martes, 13 de noviembre de 2012
Creación, arte y belleza
La mayor parte de nosotros constantemente tratamos de huir de
nosotros mismos y como el arte ofrece una manera fácil y respetable de
conseguirlo, juega un papel importantísimo en las vidas de muchas personas. En
el deseo de olvidarse de sí mismos, algunos se vuelven artistas, otros se dan a
la bebida, mientras otros siguen doctrinas religiosas, misteriosas y
fantásticas.
Cuando, consciente o inconscientemente, nos valemos de algo para
huir de nosotros mismos, nos hacemos esclavos de ello. Depender de una persona,
de un poema, o de cualquier otra cosa, como medio de escape de nuestras penas y
ansiedades, aunque enriquece momentáneamente, sólo crea más conflictos y
contradicciones en nuestras vidas.
El estado de creación no puede existir donde hay conflicto; y la
verdadera educación debe por lo tanto ayudar al individuo a encararse con sus
problemas, y no a glorificar los medios de escape; debe ayudarle a entender y
eliminar el conflicto, porque sólo entonces se manifiesta este estado de
creación.
El arte divorciado de la vida no tiene gran significación. Cuando
el arte está separado de nuestro diario vivir, cuando hay una laguna entre
nuestra vida instintiva y nuestros esfuerzos en el lienzo, en el mármol o en la
palabra, entonces el arte se convierte simplemente en la expresión de nuestro
deseo superficial de escapar de la realidad de lo que «es». Llenar esta laguna
es muy difícil, especialmente para los que son talentosos y técnicamente
hábiles; pero es sólo cuando llenamos esta laguna que la vida se integra y el
arte se convierte en la expresión integral de nosotros mismos.
La mente tiene el poder de crear ilusiones; y cuando no se
entienden sus procedimientos, buscar inspiración es provocar la propia
decepción. La inspiración viene cuando estamos receptivos, no cuando la buscamos.
Intentar por medio de un estímulo cualquiera tener inspiración, conduce a toda
clase de vanas ilusiones.
A menos que uno sea consciente de la significación de la
existencia, la capacidad o el talento acentúa y destaca el yo y sus anhelos.
Tiende a hacer al individuo egocéntrico y separatista; él se siente como
entidad aparte, como ser superior, todo lo cual engendra males y produce lucha
y dolor. El yo es un fardo de muchas entidades, cada una opuesta a las otras.
Es un campo de batalla de deseos conflictivos, un centro de lucha constante
entre «lo mío» y «lo no mío»; y mientras demos importancia al yo, a «mí» y a
«lo mío», aumentarán los conflictos dentro de nosotros mismos y en el mundo. Un
verdadero artista está por encima de la vanidad del yo y de sus ambiciones.
Tener la facultad de una brillante expresión, y no obstante dejarse esclavizar
por las debilidades mundanas, hacen de la vida una contradicción y una lucha.
El elogio y la adulación, cuando se toman a pecho, inflan el ego y destruyen la
receptividad; y el culto del éxito en cualquier campo resulta indudablemente en
detrimento de la inteligencia.
Cualquier tendencia o talento que contribuye al aislamiento,
cualquier forma de la propia identificación, no importa lo estimulante que sea,
desnaturaliza la expresión de la sensibilidad y causa insensibilidad. La
sensibilidad se embota cuando el talento se vuelve personal, cuando se da
importancia al «mi» y a «lo mío» -«Yo pinto», «yo escribo», «yo invento». Es
sólo cuando nos damos cuenta de todos los movimientos de nuestro pensar y de
nuestro sentir en nuestras relaciones con la gente, con las cosas y con la
naturaleza, que la mente se abre y se hace flexible y no está trabada por las
demandas y los deseos de la propia protección; sólo entonces, sin los estorbos
del yo, puede haber sensibilidad para captar lo feo y lo bello.
La sensibilidad a la fealdad y a la belleza no es el resultado de
la afición; surge con el amor, cuando no hay conflictos creados por el yo.
Cuando somos interiormente pobres, nos entregamos a toda clase de ostentación
de riquezas, poder y posesiones. Cuando nuestros corazones están vacíos,
coleccionamos objetos. Si tenemos los medios para ello, nos rodeamos de objetos
que consideramos bellos y por atribuirles enorme importancia, somos
responsables de gran miseria y destrucción.
El espíritu adquisitivo no es el amor a la belleza: nace del deseo
de seguridad, pero tener seguridad es ser insensible. El deseo de seguridad
crea el temor, y pone en movimiento un proceso de aislamiento que levanta
paredes de resistencia alrededor de nosotros, que impiden toda sensibilidad. No
importa lo bello que sea un objeto, pronto pierde su atracción para nosotros;
nos acostumbramos a él y lo que antes era un placer se convierte en algo hueco
e insípido. La belleza está todavía allí, pero ya no la vemos; fue absorbida
por la monotonía del diario vivir.
Puesto que nuestros corazones están marchitos y nos hemos olvidado
de ser bondadosos, de contemplar las estrellas, los árboles y el reflejo de las
aguas, necesitamos el estímulo de las pinturas y de las joyas, de los libros y
de infinidad de diversiones.
Constantemente buscamos nuevas excitaciones, nuevas emociones; anhelamos una
variedad siempre en aumento de sensaciones. Es este deseo y la satisfacción del
mismo lo que cansa y embota la mente y el corazón. Mientras busquemos
sensaciones, las cosas que llamamos bellas o feas tienen sólo una significación
superficial. Sólo hay goce duradero cuando podemos acercarnos a todas las cosas
como si fueran nuevas, lo cual no es posible mientras seamos prisioneros de
nuestros deseos. El ansia de sensación y halago impiden la percepción de lo que
es siempre nuevo. La sensación puede comprarse, pero no el amor a lo bello.
Cuando nos damos cuenta de la vaciedad de nuestras mentes y de
nuestros corazones, sin huir de ella para caer en otros estímulos y
sensaciones, cuando estamos en franca receptividad, altamente sensitivos, sólo
entonces puede haber creación y sólo entonces podremos encontrar el júbilo
creador. Cultivar lo externo sin entender lo interno, inevitablemente crea
aquellos valores que llevan al hombre a la destrucción y al dolor.
Aprender una técnica puede darnos un buen puesto, pero no nos hará
creadores; mientras que si hay júbilo, si hay fuego creador, encontrará mm dio
de expresarse; uno no necesita estudiar un método de expresión. Cuando uno
quiere realmente escribir un poema, lo escribe; si se domina la técnica, mucho
mejor; pero ¿para qué recalcar lo que es simplemente un medio de comunicación,
si uno no tiene nada que decir? Cuando hay amor en nuestros corazones, no
buscamos un método para expresar en palabras nuestros pensamientos o emociones.
Los grandes artistas y los grandes escritores pueden crear; pero
nosotros no, somos meros espectadores. Leemos un gran número de libros, oímos
música excelente, contemplamos obras de arte, pero nunca sentimos directamente
lo sublime; nuestra vivencia ocurre siempre a través de un poema, de un cuadro,
o de la personalidad de un santo. Para cantar tenemos que sentir una canción en
el corazón; pero habiendo perdido la canción, buscamos al cantor. Sin un
intermediario nos sentimos perdidos; pero tenemos que perdernos antes de poder
descubrir algo. El descubrimiento es el principio de la creación; y sin la
creación, hagamos lo que hagamos, no puede haber paz ni felicidad para el
hombre.
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