensibilidad a través de la crueldad; nos especializamos cada vez más, y nos
integramos cada vez menos. La sabiduría no puede substituirse por el
conocimiento, y ninguna cantidad de explicación, ninguna acumulación de datos,
librarán al hombre del sufrimiento. El conocimiento es necesario, la ciencia
tiene su lugar, pero si la mente y el corazón están sofocados por el
conocimiento, y si la causa del sufrimiento queda descartada con explicaciones,
entonces la vida se vuelve vana e insignificante. ¿Y no es esto lo que nos está
sucediendo a la mayor parte de nosotros? Nuestra educación nos hace más y más
superficiales; no nos ayuda a descubrir las capas más profundas de nuestro ser;
y nuestras vidas se hacen cada vez más vacías e inarmónicas.
La información, el conocimiento de datos, aunque en aumento
constante, están limitados por su propia naturaleza. La sabiduría es infinita,
incluye el conocimiento y el proceso de la acción; pero agarramos una rama y
creemos poseer el árbol entero. Con sólo el conocimiento de una parte jamás
podremos gozar la alegría del todo. El intelecto no puede llegar al todo,
porque es sólo un fragmento, una parte.
Hemos separado el intelecto del sentimiento, y hemos desarrollado
el intelecto a expensas del sentimiento. Somos como un objeto de tres patas con
una pata más larga que las otras, y por lo tanto, no tenemos equilibrio. Hemos
sido entrenados para ser intelectuales; nuestra educación cultiva el intelecto
hasta hacerlo perspicaz, astuto, adquisitivo; y por lo tanto, desempeña el
papel más importante en nuestra vida. La inteligencia es mucho más grande que
el intelecto, porque es la integración de la razón y el amor, pero sólo puede
haber inteligencia cuando hay autoconocimiento, el conocimiento profundo del
proceso total de uno mismo.
Lo que es esencial para el hombre ya sea joven o viejo, es vivir
plenamente, integralmente. Por ello nuestro principal problema es el cultivo de
esa inteligencia que nos da la integración. La importancia indebida otorgada a
cualquier parte de nuestra total naturaleza ofrece sólo una vista parcial, y
por tanto, deformada, de la vida; y esta deformación es la causa de la mayor
parte de nuestras dificultades. Cualquier desarrollo parcial de nuestro
temperamento total tiene que ser desastroso para nosotros y para la sociedad; y
por eso es realmente tan importante el enfoque de los problemas humanos desde
un punto de vista integral.
Ser un ente humano integrado es comprender el proceso completo de
nuestra propia conciencia, tanto la oculta como la manifiesta. Esto no es
posible si damos demasiada preponderancia al intelecto. Le atribuimos mucha
importancia al cultivo de la mente, pero interiormente somos insuficientes,
pobres, y estamos llenos de confusión. Este vivir en el intelecto es el camino
hacia la desintegración, porque las ideas, como las creencias, no pueden nunca
unir a los hombres si no es en grupos discordantes.
Mientras dependamos del pensamiento como medio de integración,
tiene que haber desintegración; y entender la acción desintegraste del
pensamiento, es comprender los procesos del yo, los procesos de nuestros
deseos. Debemos conocer nuestro condicionamiento y sus reacciones, colectivas y
personales. Sólo cuando uno comprende totalmente las actividades del yo con sus
deseos y fines contradictorios, sus esperanzas y temores, existe una
posibilidad de ir más allá del yo.
Tan sólo el amor y el recto pensar producirán la verdadera
revolución, la revolución interna en nosotros mismos. ¿Pero cómo podremos tener
amor? No es buscando el ideal de amor, sino cuando no exista el odio, cuando no
haya avaricia, cuando el sentido del yo, que es la causa del antagonismo,
llegue a su fin. Un hombre preso en los propósitos de la explotación, de la
avaricia, de la envidia, jamás podrá amar.
Si no hay amor ni recto pensar, la opresión y la crueldad irán
siempre en aumento. El problema del antagonismo entre los hombres puede
resolverse no buscando el ideal de la paz, sino entendiendo las causas de las
guerras que se hallan en nuestra actitud hacia la vida, hacia nuestros
semejantes, y este entendimiento sólo puede lograrse mediante la verdadera
educación. Sin un cambio de corazón, sin buena voluntad, sin la transformación
interna que nace de nuestra propia comprensión, no puede haber paz ni felicidad
para los hombres.
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