martes, 6 de noviembre de 2012
Problemas y miseria.
En la soledad de una pequeña escuela, es fácil olvidar que hay un
mundo externo lleno de conflictos, destrucción y miseria que aumentan constantemente.
Ese mundo no está separado de nosotros. Por el contrario, es parte de nosotros
porque hemos hecho de él lo que es; y es por ello, que si ha de haber un cambio
fundamental en la estructura de la sociedad, la verdadera educación es el
primer paso.
Sólo la verdadera educación, y no las ideologías, los líderes y
las revoluciones económicas, puede ofrecernos una solución duradera para
nuestros problemas y miserias; y ver la verdad de este hecho no es cuestión de
persuasión intelectual o emocional, ni de argumentos perspicaces.
Si el núcleo del personal de una escuela verdadera se compone de
maestros dinámicos, consagrados a la profesión, atraerá a otros maestros que
tengan la misma dedicación, y aquellos que no están interesados pronto se
encontrarán en ella fuera de lugar. Si el centro está alerta y tiene propósitos
definidos, la periferia indiferente se desanimará terminando por desaparecer
completamente; pero si el centro es indiferente, entonces todo el grupo sufrirá
de incertidumbre y debilidad.
El núcleo de una institución educativa no puede constituirlo sólo
el maestro principal. El entusiasmo o el interés que depende de una sola
persona tiene que decaer y morir. Tal interés es superficial, inconstante e
inservible porque puede desviarse y someterse a los caprichos y fantasías de
otro. Si el director de la escuela es dominante, entonces el espíritu de
libertad y la cooperación evidentemente no pueden existir. Un carácter fuerte
puede organizar una escuela de primera clase; pero el temor y el sometimiento
se insinúan, y entonces, por lo general, sucede que el resto del cuerpo de
maestros se compone de nulidades.
Un grupo así no conduce a la libertad individual ni a la
comprensión. El personal de una escuela no debe estar sometido al dominio del
director, y el director no debe asumir toda la responsabilidad. Por el
contrario, cada maestro debe sentirse responsable del todo. Si hay solamente
unos pocos que están interesados, entonces la indiferencia o la oposición del
resto impedirá o desacreditará el esfuerzo general.
Alguien puede dudar de que una escuela pueda administrarse bien
sin una autoridad central, pero esto nadie lo sabe realmente porque nunca se ha
probado. Indudablemente, en un grupo de verdaderos educadores, no surgirá nunca
el problema de la autoridad. Cuando todos se están esforzando por ser libres e
inteligentes, la cooperación de unos con otros es posible en todos los niveles.
Para aquellos que no se han dedicado nunca profunda y perdurablemente a la
tarea de impartir verdadera educación la falta de una autoridad central puede
parecer una teoría impracticable; pero si uno se dedica completamente a la
verdadera educación, entonces no necesita ni el estímulo ni la dirección, ni el
control de nadie. Los maestros inteligentes son flexibles en el ejercicio de
sus facultades; al mismo tiempo que tratan de ser individualmente libres, se
ajustan a los reglamentos y hacen lo necesario para el beneficio de toda la
escuela. Un serio interés es el principio de la inteligencia, y ambos se
fortalecen por medio de la aplicación.
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