jueves, 19 de mayo de 2011

Lo que te causa alegría mas tarde te causara dolor.

Buda ha dicho que el encuentro con lo que nos agrada produce alegría, y que la despedida de lo que no nos agrada también produce alegría; que la despedida del ser querido que amamos nos produce dolor; y que el encuentro con el ser no querido también nos produce dolor. Así se creía y así se entendía. Pero más tarde llegamos a comprender que aquel al que llamamos el ser querido puede convertirse en el ser no querido, y que aquel al que considerábamos el ser no querido puede convertirse en el ser querido. Así, con la evocación de los recuerdos pasados, las situaciones existentes cambiarán radicalmente; se verán desde un punto de vista completamente diferente.
Estas evocaciones son posibles, aunque no son ni necesarias ni inevitables; y en algunas ocasiones estos recuerdos también pueden aparecer de improviso cuando practicamos la meditación. Si los recuerdos de las vidas pasadas llegan a presentarse de pronto (sin estar practicando ningún experimento; simplemente, en vuestra meditación normal), no os intereséis demasiado por ellos. Limitaos a mirarlos, a ser testigo de ellos; pues, normalmente, la mente es incapaz de soportar de pronto una turbulencia tan grande. Si uno intenta aguantarla, corre el claro peligro de volverse loco.
Una vez me trajeron a una niña que tenía unos once años y que, inesperadamente, había recordado tres de sus vidas anteriores. No había experimentado con nada: pero a veces se producen errores. Éste fue un error por parte de la naturaleza, y no una bendición que ésta otorgase a la niña: de algún modo, la naturaleza se había equivocado en su caso. Es como si alguien tuviera tres ojos o cuatro brazos: es un error. Cuatro brazos serían mucho más débiles que dos brazos; cuatro brazos no podrían funcionar tan bien como dos. El cuerpo con cuatro brazos sería más débil, no más fuerte.
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De modo que la niña, de once años, recordaba tres vidas anteriores, y su caso se estudió mucho. En su última vida anterior había vivido a unos ciento treinta kilómetros de donde yo vivo ahora, y en aquella vida había muerto a los sesenta años de edad. Las personas con las que vivió entonces viven ahora en mi ciudad, y ella los reconocía a todos. Entre una multitud de millares de personas fue capaz de reconocer a sus antiguos parientes: a su propio hermano, a sus hijas, a sus nietos, a sus hijas y a sus yernos. Fue capaz de reconocer a sus parientes lejanos y a contar muchas cosas de ellos que ellos mismos habían olvidado.
Su hermano mayor vive todavía. Tiene en la frente la cicatriz de una herida pequeña. Yo pregunté a la niña si sabía algo acerca de aquella cicatriz. La niña se rió y dijo: “Ni siquiera mi hermano lo sabe. Que él te diga cuándo y cómo se hizo aquella herida.” El hermano no era capaz de recordar cuándo se había hecho la herida. Dijo que no tenía la menor idea.
La niña dijo: “El día de su boda, mi hermano se cayó del caballo del cortejo nupcial. Tenía entonces diez años.” Los ancianos del pueblo confirmaron el relato, pues recordaban que, en efecto, el hermano se había caído del caballo. Y el hombre no recordaba aquel suceso. La niña mostró también un tesoro que había enterrado en la casa en la que había vivido en su vida anterior.
En aquella vida anterior había muerto a los sesenta años de edad, y en la vida anterior a aquella había nacido en un pueblo de la región de Assam. En aquella vida había muerto a los siete años. No sabía el nombre del pueblo ni su dirección, pero conocía la lengua de Assam, tal como la podía hablar una niña de siete años. También sabía bailar y cantar como una niña de siete años. Se hicieron muchas pesquisas, pero no fue posible localizar a la que fue su familia en aquella vida.
La niña tiene una experiencia vital de un total de sesenta y siete años, además de sus once años en esta vida. Tiene los ojos de una mujer de sesenta y cinco a setenta y ocho años, aunque en realidad sólo tiene once años. No puede jugar con las niñas de su edad, porque se siente demasiado vieja. Lleva consigo los recuerdos de setenta y ocho años; se ve a sí misma como una mujer de setenta y ocho años. No puede ir a la escuela porque, a pesar de que tiene once años, le parece que el maestro podría ser su hijo. Así pues, aunque su cuerpo sólo tiene once años, su mente y su personalidad son los de una mujer de setenta y ocho años. No es capaz de jugar ni de divertirse como hacen las niñas; sólo le interesan las cosas serias de las que suelen hablar las ancianas. Sufre mucho; está llena de tensión. Su cuerpo y su mente no están en armonía. Se halla en una situación muy triste y dolorosa.
Yo recomendé a sus padres que me trajeran a la niña y que me permitiesen ayudarla a olvidad los recuerdos de sus vidas anteriores. Así como existe un método para recuperar los recuerdos, también existe una manera de olvidarlos. ¡Pero todo aquel asunto encantaba a sus padres! Acudían multitudes a ver a la niña; empezaban a venerarla. A los padres no les interesaba que ella se olvidase del pasado. Les advertí que la niña se volvería loca, pero ellos no hicieron caso. Hoy está al borde de la locura, pues no es capaz de soportar la carga de tantos recuerdos. Otro problema es que no hay manera de casarla. Le resulta difícil pensar en casarse cuando, en realidad, se siente como una anciana de setenta y ocho años. En ella no hay armonía de ninguna clase: su cuerpo es joven, pero su mente es vieja. Es una situación muy difícil.
Pero esto fue un accidente. También vosotros podéis atravesar esta frontera con un experimento. Pero no es necesario viajar en esta dirección, aunque los que lo deseen pueden experimentar. Pero antes de pasar al experimento es esencial que practiquen la meditación profunda para que sus mentes puedan volverse tan silenciosas y tan fuertes que, cuando las inunde la marea de los recuerdos, puedan aceptarlos como simples testigos. Cuando una persona es capaz de presenciar las cosas como un simple testigo, sus vidas anteriores no le parecen más que sueños. Entonces no lo atormentan los recuerdos: no significan para él nada más que los sueños.
Cuando uno consigue evocar las vidas anteriores y le empiezan a parecer como sueños, también su vida actual comienza a parecerle inmediatamente un sueño. Los que han llamado maya a este mundo no lo han hecho simplemente para defender una doctrina filosófica. Detrás de ello se encuentra el jati-smaran, el recuerdo de las vidas anteriores. Para el que ha recordado sus vidas anteriores, todo se ha convertido de pronto en un sueño, en una ilusión. ¿Dónde están sus amigos de las vidas anteriores? ¿Dónde están sus parientes, su mujer y sus hijos, las casas en las que vivió? ¿Dónde está aquel mundo? ¿Dónde está todo lo que le parecía tan real? ¿Dónde están aquellas preocupaciones que le quitaban el sueño? ¿Dónde están aquellos dolores y sufrimientos que le parecían tan insuperables, que llevaba como un peso a las espaldas? Y ¿qué fue de la felicidad que anhelaba? ¿Qué fue de todo aquello por lo que trabajó y por lo que se esforzó? Si sois capaces de recordar vuestra vida anterior, y si vivisteis setenta años, lo que vierais en esos setenta años ¿os parecería un sueño, o una realidad? En verdad, os parecería un sueño que vino y se marchitó.
He oído contar lo siguiente:
NA VEZ EL HIJO DE UN REY yacía en su lecho de muerte. Llevaba ocho días en coma: no podían salvarlo, pero la muerte tampoco venía a llevárselo. El rey rezaba pidiendo por su vida, por una parte, pero era consciente, al mismo tiempo, de que todo está lleno de dolor y de sufrimiento y advertía la futilidad de la vida. El rey pasó ocho noches sin dormir, pero en la novena noche, hacia las cuatro de la madrugada, lo venció el sueño y empezó a soñar.
Solemos soñar con las cosas que no hemos conseguido en la vida; por eso, el rey, sentado junto a su único hijo, que se moría, soñó que tenía doce hijos fuertes y hermosos. Se vio como emperador de u gran reino, como rey de toda la Tierra, dueño de palacios grandes y bellos. Y se vio enormemente feliz. Y, mientras soñaba todo eso…
El tiempo transcurre más deprisa en los sueños; el tiempo de los sueños es completamente diferente del tiempo de nuestra vida diaria. En un sueño se puede saltar en un momento un intervalo de muchos años, y cuando nos despertamos nos parece difícil entender cómo hemos cubierto tantos años en un sueño que sólo ha durado unos momentos. En realidad, el tiempo transcurre muy deprisa en los sueños; podemos cubrir muchos años en un momento.
Así pues, mientras el rey soñaba con sus doce hijos y con las lindas esposas de éstos, con sus palacios y con su gran reino, el príncipe enfermo, que tenía doce años, murió. La reina dio un grito, y el sueño del rey quedó interrumpido bruscamente.
El rey se despertó, asustado. La reina, entristecida, le preguntó:
-¿Por qué pareces tan asustado? ¿Por qué no tienes lágrimas en los ojos? ¿Por qué no dices nada?
El rey respondió:
-No, no estoy asustado: estoy confuso. Me enfrento a un gran dilema. Me pregunto a quién debo llorar. ¿Debo llorar a los doce hijos que tenía hace un momento, o a este hijo que acabo de perder? Lo que me inquieta es que no sé quien ha muerto. Y lo más extraño es que, cuando yo estaba con aquellos doce hijos, no sabía nada de este hijo. No estaba en ninguna parte: no había rastro de él, ni de ti. Ahora que he salido del sueño, este palacio está aquí, tú estás aquí, mi hijo está aquí; pero aquellos palacios y aquellos hijos han desaparecido. ¿Qué es lo verdadero? ¿Es verdadero esto, o lo era aquello? No soy capaz de determinarlo.

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