martes, 6 de noviembre de 2012
La condición social existente.
El mundo que hemos formado es tan superficial, tan artificial, tan
feo, si uno lo mira por detrás del telón; y por eso decoramos el telón
esperando que de algún modo todo salga bien. Desgraciadamente, la mayor parte
de la gente no toma la vida en serio, excepto tal vez cuando se trata de hacer
dinero, de alcanzar poder o de buscar excitación sexual.
No quiere hacer frente
a las otras complejidades de la vida; y es por eso que cuando sus hijos crecen,
están tan poco desarrollados y tan desintegrados como sus padres, en constante
lucha con ellos mismos y con el mundo.
Con gran facilidad decimos que amamos a nuestros hijos; pero, ¿hay
en realidad amor en nuestros corazones cuando aceptamos las condiciones
sociales existentes, y cuando no deseamos provocar un cambio fundamental en
esta sociedad destructora? Y mientras confiemos en que el especialista eduque a
nuestros hijos, la confusión y la miseria continuarán; porque el especialista
está desintegrado él mismo por ocuparse sólo de la parte y no del todo.
En vez de ser la más honrada y responsable de las ocupaciones, la
educación se considera con menosprecio, y la mayor parte de los educadores
siguen una línea de conducta rutinaria. Realmente no están interesados en la
integración ni en la inteligencia, sino en impartir información; y un hombre
que sólo imparte información, sin considerar que el mundo se derrumba a su
alrededor, no es un verdadero educador.
Un educador no es un simple informador; sino el que señala el
camino hacia la sabiduría y la verdad. La verdad es mucho más importante que el
maestro. La búsqueda de la verdad es religión; y la verdad no es patrimonio de
ningún país ni de ningún credo, ni se encuentra en templo alguno, ni en una
iglesia, ni en una mezquita. Sin la búsqueda de la verdad, la sociedad se
deteriora en corto tiempo. Para crear una nueva sociedad, cada uno de nosotros
tiene que ser un verdadero maestro, lo cual significa que tenemos que ser
alumno y maestro; tenemos que educarnos a nosotros mismos.
Si ha de establecerse un nuevo orden social, los que enseñan sólo
por ganarse un sueldo evidentemente no tienen lugar como maestros. Considerar
la enseñanza como un medio para ganar la subsistencia es explotar a los niños
en beneficio propio. En una sociedad inteligente, los maestros no tienen que
preocuparse por su propio bienestar y la comunidad proveerá sus necesidades.
El verdadero maestro no es el que ha levantado una impresionante
institución educativa, ni el que es instrumento de los políticos, ni el que
está sujeto a un ideal, a una creencia o a un país. El verdadero maestro es
rico interiormente y por lo tanto no pide nada para él; no es ambicioso, ni
busca el poder en forma alguna; no usa su profesión como medio para conseguir
autoridad o posición, y está por lo tanto libre de toda coacción de la sociedad
y de todo control gubernamental. Tales maestros tienen lugar preferente en una
sociedad culta, porque la verdadera cultura no se basa en los ingenieros y los
técnicos, sino en los verdaderos educadores.
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