domingo, 16 de septiembre de 2012
Acerca de la vida religiosa.
¿qué es la vida religiosa?
Al considerar eso
llegaremos a esta cuestión del observador y lo observado, la inteligencia y la
meditación, y lo demás. No sé si a ustedes les interesa de veras averiguar qué
significa la religión. No el sentido aceptado de esa palabra, la creencia en
algún Salvador, en alguna forma de Dios, en algún ritual, etc., todo lo cual es
propaganda y para mí carece en absoluto de valor; eso no es una vida religiosa.
¿Están seguros de que todos ven este hecho? Puede ser que ustedes no
pertenezcan a ninguna secta, grupo o comunidad que cree ‑o no cree- en Dios.
Esa creencia ‑o no creencia‑ en Dios es otra forma de temor, es la mente
deseando alguna clase de seguridad, de certera: por ser nuestra vida tan
incierta, tan confusa, tan carente de sentido, necesitamos algo en qué creer.
¿Podemos entonces descartar también la esperanza de que exista algo externo, un
agente superior? Es obvio que, para investigar, todo eso debe ser desechado.
El pensamiento puede imaginar
cualquier cosa ‑dioses o no dioses, ángeles o no ángeles- y al imaginarlo puede
producir toda clase de percepciones neuróticas, ideas y conclusiones. Cuando el
hombre sabe eso, inteligentemente, entonces dice: ¿cómo puede estar quieto el
pensamiento de modo que la mente sea libre para indagar? El pensamiento es
capaz de inventar o imaginar cualquier tipo de conclusiones, de proyectar una
imagen en la que la mente humana encuentra seguridad; esa seguridad, esa
imagen, se convierten en una ilusión: el Salvador, el Brahma, el Atman, las
experiencias que se obtienen mediante diversas formas de disciplina, etc. De
modo que el problema es: ¿puede el pensamiento llegar a estar completamente
silencioso? Algunos dicen que eso puede lograrse tan sólo por medio de un
sistema de control y disciplina inventado por un maestro. ¿Puede un sistema, la
disciplina, el ajuste, aquietar en realidad la mente? ¿O es que el seguir un
sistema y practicarlo día tras día, torna mecánica a la mente? y siendo
mecánica pueden entonces controlarla como a cualquier otra máquina. Pero el
cerebro no está quieto, él ha sido moldeado y condicionado por el sistema que
ha estado practicando. Un cerebro semejante, por ser mecánico, puede ser
controlado, y piensa que tal control es quietud, silencio. Evidentemente, no lo
es. ¿Vemos todos la necesidad de tener una mente por completo silenciosa?
Porque cuando la mente está en silencio, puede ver y oír mucho más, ve las
cosas como son; no inventa, no imagina.
¿Puede, pues, la mente
tornarse por completo silenciosa sin coerción, sin compulsión ni disciplina?,
entendiéndose por disciplina la voluntad, la resistencia, la represión, el
acatamiento, el encajar en un molde preestablecido. Si hacen eso, están
forzando a la mente, mediante el conflicto, a adaptarse según un patrón
establecido por el sistema. De modo que la disciplina, en el sentido común de
la palabra, está descartada. La palabra disciplina, en realidad quiere decir
aprender; no acatar, no reprimir, no controlar, sino aprender.
¿Puede toda la estructura del
cerebro y de la mente estar por completo silenciosa sin ningún tipo de
distorsión provocada por la voluntad, por el deseo, por el pensamiento? Ese es
el problema, y conociéndolo hay personas que han dicho: Eso no es posibles. Por
lo tanto, fueron en la otra dirección, emplearon el control y la disciplina,
practicaron toda clase de tretas. En la meditación Zen se sientan prestando
atención, vigilando, y si se duermen son golpeados para que se mantengan despiertos.
Esta clase de tremenda disciplina es mecánica y, por lo tanto, controlable; se
practica con la esperanza de obtener una experiencia que sea verdadera.
En su búsqueda de alguna
experiencia supertrascendental, el hombre ha dicho: la mente debe estar absolutamente
silenciosa para recibir algo que nunca antes ha experimentado; él jamás ha
saboreado el perfume, la cualidad de ello, por lo tanto, la mente debe estar
quieta. Y ha dicho que sólo hay un modo de aquietar la mente: forzándola.
Cuando para producir una mente quieta, opera la voluntad, hay distorsión. Una
mente deformada no puede ver «lo que es». ¿Hacemos esto?, o sea, no ejercitar
la voluntad, no forzar la mente mecanizándola con alguna clase de disciplina o
sistema, en lo que están incluidos todos los trucos del Yoga, que es algo
completamente equivocado. Esas personas que enseñan ejercicios físicos hacen de
ello un perfecto fraude.
Al ver, pues, todo esto,
¿puede la mente tornarse por completo silenciosa?; la mente y el cerebro,
porque es muy importante que el cerebro esté completamente quieto. El cerebro,
que es el resultado del tiempo, con todo su conocimiento, su experiencia, etc.,
está siempre activo frente a cada estimulo, respondiendo a cada impresión, a
cada influencia; ¿puede ese cerebro también estar silencioso?
Interlocutor: ¿Por
qué debería estar silencioso? El tiene muchas funciones diferentes.
KRISHNAMURTI: Debe estar activo dentro del campo
del conocimiento, porque ésa es su función. Si yo no supiera que una cobra es
una serpiente muy venenosa, jugaría con ella y podría matarme. El conocimiento
de que es venenosa es autoprotección; en consecuencia, el conocimiento debe
existir ‑tecnológicamente- en todas sus formas. Nosotros no interferimos con el
conocimiento adquirido, no decimos: «Usted no debe tener conocimientos», al
contrario, usted debe tener
conocimiento del mundo, de los hechos. Pero ese conocimiento tiene que ser
usado impersonalmente.
De modo que el cerebro ha de
estar quieto; si hace cualquier movimiento, su movimiento estará dirigido a la
seguridad, porque él sólo puede funcionar en seguridad, sea tal seguridad
neurótica, racional o irracional. El cerebro ha de tener esa cualidad sensible
que le permita funcionar en el conocimiento de manera plena, total, eficiente,
cuerda, sana, y no desde el punto de vista de «mi país», «para mi pueblo»,
«para mi familia», «para mí». Pero también debe haber esa cualidad sensible que
torne al cerebro completamente quieto; ése es el problema. He explicado el
problema, lo he descrito, pero ello nada tiene que ver con el hecho. El hecho
es si usted, al escuchar esto, ha descartado toda forma de creencia organizada,
toda forma de querer más y más experiencia. Porque si usted está deseoso de
tener más experiencia, entonces opera el deseo, que es voluntad.
El hecho es, entonces, que si
usted está interesado en seguir una vida religiosa, ha de hacer esto, lo que
significa llevar una vida realmente seria; nada de drogas, todo eso está fuera
de lugar. Y tampoco debe buscar o exigir experiencias. Porque cuando usted
busca la experiencia ‑trascendental o como quiera llamarla‑ la busca porque
está aburrido de las experiencias de su vida cotidiana y quiere tener una
experiencia que esté más allá de eso. Y cuando usted está experimentando lo que
uno llama un nivel diferente o trascendental de experiencia, en ello están el
experimentador y lo experimentado; está el observador que experimenta, y lo
observado, que es la experiencia. De modo que hay división, hay conflicto:
usted desea más y más experiencia. Eso también debe ser completamente
desechado, porque cuando usted indaga, no hay lugar para la experiencia.
Uno ve con claridad que es
absolutamente necesario que el cerebro, la mente, el organismo, todo el sistema
esté quieto. Como usted puede ver, cuando quiere escuchar algo como la música,
su cuerpo, su mente, están quietos. Usted está escuchando. Y si escucha a
alguien que habla, su cuerpo se aquieta. Cuando usted quiere comprender algo,
la mente, el cerebro el cuerpo, todo el organismo se aquieta con naturalidad.
¡Vean cómo están todos tranquilamente sentados! No se están forzando a
permanecer quietos, porque ustedes se interesan en descubrir. Ese mismo interés
es la llamé que aquieta la mente, el cerebro, el cuerpo.
Ahora bien, ¿qué relación
tiene la meditación con la mente silenciosa? La palabra meditación significa
medir; ésa es su raíz etimológica. El pensamiento tan solo puede medir, el
pensamiento es medición. Por favor es importante que esto se comprenda. Uno en
realidad no debería emplear la palabra «meditación» en absoluto. El pensamiento
se basa en la medida, y el cultivo del pensamiento es la acción de medir,
tecnológicamente y en la vida. Sin la medida no podría existir la civilización
moderna. Para ir a la luna es preciso que ustedes tengan la capacidad infinita
de medir.
Aunque es obvio que la
medición es necesaria esencial, ¿cómo puede el pensamiento ‑que es mensurable,
que es medida‑ no intervenir? Pongámoslo a la inversa. Cuando hay esta absoluta
quietud de la mente, de todo el organismo incluido el cerebro, cesa el
pensamiento como medición. Entonces puede uno investigar si existe lo
inmensurable. Lo mensurable es pensamiento y, mientras el pensamiento funciona,
lo inmensurable no puede ser comprendido. Por eso se ha dicho: controlen,
desestimen al pensamiento. Y todo el mundo asiático investigó lo inmensurable
desdeñando lo mensurable. ¿Están siguiendo esto?
Empleando, no obstante, la
palabra «meditación», ¿qué relación tiene eso con una mente muy silenciosa?
¿Puede realmente callar el pensamiento ‑lo que implica completa armonía de la
mente, el cuerpo y el corazón- y verse, no obstante, la verdad de que el
pensamiento es mensurable, y que todo el conocimiento que él ha producido es
esencial? Y ver también la verdad de que el pensamiento, que es mensurable,
jamas puede comprender lo inmensurable.
Ahora bien, si uno ha llegado
hasta aquí, ¿cuál es entonces la relación entre esta cualidad de lo
inmensurable y la vida cotidiana? ¿Están todos dormidos? ¿Son hipnotizados por
quien les habla?
Sabemos que el pensamiento es
medida, conocemos todo el daño que él ha provocado en la vida humana, la
desdicha, la confusión, las divisiones entre la gente: «Usted cree y yo no
creo», «su Dios no es mi Dios». El pensamiento ha producido estragos en el
mundo. Pero él es también conocimiento, de modo que resulta necesario. Ver la
verdad de eso, y de que el pensamiento nunca puede investigar lo inmensurable,
es ver que nunca puede experimentarlo como el experimentador y lo
experimentado. Así es que, cuando el pensamiento está absolutamente quieto,
existe entonces un estado, o una dimensión, en la que lo inmensurable tiene su
propio movimiento. Ahora bien, ¿qué relación tiene eso con la vida cotidiana?
Porque si no hay tal relación, entonces habré de vivir una vida en que estaré
midiendo cuidadosamente mi moralidad, mis actividades, según la medida del
pensamiento, pero ello será algo muy limitado.
¿Cuál es entonces la relación
entre lo desconocido y lo conocido? ¿Qué relación hay entre lo mensurable y
aquello que no es mensurable? Algo debe unirlos, y eso es la inteligencia. La
inteligencia nada tiene que ver con el pensamiento. Usted puede ser muy
talentoso puede argumentar muy bien, puede ser un gran erudito. Puede haber
experimentado, haber vivido una vida formidable recorriendo el mundo entero,
investigando, buscando, mirando, acumulando gran cantidad de conocimientos,
puede haber practicado el Zen o la meditación hindú. Pero todo eso nada tiene
que ver con la inteligencia. La inteligencia surge cuando mente, corazón y
cuerpo están en armonía.
Por lo tanto ‑sigan esto,
señores- el cuerpo debe ser altamente sensible. No obeso, no entregado en
demasía a la comida, a la bebida, al sexo y a todo cuanto hace que el cuerpo se
embote, se torne grosero, pesado. Ustedes tienen que comprender todo eso. El
mismo acto de verlo hace que coman menos, da al cuerpo su propia inteligencia.
Si existe una percepción alerta del cuerpo si no se lo fuerza, entonces el
cuerpo se vuelve muy, muy sensible, como un bello instrumento. Y lo mismo con
el corazón; o sea, que éste nunca es lastimado ni puede lastimar a otro. No
lastimar y no ser lastimado, ésa es la inocencia del corazón. Una mente que no
tiene miedo que no exige placer ‑lo que no significa que ustedes no puedan
gozar la belleza de la vida, de los árboles, de un rostro hermoso, que no
puedan contemplar a los niños, el fluir de las aguas, las montañas y los verdes
prados‑ en eso hay un gran deleite Pero ese deleite, cuando es perseguido por
el pensamiento, se convierte en placer. La mente debe estar vacía para ver con
claridad. De modo que la relación entre lo inmensurable, lo desconocido y lo
conocido, es esta inteligencia, la cual nada tiene que ver con el budismo, con
el Zen, conmigo o con usted: ella nada tiene que ver con la autoridad o la
tradición. ¿Han dado ustedes con esa inteligencia? Eso es lo único que importa.
Tal inteligencia actuará en este mundo moralmente. La moralidad es, entonces,
orden, y éste es virtud. No la virtud o la moralidad social, que es totalmente
inmoral.
Por lo tanto, esa inteligencia
produce orden, que es virtud, que es algo viviente, no una cosa mecánica. De
manera que usted nunca puede practicar para ser bueno, para tratar de ser
humilde. Cuando existe esa inteligencia, ella produce naturalmente orden y la
belleza del orden. Esto es una vida religiosa, no todo el engaño que hay en
torno de ello.
Mientras escuchan a quien les
habla, ¿han comprendido esto, pero no de manera verbal o intelectual, sino
realmente, han visto la verdad de esto? Si han visto esa verdad, ella actuará.
Si ven la verdad de que una serpiente es peligrosa, ustedes actúan. Si ven el
peligro de un precipicio, el hecho, la verdad de ello, ustedes actúan. Si ven
la verdad del arsénico, del veneno, también actúan. Así es que, ¿ven esto, o todavía
viven en el mundo de las ideas? Si viven en el mundo de las ideas, de las
conclusiones, entonces eso no es la verdad, es tan sólo una proyección del
pensamiento.
Esa es, entonces, la verdadera
cuestión: habiendo escuchado esto como lo han hecho en las tres ultimas
semanas, durante las cuales hemos considerado toda la diversidad de la
existencia humana, el sufrimiento, el dolor y el placer, el sexo y la
inmoralidad, la injusticia social, las divisiones nacionales, las guerras,
etc., ¿ven la verdad de esto y, por lo tanto, es esa inteligencia la que
actúa?, no la actividad del «yo». Cuando ustedes dicen, «debo ser yo mismo»,
que es el lema o el cliché de la generación moderna, si examinan estas
palabras: «debo ser yo mismo», ¿qué es el yo mismo? Una cantidad de palabras,
de conclusiones, tradiciones, reacciones, recuerdos, un manojo del pasado; y,
sin embargo, usted dice: «Quiero ser yo mismo», lo que es demasiado pueril.
Habiendo, pues, escuchado todo
esto, ¿existe un despertar de esa inteligencia? Y si existe ese despertar de la
inteligencia, entonces ella operará, y ustedes no tendrán que decir: «¿Qué he
de hacer?» Tal vez hayan estado aquí un millar de personas que han escuchado
durante estas tres semanas. Si ellas realmente vivieran eso, ¿saben qué ocurriría?
Cambiaríamos el mundo. Seriamos la sal de la tierra.
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