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domingo, 12 de mayo de 2013
Desecha tu supuesta importancia.
¿Y qué es lo que te impide amar? Tus conceptos, tus categorías, tus
prejuicios y proyecciones, tus necesidades y apegos, los "clichés" que
tú mismo has elaborado a partir de tus propios condicionamientos y
experiencias pasadas. Ver es la más ardua tarea que un ser humano
puede emprender, porque requiere una mentalidad alerta y
disciplinada, mientras que la mayoría de la gente prefiere ceder a la
pereza mental antes que tomarse la molestia de ver a cada persona y
cada cosa de un modo siempre nuevo, con la novedad de cada
momento.
Liberarte de tus condicionamientos para poder ver es bastante difícil.
Pero el ver te exige algo aún mucho más doloroso: liberarte del control
que la sociedad ejerce sobre ti; un control cuyos tentáculos han
penetrado hasta las raíces mismas de tu ser, hasta el punto de que
liberarte de él es tanto como despedazarte.
Si quieres comprenderlo, piensa en un niño al que se le inocula el gusto
por la droga. A medida que la droga penetra en su cuerpo, el niño se
va haciendo adicto, y todo su ser demanda a gritos dicha droga. Llega
un momento en que la falta de la droga le resulta tan insoportable que
prefiere morir.
Pues bien, esto es exactamente lo que la sociedad hizo contigo cuando
eras un niño. No te estaba permitido disfrutar del sólido y nutritivo
alimento de la vida: el trabajo, la actividad y la compañía de las
personas y los placeres de los sentidos y de la mente. Se te hizo tomar
afición a unas drogas llamadas "aprobación", "aprecio", "éxito",
"prestigio", "poder"... Una vez que les tomaste el gusto, te hiciste
adicto a ellas y empezaste a temer la posibilidad de perderlas. Sentías
terror son sólo pensar en los fallos, en los errores, en las críticas. De
modo que te hiciste cobardemente dependiente de los demás y
perdiste tu libertad. Ahora tienen otros el poder de hacerte feliz o
desdichado. Y, por más que detestes el dolor que ello supone, te
encuentras totalmente desvalido. No hay un solo minuto en el que,
consciente o inconscientemente, no trates de sintonizar con las
reacciones de los demás, marchando al ritmo de sus exigencias.
Cuando te ves ignorado o desaprobado, experimentas una soledad tan
insoportable que acudes de nuevo a los demás mendigando el consuelo
de su apoyo, su aliento y sus palabras de ánimo.
Vivir con los demás
en este estado conlleva una tensión interminable; pero vivir sin ellos
acarrea el agudo dolor de la soledad. Has perdido tu capacidad de
verlos con toda claridad tal como son y de reaccionar adecuadamente
ante ellos, porque, en general, tu percepción de ellos está oscurecida
por tu necesidad de conseguir la "droga".
La aterradora e ineludible consecuencia de todo ello es que te haz
vuelto incapaz de amar a nada ni a nadie. Si deseas amar, has de
aprender a ver de nuevo. Y si deseas ver, has de renunciar a tu
"droga". Tienes que arrancar de tu ser esas raíces de la sociedad que
se te han metido hasta los tuétanos. Tienes que liberarte de ellas.
Externamente, todo seguirá como antes, y tú seguirás estando en el
mundo, pero sin ser del mundo. E internamente serás al fin libre y
estarás absolutamente solo. Es únicamente en esa soledad, en ese
absoluto aislamiento, como desaparecerán la dependencia y el deseo y
brotará la capacidad de amar, porque ya no verás a los demás como
medios de satisfacer tu adicción.
Sólo quien lo ha intentado conoce el terror de semejante proceso. Es
como si te invitaran a morir. es como pedirle al pobre drogadicto que
renuncie a la única felicidad que ha conocido y la sustituya por el sabor
del pan, la fruta, el aire limpio de la mañana y el frescor del agua del
torrente, mientras se esfuerza por hacer frente al síndrome de
abstinencia y al vacío que experimenta en su interior una vez
desaparecida la droga. para su enfebrecida mente, nada que no sea la
droga puede llenar ese vacío.
¿Puedes imaginar una vida en que te
niegues a disfrutar de una sola palabra de aprobación y de aprecio o a
contar con el apoyo de un brazo amigo; una vida en la que no
dependas emocionalmente de nadie, de manera que nadie tenga ya el
poder de hacerte feliz o desdichado; una vida en la que no necesites a
ninguna persona en particular, ni ser especial para nadie, ni considerar
a nadie como propio?
Hasta las aves del cielo tienen su nido, y los zorros guaridas, pero tú no
tendrás dónde reposar tu cabeza a lo largo de tu travesía por la vida.
Si alguna vez llegas a ese estado, al fin sabrás lo que significa ver con
una visión despejada y no enturbiada por el miedo o el deseo. Y sabrás
también lo que significa amar. Pero para llegar a esa región del amor,
deberás soportar el trance de la muerte, porque amar a las personas
supone haber muerto a la necesidad de las mismas y estar
absolutamente solo.
¿Cómo se llega ahí? A base de un incesante proceso de
concienciación... y con la infinita paciencia y compasión que deberías
tener para con un drogadicto. También te ayudará el emprender
actividades que puedas realizar con todo tu ser; actividades que de tal
manera te guste realizar que, mientras te ocupas de ellas, no signifique
nada para ti ni el éxito ni el reconocimiento ni la aprobación de los
demás. E igualmente útil te será volver a la naturaleza: despide a las
multitudes, sube al monte y comulga silenciosamente con los árboles y
las flores, con los pájaros y los animales, con el cielo, las nubes y las
estrellas. Entonces sabrás que tu corazón te ha llevado al vasto
desierto de la soledad, donde no hay a tu lado absolutamente nadie. Al
principio te parecerá insoportable, porque no estás acostumbrado a la
soledad. Pero, si consigues superar los primeros momentos, no
tardarás en comprobar cómo el desierto florece en romperá a cantar, y será primavera para siempre.
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