lunes, 11 de marzo de 2013
El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza"
He aquí un error que la mayoría de las personas cometen en sus
relaciones con los demás: tratar de construirse un nido estable en el
flujo constantemente móvil de la vida.
Piensa en alguien cuyo amor desees. ¿Quieres ser alguien importante
para esa persona y significar algo especial en su vida? ¿Quieres que esa
persona te ame y se preocupe por ti de una manera especial? Si es así
abre tus ojos y comprueba que estás cometiendo la necedad de invitar
a otros a reservarte para sí mismos, a limitar tu libertad en su propio
provecho, a controlar tu conducta, tu crecimiento y tu desarrollo de
forma que éstos se acomoden a sus propios intereses.
Es como si la
otra persona te dijera: "Si quieres ser alguien especial para mí, debes
aceptar mis condiciones, porque, en el momento en que dejes de
responder a mis expectativas, dejarás de ser especial" ¿Quieres ser
alguien especial para otra persona? Entonces has de pagar un precio en
forma de pérdida de libertad. Deberás danzar al son de esa otra
persona, del mismo modo que exiges que los demás dancen a tu
propio son si desean ser para ti algo especial.
Párate por un momento a preguntarte si merece la pena pagar tanto
por tan poco. Imagina que a esa persona, cuyo especial amor deseas,
le dices: "Déjame ser yo mismo, tener mis propios pensamientos,
satisfacer mis propios gustos, seguir mis propias inclinaciones,
comportarme tal como yo decida que quiero hacerlo...". En el momento
que digas estas palabras, comprenderás que estás pidiendo lo
imposible. Pretender ser especial para alguien significa,
fundamentalmente, someterse a la obligación de hacerse grato a esa
persona y, consiguientemente, perder tu propia libertad, Tómate el
tiempo que necesites para comprenderlo...
Tal vez ahora estés ya en condiciones de decir: "Prefiero mi libertad
antes que tu amor". Si tuvieras que escoger entre tener compañía en la
cárcel o andar libremente por el mundo en soledad, ¿qué escogerías?
Dile ahora a esa persona: "Te dejo que seas tú mismo/a, tener tus
propios pensamientos, satisfacer tus propios gustos, seguir tus propias
inclinaciones, comportarte tal como decidas que quieres hacerlo... " En
el momento en que digas esto, observarás una de estas dos cosas: o
bien tu corazón se resistirá a pronunciar esas palabras y te revelarás
como la persona posesiva y explotadora que eres (con lo que es hora
que examines tu falsa creencia de que no puedes vivir o no puedes ser
feliz sin esa otra persona), o bien tu corazón pronunciará dichas
palabras sinceramente, y en ese mismo instante se esfumará todo tipo
de control, de manipulación, de explotación, de posesividad, de
envidia... "Te dejo que seas tu mismo: que tengas tus propios
pensamientos, que satisfagas tus propios gustos, que sigas tus propias
inclinaciones, que te comportes tal como decidas que quieres
hacerlo..."
Y observarás también algo más: que la otra persona deja
automáticamente de ser algo especial e importante para ti, pasando a
ser importante del mismo modo en que una puesta de sol o una
sinfonía son hermosas en sí mismas, del mismo modo en que un árbol
es algo especial en sí mismo y no por los frutos o la sombra que pueda
ofrecerte. Compruébalo diciendo de nuevo: "Te dejo que seas tú
mismo..." Al decir estas palabras te has liberado a ti mismo. Ahora ya
estás en condiciones de amar. Porque, cuando te aferras a alguien
desesperadamente, lo que le ofreces a la otra persona no es amor, sino
una cadena con la que ambos, tú y la otra persona amada, quedáis
estrechamente atados. El amor sólo puede existir en libertad. El
verdadero amante busca el bien de la persona amada, lo cual requiere
especialmente la liberación de ésta con respecto a aquél.
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