martes, 3 de julio de 2012

LOS REINOS PERDIDOS. Cuarto libro de “Crónicas de la Tierra”

LOS REINOS PERDIDOS
Cuarto libro de “Crónicas de la Tierra”
- Versión SIN IMÁGENES -
ZECHARIA SITCHIN


PREFACIO
En los anales de Europa, el descubrimiento del nuevo mundo lleva la huella de El Dorado – la implacable
búsqueda de oro. ¡ Pero los conquistadores poco se imaginaban que sus esfuerzos no eran mas que la repetición de una búsqueda, en estas nuevas tierras, de algo que había tenido lugar eones antes!
Enterradas bajo las historias y los relatos de avaricia, pillaje y absurda destrucción que desencadenaron las riquezas recién descubiertas, también existen evidencias en las crónicas de aquella época del tremendo desconcierto que provoco entre los europeos él encontrase con civilizaciones tan semejantes a las del viejo mundo: reinos y cortes reales, ciudades y recintos sagrados, arte y poesía, templos tan altos como el cielo, sacerdotes –así como el símbolo de la cruz y la creencia en un creador de todo. Por ultimo, aunque no menos importante, también se encontraron con las leyendas de unos dioses blancos y barbados, que partieron dejándoles la promesa de que volverían.
 
                                                                                                                              
Los misterios y los enigmas de mayas, aztecas, incas y todos sus predecesores, que desconcertaron a los conquistadores, todavía confunden a eruditos y legos cinco siglos después.
¿Cómo, cuando y por que surgieron esas grandes civilizaciones en el nuevo mundo? ¿Es una simple casualidad que, cuando más se conoce de ellas, mas parecen estar moldeadas a partir de civilizaciones del antiguo Oriente Próximo? Estamos convencidos de que las respuestas solo se pueden encontrar si se acepta como un hecho, no como un mito, la presencia en la Tierra de los Anunnki, “aquellos que del cielo a la Tierra vinieron”.
En este libro se ofrecen evidencias.

1. EL DORADO
En la actualidad, Toledo es una tranquila ciudad de provincias situada al sur de Madrid, a una hora en
automóvil; y, sin embargo, nadie que visite España debería perdérsela, pues tras sus murallas se han
conservados monumentos de distintas culturas, así como importantes lecciones de historia.
Sus comienzos, según cuentan las leyendas locales, se remontan a dos mil años antes de la era cristiana, y su
fundación se atribuye a los bíblicos descendentes de Noe. Muchos sostienen que su nombre proviene del hebreo
Toledoth (“historias generacionales”); sus antiguas casas y sus magníficos lugares de culto atestiguan la
cristianización de España – el auge y caída de los árabes y de su dominio musulmán, así como el desarraigo del espléndido legado judío.
Para Toledo, para España y para todos los demás países, 1492 fue un año crucial, pues se escribió entonces
una triple historia. Los tres acontecimientos tuvieron lugar en España, una tierra conocida geográficamente como “Iberia” – nombre para el cual la única explicación que se le puede encontrar es la del termino Ibri (“Hebreo”), por el cual pudieron ser conocidos sus antiguos pobladores. Tras perder la mayor parte de Iberia los Musulmanes, los fragmentados reinos contendientes de la península vieron su primera unificación importante cuando Fernando de Aragón e Isabel de Castilla se casaron en 1469. Durante los diez años siguientes, lanzaron diversas campañas militares que hicieron retroceder a los moros y pusieron a España bajo la bandera del catolicismo; en Enero de 1942, los árabes sufrieron una derrota decisiva con la caída de Granada, y España se convirtió en tierra cristiana.
En Marzo de aquel mismo año, el rey y la reina firmaron un edicto para la expulsión de España, con la fecha limite del 31 de julio de aquel año, de todos os judíos que no se hubieran convertido al cristianismo para entonces. Y el 3 de agosto del mismo año, Cristóbal Colon zarpaba bajo la bandera española en busca de una ruta occidental hacia la India.
                              
Diviso tierra el 12 de octubre de 1942, y volvió a España en enero de 1943, trayendo como prueba de su logro a cuatro “indios”; y para corroborar sus argumentos a favor del envió de una segunda expedición bajo su mando, trajo con el gran cantidad de objetos de oro obtenidos de los nativos, así como relatos de una ciudad, una ciudad de oro donde gente llevaba brazaletes en brazos y piernas, y se adornaban el cuello, las orejas y la nariz con oro, un oro que provenía de una mina fabulosa cercana a la ciudad.
Con aquel primer oro traído a España desde las nuevas tierras, Isabel – tan piadosa que se la llamo “la Católica” – ordeno que se forjara una elaborada custodia, que regalo posteriormente a la catedral de Toledo, sede tradicional de la jerarquía católica de España. Y así es que, en la actualidad, cuando un visitante de la catedral entra a ver el tesoro – una sala protegida con pesadas rejas y llena de objetos preciosos donados a la iglesia durante siglos - , uno puede ver, aunque no tocar, el primer oro que trajo Colon.
En la actualidad , se reconoce que en aquel viaje hubo mucho mas que una simple búsqueda de una nueva ruta a la India. Existen evidencias contundentes que indican que Colon fue judío obligado a convertirse, y que sus mentores económicos, también conversos, quizá vieron en la empresa una vía de escape hacia tierras mas libres.
Fernando e Isabel tuvieron visiones del descubrimiento de los ríos del paraíso y eterna juventud. Y el mismo
Colon tenia sus propias ambiciones secretas, de las cuales solo expreso unas pocas en sus diarios personales.
Se veía a sí mismo como el que iba a dar cumplimiento a antiguas profecías referentes a una nueva era que
comenzaría con el descubrimiento de nuevas tierras “en el extremo de la Tierra”.
Pero fue lo suficientemente realista como para reconocer que, de toda la información que se había traído de su primer viaje, la mención del oro seria la que le aportaría una mayor atención. Diciendo que “el señor le mostraría” el enigmático lugar “donde nace el oro”, consiguió convencer a Fernando e Isabel para que le proporcionaran una flota mucho mayor en su segundo viaje, y después en el tercero. Sin embargo, para entonces, los monarcas
enviarían a varios administradores y hombres menos conocidos por sus visiones que por sus acciones, que supervisarían e interferirían las operaciones y las decisiones del almirante. Los inevitables conflictos culminaron con el regreso de Colon a España encadenado, con el pretexto de que había maltratado a algunos hombres.
Aunque el rey y la reina lo liberaron de inmediato y le ofrecieron una compensación económica, ambos coincidieron en que Colon era un buen almirante, pero un mal gobernador – y, claro esta, no era él mas indicado para obligar a los indios a confesar la verdadera situación de la ciudad de Oro.
Colon respondió a todo aquello con una dependencia aun mayor de las antiguas profecías y citas bíblicas, y recopilo todos estos textos en un libro, El Libro de las Profecías, que regalo al rey y la reina. Pretendía convencerlos de que España estaba destinada a reinar en Jerusalén, y que Colon era el elegido para lograr esto, al ser el primero en encontrar el lugar de donde nace el oro.


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